<![CDATA[EL PAÍS]]>https://elpais.comMon, 16 Jun 2025 00:36:36 +0000es-ES1hourly1<![CDATA[La última en enterarse ]]>https://elpais.com/opinion/2025-06-15/la-ultima-en-enterarse.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-06-15/la-ultima-en-enterarse.htmlSun, 15 Jun 2025 03:30:01 +0000“Ni mereces mi castigo / porque hablando tú conmigo / te equivoques y me sueltes / otro nombre de mujer. / Son cosillas pasajeras / que si yo me las creyera / mereciera hasta la muerte / por dudar de tu querer”. Esta antigua zambra, Tú eres mi marío, retrataba, tal vez sin pretenderlo, el drama de las mujeres engañadas que no quieren ver lo que a la vista está de cualquiera, las correrías de un marido golfo. La gran Martirio tiró en los años ochenta de guasa y reinterpretó el drama convirtiéndolo en la coplilla de una mujer, que, aun dándose con los cuernos al entrar por la puerta, prefiere agacharse un poquito y no perturbar la paz del hogar. La comedia es tragedia más tiempo, como reza la frase atribuida a Mark Twain, entre otros. Sin duda, en el pasado era un drama que una esposa tuviera que hacerse la tonta por no tener manera de librarse de quien la humillaba. El cuento ha cambiado: o bien a la cornuda le falta perspicacia o bien no quiere perder estatus y traga con todo.

Como suele pasar en España, esa España que ora y embiste, cuando se digna usar la cabeza, si usted, desocupado lector, no había sospechado que Santos Cerdán, el mismo que negociaba en Waterloo, el hombro sobre el que se apoyaba un presidente anteriormente engañado, el discreto hombre frugal que contrastaba con el incontenible Ábalos, si usted, iluso, creía que se trataba de otro más de los acosos mediático-judiciales que ahogan al Gobierno, una de dos, o bien era usté la tonta de la copla, o bien se hizo la loca (el loco) para mantener al sanchismo en el poder. En ningún caso se le permitirá, desconcertado votante, un atisbo de inocencia porque, de un tiempo a esta parte, si se odia a Sánchez, aún más se odia a quien lo mantiene en La Moncloa. Esa furia es la que se aprecia en la calle en una parte de la ciudadanía, que se cree en el derecho de hablar más alto y bronco de lo normal, la ira callejera alimentada por las gracietas acusadoras de la IA y las performances burlescas en el Congreso. Estamos en el momento en el que señalar la corrupción ajena te exime de tus propios pecados.

Pero la pregunta fundamental es esta: ¿se puede ignorar que aquel con quien compartes vida y poder está jugándotela? Para la derecha está claro que Sánchez se hizo el loco o participó; para quienes necesitan pruebas que evidencien una complicidad con este trío chusco no basta con la sospecha. Reconozco que a Ábalos creí verle desde el principio el aura del palillo de dientes en la comisura del labio, pero obedezco a una voluntad moralista de no fiarme de las apariencias; en el fantasmal Koldo era imposible reparar, y respecto a Cerdán, es este, sin duda, el personaje más misterioso de la trama. El hecho de que haya escenificado tan pulcramente el papel de hombre honrado y ajeno a los delitos de sus colegas le convierte en uno de esos embusteros patológicos, perteneciente a la raza de aquellos que acaban por creerse su mentira. Pero los dos sabuesos, Ábalos y Cerdán, no contaban con la astucia del leal Koldo, que desde un principio rumiaba una idea: si me cazan, me llevo a estos dos por delante. Parece mentira que esto siga dándose en un país cuyos gobiernos, todos, han estado marcados por la corrupción. Esa es nuestra condena de país rancio, cuna de pícaros. Parece que haber visto a otros en el banquillo no amedrentara al sinvergüenza.

La cuestión es que si el presidente no sabía, era su deber intuirlo, debería haberse olido que el gusto por el derroche era un indicio, que las formas siempre son un indicio, que de alguna manera se ha de sentir el tufo de los puteros. Si se considera delito morder dinero público en un Gobierno que se dice social, es del todo aberrante que quien asume pertenecer a un Gobierno feminista se vaya de putas. Elegir a los colaboradores como meros instrumentos para llegar o conservar el poder puede hacer que se olvide lo esencial: hay que creer en la ética que se predica.

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JAIME VILLANUEVA
<![CDATA[La internacional grosera]]>https://elpais.com/opinion/2025-06-08/la-internacional-grosera.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-06-08/la-internacional-grosera.htmlSun, 08 Jun 2025 03:30:01 +0000Cuando Donald y Elon comenzaron su apasionado romance a la vista de todo el planeta algunos escribimos que tan gigantescos egos no tenían cabida en la misma jaula. Ya lo decía la canción de Cole Porter, todo calentón tiene el peligro de enfriarse. Pero aun habiendo estado en boca de todos la certeza de que aquella desatada calentura estaba condenada al fracaso no dejan de sorprendernos las formas. A pesar de haber asistido a sus grotescas demostraciones de complicidad (Elon con el pequeño X Æ A-Xii en el despacho oval, Donald promocionando coches de Elon, Elon siendo llamando tío Elon) su ruptura encarnizada asombra.

Siempre he pensado que hay algo en la devoción ciega que algunos machos sienten por otros que hace sospechar que su relación con las mujeres es puramente funcionarial, porque la auténtica pasión testosterónica la experimentan con sus pares. Hay hombres embriagados por otros hombres y les encanta que las mujeres presencien ese cortejo: la manera en que se escuchan, comparan su potencial, por decirlo finamente, y muestran una camaradería tan arrebatada que si de pronto interrumpiéramos el embeleso y preguntáramos, “vosotros, ¿estáis enamorados?”, responderían con asombro e indignación.

Hay hoy en el mundo hombres que se sienten inspirados por la hombría gorilesca de otros, a veces se dan palmadotas amistosas en la espalda, otras, como varones pasionales que son, enfurecen, embisten al homólogo por rencor o celos y se llevan por delante, sin mala conciencia alguna, a pueblos enteros. Si algo les llena de orgullo es carecer de modales, gustan de hacer alarde de grosería, y no les importa provocar situaciones incómodas. Las buscan. No es que carezcan de habilidad diplomática, es que piensan que la violencia es el motor que hace girar el mundo. El espectáculo que más les excita es el de la humillación, por eso quieren representarlo ante los ojos de una audiencia planetaria. Tienen afán por demostrar que carecen de escrúpulos, y ajustan su grosería al historial del invitado: si es alemán se le recuerda el pasado nazi, si se enfrentan a un negro sudafricano se le cuenta el bulo del linchamiento a los blancos, si de un ucraniano bajo la zarpa rusa se trata lo ridiculizan como al mugriento que va a pedir limosna.

En este sistema de individualismo extremo los groseros juegan con ventaja. Libres de remordimientos, palabra absurdamente denostada por considerarse religiosa, pero esencial para el reconocimiento del daño causado, los líderes celebrados por haber hecho de la grosería un estilo político actúan sin reparar en daños y no les pesa enturbiar la convivencia, muy al contrario, son conscientes de que su éxito depende de la confrontación. Su falta de modales es contagiosa y esa parte del pueblo que los apoya se siente invitada a actuar con agresividad.

El día del apagón contemplé una escena desagradable en la calle: pasaba un periodista, Jesús Maraña, delante de mi portal, seguramente camino del Pirulí. Un joven trajeado le gritó algo que yo no entendí. Maraña se volvió y dijo, “¿qué, has dicho que te doy asco?”, y el tipo le contestó, “he dicho que me estoy poniendo los cascos”. Cuando quise acercarme a Maraña éste ya corría calle abajo. Es obvio que el insulto estaba calcado del ya mítico “hijo de puta” de Ayuso.

La mala educación es contagiosa, y gracias a la inmediatez de la comunicación se respira hoy una grosería sin fronteras. De momento, funciona. Ayuso consiguió que algo tan naturalizado como el uso de lenguas cooficiales en un acto institucional se convirtiera en una afrenta. ¿Conseguirá gobernar esta España con semejante rechazo? El aturdido Feijóo la sigue sin resuello en la actual carrera de malotes. Dirán ustedes que Ayuso es mujer y que yo sostengo que la internacional de la mala educación es masculina. No se contradice: se trata de un sistema testosterónico y a veces algunas mujeres quieren ser una más entre los chicos, the first guy in the pool.

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Evan Vucci
<![CDATA[Lo mucho cansa, dijo el pastor ]]>https://elpais.com/opinion/2025-06-01/lo-mucho-cansa-dijo-el-pastor.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-06-01/lo-mucho-cansa-dijo-el-pastor.htmlSun, 01 Jun 2025 03:30:01 +0000Mediados de los noventa. Un coche llega hasta la cabaña de un pastor en mitad del monte, y el pastor trata de ponerse al día preguntando al intruso si es verdad que Ruiz-Mateos va vestido de Superman y anda en busca de un ministro que se ha liado con una china. El anuncio conectó con todos los temas del momento: el superministro, Hacienda, Rumasa y el inesperado vuelco salsero en la vida de un político. Se trataba de vender un coche que accedía allá donde la civilización jamás llega, pero quien logró una inesperada celebridad fue aquel paisano, Jesús García, que acabó hasta las narices de turistas que le buscaban en su rincón de Guadalajara para hacerse fotos con quien había asegurado no quitarse la boina ni para dormir. “Lo mucho cansa”, dijo sentenciosamente. En esas tres palabras estaba contenida la esencia de la filosofía franciscana: entre la mirada larga del que contempla el cielo y la corta del que ve la tele, se quedaba con la de siempre.

El anuncio era ingenioso, sin duda, aunque el mensaje fuera el mismo que hoy se sigue usando para convencernos de que cualquier invento tecnológico nos lleva más allá de donde nuestra mente alcanza. El pastor García nos representa. A punto están los publicistas de inventarse un spot en el que personas como usted y como yo, que aún no hemos incorporado la inteligencia artificial (IA) a nuestras vidas, quedemos como ignorantes. O como catetos, palabra que ya nadie pronuncia, pero que muchos piensan en nuestra misma cara.

De los coches hemos disfrutado tanto de la accesibilidad como conocido su reverso maléfico, pero hoy andamos jugueteando con este seductor entretenimiento sin saber muy bien de qué manera cambiará nuestras vidas y quién pagará las consecuencias. Mientras las empresas instan a sus empleados a hacer cursillos con la nueva herramienta con la excusa de que no se puede ir a ciegas por el mundo, los aguafiestas sospechamos que en realidad nos hacen formar parte activa de la mayor reconversión jamás vista o del abaratamiento del trabajo. Mientras ya hay programadores, correctores, diseñadores, traductores, dibujantes, músicos y otros tantos oficios que están viendo cómo sus honorarios de autónomos descienden, desde nuestras casas disfrutamos del invento como si un ser superior hubiera tenido el detalle de ofrecérnoslo gratis. Pedimos a la máquina que nos sirva felicitaciones de Navidad al modo Ghibli o de los Simpson y el dios todopoderoso nos lo concede, como nos concede también una canción de cumpleaños mágicamente personalizada solo con introducir unos datos del homenajeado. Vas a un coloquio de desarrollo sostenible y la presentadora, inocente y voluntariosa, te enseña lo bien que le ha diseñado el guion la IA. Escuchas en la radio un sorprendente concurso en el que se pide a los oyentes que distingan entre canciones IA y canciones humanas y, como son todas igualmente bobas, resultan indiferenciables, porque a la IA todavía le cuesta tener el talento de Bob Dylan. Pero todo llegará.

Ahora mismo, esos centros de datos que nos roban el agua están engullendo lo que escribimos, lo que dibujamos y cantamos, lo que dicta el experto tras años de estudio, y más pronto que tarde nos devolverá nuestra voz cada vez más perfeccionada hasta que algunos oficios se resuman en alimentar a la bestia sin recibir derechos de autor. Y a quien advierta de los peligros de esta invasión feroz contra la mente humana los papanatas de la tecnología le tildarán de ignorante. Habrá pronto chistes y anuncios en los que usted y yo sustituiremos al pastor del coche. Alguien advertirá que una sola consulta de ChatGPT consume 10 veces más que una búsqueda en la Red y que para mantener ese dispendio habrá que contar con todas las energías posibles, sin reparos ideológicos, de la nuclear a la eólica, pero entonces será casi imposible desenganchar a una población abducida por un dios tan generoso que le ha dado de todo menos un abrazo.

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<![CDATA[Siempre contra la barbarie]]>https://elpais.com/opinion/2025-05-25/siempre-contra-la-barbarie.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-05-25/siempre-contra-la-barbarie.htmlSun, 25 May 2025 03:45:01 +0000Isaac, hijo del rabino Pinkhas y de Betsabé. Isaac, nacido en Polonia en 1902. Quisiste agradar a tu padre y comenzaste a estudiar en la yeshiva, pero te arrastró tu carácter escéptico y el ejemplo de tu hermano, Israel Yoshua, que desde muy joven te inculcó el amor por la literatura. Isaac, discípulo por supuesto de Spinoza, lector de Dostoievski, de Chéjov, también de Thomas Mann al que tradujiste a una lengua casi extinta. Elegiste el yidis para expresarte porque se escribe en la que se sueña. También porque, decías, el yidis es el idioma en el que hay más palabras para nombrar a un pobre y porque carece de vocabulario para decir armas, municiones, ejercicios militares, tácticas de guerra.

Presentiste el fin del mundo en el que habías nacido, el de los judíos pobres de Polonia, y emigraste a América, apoyado por Yoshua, que te ayudó a sobrevivir escribiendo artículos de curiosidades en un periódico yidis. Nueva York fue el territorio en el que se movían tus personajes, elocuentes, carentes de paz de espíritu, que habían dejado atrás un mundo poblado de cadáveres y trataban de sobrevivir en tierra extraña. Escribías lo que escuchabas en las cafeterías en las que en torno a una sopa se reunía una intelectualidad sin patria. Allí escuchabas, tímido, incapaz aún de responder a los requiebros de las actrices de los teatros yidis que te consideraban atractivo, bloqueado literariamente en los primeros tiempos neoyorquinos por no encontrar palabras para nombrar el nuevo mundo. Eras el joven prometedor y peculiar. Eras un extraño destilado de fe y duda, de tradición y modernidad, de espiritualidad y lujuria. Tus mujeres hablan y hablan. Algunas perdieron a los hijos en los campos y coquetean con gentiles soñando con una suerte de renacimiento, ya no atienden a cuestiones morales y se entregan a los placeres inmediatos para olvidar. Pero eso es imposible y por las noches se les aparecen sus muertos. Las conocemos porque llenaste tu literatura de su dolor incesante.

Tu hermano te había aconsejado: los hechos nunca envejecen; los comentarios, sí. Y su perspicaz regla alumbró toda tu obra, hizo que aún hoy sigamos leyéndoles a nuestros niños tus cuentos humorísticos, que vibremos con Sombras sobre el Hudson, con Enemigos: una historia de amor o con este recién reeditado Un amigo de Kafka, que tengo en las manos como un tesoro. Eras el hombre que no quería hacerle daño a una mosca, por eso abrazaste el vegetarianismo y cuando te preguntaban si era por razones de salud, contestabas: “Por la salud de los pollos”. Eras el hombre devorado por la culpa, eras el pesimista que, a pesar de la violencia humana, pensabas que siempre hay algo en la vida que nos empuja a no querer perderla.

Bashevis Singer, te leo hoy buscando respuestas pero tus personajes hablan por sí mismos, como si no hubiera un novelista dictándoles al oído: “Los poderes que gobiernan la historia nos habían devuelto a la tierra de nuestros ancestros, pero ya la habíamos mancillado con actos abominables”. Así se expresa en El Mentor un escritor ya afamado que visita Israel en los sesenta y se reencuentra con una alumna que brilló en su juventud y que ha perdido el rumbo en la madurez.

Bashevis Singer, tú que recibiste el Nobel como un reconocimiento a “una lengua de exilio, sin territorio, sin fronteras, sin el aval de Gobierno alguno”, tú que te creaste un misticismo privado y que afirmabas que un Dios compasivo y bondadoso jamás se comportaría así con sus hijos, tú que abominaste de todos los ismos que fanatizaron a la gente en el feroz siglo XX, ¿qué pensarías ahora de un Gobierno que se escuda en el antisemitismo y en la sagrada tragedia del Holocausto para matar a niños bajo las bombas y de hambre y frío? ¿Alzarías la voz para acallar la de quienes en nombre de una religión siembran la tierra de muertos? Te leo y siento tu voz clara siempre contra la barbarie.

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David Attie (Michael Ochs Archiv)
<![CDATA[Los jubilados se manifiestan ]]>https://elpais.com/opinion/2025-05-18/los-jubilados-se-manifiestan.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-05-18/los-jubilados-se-manifiestan.htmlSun, 18 May 2025 03:45:01 +0000Pobre televisión pública. Víctima ella de tantos vaivenes políticos, víctima de la incapacidad española de imaginar una programación que esté a la altura de su cometido. Un buen día, a la pobre tele se le retiró la publicidad para abandonarla a su suerte, sin haber previsto un modo eficaz de financiación; otro buen día, se instó a los profesionales del medio a ser competitivos y, ay, si no lo conseguían: se les condenaba a rumiar su inactividad por los pasillos. Cuánto talento desperdiciado. Esta semana veía un reportaje sobre Miguel Ángel García, el corresponsal que nos hablaba desde Berlín hasta hace bien poco, hoy jubilado y parece que feliz en su retiro del Bierzo. Buen final para cualquiera esto de regresar al origen y plantar un huerto, pero ¿han de renunciar los medios a la labor de los que tanta experiencia acumulan? El periodismo es un oficio, las reglas básicas se adquieren con más rapidez cuando los mayores tutelan el trabajo de los que entran.

Trabajadores de la tele, algunos de ellos jubilados, han firmado esta semana un manifiesto en protesta contra el nuevo programa de entretenimiento de la pública, La familia de la tele. No creo que obedezca a un rechazo hacia las personas concretas que protagonizan el show, al fin y al cabo están ahí porque alguien las ha contratado, sino al deber de expresar la estupefacción que mucha gente siente ante un formato calcado de la tele privada que no cuadra con un medio que ha de caracterizarse por priorizar la integridad profesional. Se defiende a los viejos siempre y cuando no se entrometan en la vida pública, pero luego irrita que opinen de lo que está ocurriendo en la que ha sido durante tantos años su casa. El jubilado acaba siendo sinónimo de trasnochado, y si es una mujer ni te cuento. Pero conociendo, como conozco, a esa generación que hace poco recogió su mesa y se fue a casa puedo asegurar que la preocupación que muestran por la deriva populista del medio es sincera. En realidad a este momento inaudito se ha llegado con la culpa muy repartida, recordemos que tanto los productores como los rostros populares de este estilo televisivo han sido entrevistados, jaleados y celebrados con un entusiasmo asombroso. El terreno para su desembarco televisivo fue abonado hace mucho tiempo, tanto es así que los primeros en recibir con estupor el fracaso de audiencia son los propios protagonistas del gatillazo, porque los medios les han hecho verse a sí mismos como una especie de heroínas y héroes que enarbolan la bandera de la cultura popular. Es lógico que estén decepcionados y que expresen su desconsuelo en directo porque esa exhibición es la base de la puesta en escena en la que se curtieron como personajes públicos. ¿Se imaginan a la presentadora de un programa cultural, un concurso o un reportaje informar en antena que está pensando en abandonar el programa porque siente que no la dejan ser ella misma? Me comentaba hace poco el amigo Jesús Marchamalo, Premio Nacional de Periodismo Cultural 2023, que cuando presentó su programa de entrevistas con gente de la cultura en La 2, jamás recibió una sola mención de su programa en la prensa. Tal vez la razón fuera que en su espacio tan solo se indagaba en el esfuerzo de la creación y eso es algo que a los críticos no parece resultarles interesante.

La época de Sálvame se agotó, pero no salgo de mi asombro al leer que aquello tuvo su época de esplendor. Conscientes de la importancia que se les daba, los personajes del corazón se convirtieron en estrellas televisivas. Tal vez la fórmula tocó a su fin en lo que al puro chisme se refiere, pero el estilo resultó contagioso: la vida pública se salvamizó y creo que esa exhibición de lo grotesco nos hizo cruzar un puente que dejaba en la otra orilla el decoro (odiada palabra) y la intimidad (hoy considerada puritanismo). Pero no hay mayor tesoro que mantener el secreto de lo que ocurre detrás de una puerta.

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<![CDATA[España en el corazón]]>https://elpais.com/opinion/2025-05-11/espana-en-el-corazon.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-05-11/espana-en-el-corazon.htmlSun, 11 May 2025 03:00:00 +0000Suelo ser refractaria a lo abstracto y mi mente, en cambio, se abre generosamente cuando lo emocional interviene. Nunca se me dieron mejor las matemáticas que cuando el profesor me mostró simpatía, nunca leí o escribí con más pasión que cuando la profesora apreciaba mi esfuerzo. Necesito relacionar la teoría con la vida, encontrar una razón sentimental, si se quiere, y si no lo logro, me desvinculo. Los dos últimos años que viví en Nueva York, ciudad que tantas emociones me provocó, comencé a sentir cómo el espíritu de la ciudad se ennegrecía. Sus calles eran seguras en comparación con décadas pasadas, pero el precio para vivir en ellas era demasiado alto. En el skyline asomaron rascacielos que solo destacaban en altura, no en belleza. Como bien dijo Fran Lebowitz, si hubo un tiempo en que las ciudades europeas quisieron emular el perfil neoyorquino ahora era Nueva York quien soñaba con convertirse en Dubai.

Todo ese cambio progresivo aparecía en la prensa, que daba cuenta de los viejos restaurantes o comercios que tenían que echar el cierre, y a veces incluso describían a ese gentío que al amanecer o de anochecida emprendía el camino hacia un hogar lejano y precario, dormitando o comiendo cualquier cosa en el metro, con el rostro derrotado. Seguía habiendo una superficie brillante de las cosas, claro, que te encendía a menudo el corazón, pero era necesaria siempre una ayuda de la tarjeta bancaria.

Fue el año en que X me dijo que se volvía a España porque había enfermado y allí no podía abordar el coste de su tratamiento; el año en que P comprendió que ya tenía una edad como para aplazar los análisis hasta agosto, como había hecho desde que emigrara a la ciudad salvaje; el invierno maldito de 2016 en que R me confesó que le daba miedo romperse la cadera en las escaleras del metro y no poder salir a ganarse el pan; la primavera en que J venía a casa con miedo porque en la primera era Trump empezaron a sentir el aliento de la policía aquellos que no tenían papeles en regla; aquel noviembre en que el doctor Gasca, psiquiatra, me dijo que los médicos habían acuñado un término, post election stress disorder (síndrome de estrés poselectoral), para definir el miedo de los que acudían a la consulta preguntando si perderían el seguro o si los deportarían.

Eran historias de seres anónimos que yo iba recopilando y tejiendo como si definieran la sociedad que tenía ante mis ojos. Aun así, ahí estaba Columbia, a dos pasos de nuestro apartamento, salvaguardando las libertades de todos aquellos estudiantes extranjeros que, sí, estaban allí por sus méritos. Ahora ya ni eso. Setenta manifestantes han sido detenidos este 8 de mayo, mal asunto para aquellos que no tengan nacionalidad americana.

Aquel 2016 premonizaba este trumpismo o así lo presentí yo. El desamparo de tanta gente que nos rodeaba era la prueba de que la ciudad que se presentaba a sí misma como la cuna de la reinvención, vinieras de donde vinieras, estaba siendo sepultada por un capitalismo desaforado. Fue entonces cuando supe que no podía seguir allí, que la debilidad de salud o de carácter estaban prohibidas. Nos deshicimos de muchas cosas, la bici, la tele, las mesillas de noche, un cuadro, libros, ollas, la vida diaria en todos esos objetos que fueron recibidos por el portero, la limpiadora, un estudiante, o alguna amiga con emoción y extrañeza porque bien podríamos haberles sacado un dinero. Pero a veces quieres dejar un recuerdo a quien jamás volverás a ver.

Fue aquel año en que supe que quería volver a España, y al decir España estaba incluyéndola en Europa, y al decir Europa pensaba en una idea aproximada de la sociedad en la que quería vivir. Si en mi viejo mundo, pensaba, a otros o a mí nos fallan algunos de los derechos que nos hacen sentir amparados, al menos, siempre cabrá la posibilidad de salir a la calle a decir no, a reclamar justicia. Eso fue Europa para mí aquel año.

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Associated Press/LaPresse
<![CDATA[Efectos colaterales del ‘true crime’]]>https://elpais.com/opinion/2024-05-12/efectos-colaterales-del-true-crime.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-05-12/efectos-colaterales-del-true-crime.htmlSun, 12 May 2024 03:00:00 +0000Una noche de 1993 una criatura de 12 años llamada Polly Klaas fue secuestrada por un hombre en su propia casa en Petaluma, California. La acompañaban dos amigas con las que celebraba una pijama party y su hermana de seis años. El hombre las maniató, pero solo se llevó a Polly. El cadáver de la niña fue hallado meses más tarde. El caso tuvo una repercusión decisiva en el endurecimiento de las penas no solo en caso de asesinato sino de las referidas a delitos menores, recayendo la dureza sobre la población negra o con problemas mentales. La exhibición mediática del caso Klass fue determinante en la afición popular a las ficciones o documentales sobre asesinatos: la imagen de aquella niña rubia de clase media avivaba los miedos tan arraigados en la sociedad americana a la invasión del hogar por extraños. Hace unos meses, Annie Nichol, la hermana de Polly, publicó un artículo en The New York Times reflexionando, 30 años después, sobre cómo la incesante explotación audiovisual del final trágico de su hermana había condenado a su familia a una vida sin sosiego. Incluso hoy, siguen dirigiéndose a Nichol para escarbar en sus recuerdos, no sin antes ofrecerle a cambio algún detalle siniestro que ella preferiría desconocer, pero guarda a buen recaudo los momentos íntimos de aquella relación truncada. Con una serenidad admirable, la hermana de Polly escribe sobre la apropiación del dolor, y sobre cómo esta afición colectiva en el relato de crímenes reales ha despertado más anhelos de venganza que afán de reparar el daño causado a los que se quedan.

Es llamativo que esta semana haya aparecido Patricia Ramírez, la madre de Gabriel Cruz, el niño de ocho años asesinado por la pareja del padre en 2018, pidiendo ayuda para evitar que la imagen de su hijo, que desea preservar para sí, se convierta en el tema inspirador de una serie, algo que le impediría una vez más hacer su duelo en paz. “Lo nuestro no es una serie, no somos actores, lo nuestro es nuestra vida”, decía la mujer entre lágrimas.

Ojalá nuestra avidez por este entretenimiento no nos impida detenernos un momento a reflexionar. No hay más que hacer un barrido por las distintas plataformas para advertir que abundan los casos de jóvenes asesinadas, que el componente sexual es un acicate en la atracción que provocan y que ahora el abanico se ha abierto a los casos de víctimas infantiles. Solemos justificar nuestra curiosidad por lo escabroso apelando al afán de conocimiento de la maldad humana, pero no creo que nos mueva algo muy distinto al pueblo que buscaba sangre en las crónicas de sucesos. El envoltorio visual puede hacer de un crimen algo atractivo y sofisticado, pero nuestro deseo primigenio es el mismo de entonces: sentir pavor por la desgracia ajena y alivio por estar a resguardo. Nos gusta, además, que la tragedia se haya producido en un pasado cercano porque reproduce aquello que hace no tanto veíamos a diario en televisión: el rostro fantasmal de la víctima y el paseíllo de los culpables abucheados por esa gente que siempre sabe a qué hora entran o salen los acusados de los interrogatorios. Pero nosotros no nos consideramos parte del gentío, estamos en casa, sintiéndonos bendecidos por no ser protagonistas del horror y sin querer imaginar que los niños de la foto podrían ser nuestros.

El éxito acompaña a estas series, algunas muy notables, y todo lo que tiene éxito comercial se considera sagrado, desconozco si legislable como reclama Patricia Ramírez, pero sí que cabría pedir más sensibilidad en la promoción, una conciencia clara de que el material con el que se juega es real, que se maneja con estudiado suspense el futuro arrebatado de personas de carne y hueso, y que los asesinos, por mucho que merezcan nuestra maldición, también tienen derecho a una intimidad. Exhibir el éxito de audiencia con estos mimbres provoca un gran desconcierto.

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<![CDATA[A todas ellas ]]>https://elpais.com/opinion/2025-05-04/a-todas-ellas.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-05-04/a-todas-ellas.htmlSun, 04 May 2025 03:00:00 +0000Cuando España se quedó sin luz yo me encontraba en uno de los lugares más serenos de Madrid, el Jardín Botánico. Libre de enfrentarme a una situación heroica, escuchaba atentamente el relato de una vida, la de la admirable sindicalista Nati Camacho. Nos hablaba del sector textil, mayoritariamente femenino, e hilvanaba su experiencia con la de la mujer que sin duda inauguró en los años treinta la lucha obrera de las mujeres, creando el mítico Sindicato de la Aguja. Hablábamos de la inolvidable Petra Cuevas. Petra, que en los años treinta bordaba con hilo de oro los vestidos de la realeza; Petra, organizadora durante la guerra del taller del que salieron los uniformes para los milicianos; Petra, presa venerada entre las presas, la Rosa Catorce, como así la llamaban las compañeras por considerarla parte de aquel ramillete de jóvenes valerosas. Cuevas vivió tanto tiempo, 105 años, como para que la entrevistáramos en la radio, la admiráramos y encontráramos en ella eso que se llama ahora “un referente”, que lo mismo sirve para una artista pop megamillonaria como para una señora que se acostó con un rey. Una confusión que nos lleva a colgar medallas de ejemplo ético a quien nos entusiasma en el escenario, o a tildar de avanzadas a quienes disfrutaban de una vida alegre, lo cual también tiene un mérito de otra índole.

Pero estas mujeres ante las que nos encontrábamos para bucear en la historia, Nati Camacho, Ramona Parra, que también estaba, y Petra, presente siempre en el relato, son líderes de la lucha obrera y su memoria, por insólita e inédita, debería estar en la primera grada de nuestra memoria cada Primero de Mayo. Sin ellas, sin Ramona, por ejemplo, se hubiera avanzado muy lentamente en la consideración laboral de las mujeres en los talleres e incluso dentro del propio sistema sindical. Queda mucho por hacer, y ellas, aún activas, ceden el testigo, pero considerar que nada se ha avanzado en este campo es pasar por alto la tozudez con la que se enfrentaron a la precariedad laboral estas mujeres en su juventud, incomprendidas o ignoradas incluso por sus compañeros, cuando la realidad es que padecieron igual o más que ellos, porque entre rejas sobrevivieron a embarazos mal cuidados, partos desatendidos, o incluso a la pérdida de un hijo. Pienso en su ejemplo, que me ha acompañado toda la vida desde que gracias a la radio, bendita radio, conocí a Petra y su fuerza me dejó tal huella que me lancé a escuchar las voces de las que vinieron luego. Sus vidas animan a no ser quejica, a salir de este yo en el que andamos colgadas para tratar de habitar en el nosotras, como hacían ellas en las peores condiciones. Cuando hoy se conjuga el verbo “comparar” es para considerar siempre al que tiene más que tú y llegar a la conclusión de que tú, por ser tú, tú, tú, tan especial como eres, merecerías mucho más de lo que tienes; pocas veces en el discurso público contemplamos la posibilidad de compararnos con las que no solo están en peores condiciones, sino que ahí siguen luchando por mejorar la vida de todo un colectivo.

Cuando acabamos la entrevista, alguien nos avisó del apagón. Encendimos los móviles y nada, nos despedimos envueltas en aquella incertidumbre. No conseguí alarmarme del todo. El largo paseo hacia casa me sirvió para observar a gente lógicamente inquieta, como yo estaría de encontrarme lejos, tener ancianos a mi cargo o niños que recoger. Pero con la suerte de contar con dos piernas fuertes que me llevaban a mi barrio me fui reflexionando sobre todas ellas. ¿Qué las hacía tan especiales? Concluí que hay algo prodigioso en su actitud hacia las otras, una forma inusual de acoger, de hacer sentir a quien escucha parte de su historia aunque no haya experimentado ni la décima parte, admirable en su disponibilidad para contar una historia siempre entrelazada con otra. En una España desconectada, yo era esa mujer alegre que cruzaba el Retiro.

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Claudio Álvarez
<![CDATA[Lágrimas de Alegría]]>https://elpais.com/opinion/2025-04-27/lagrimas-de-alegria.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-04-27/lagrimas-de-alegria.htmlSun, 27 Apr 2025 03:00:00 +0000El mundo se inventa con cada juventud, que a menudo ignora lo que ocurrió veinte años antes. A mí ahora me preguntan por “mi época”. La expresión, tu época, lleva implícita la idea de que la vida, más allá de las décadas juveniles, es como una mera resaca de lo que fue y que luego sobrevives habitando la época de otros. Cuántas veces me gustaría decirles que la mente viaja más lenta que el cuerpo y que sigue respirando en mí y en cada persona madura aquella joven que fue. A las más jóvenes del lugar me gustaría decirles que en mi época (que fue la de anteayer y no el Siglo de Oro) las mujeres que teníamos una presencia pública del tipo que fuera también recibíamos ataques tan insultantes como los que ahora se denuncian. No eran los sexuales los más dolorosos, aunque ahora lo sexual se catalogue casi como única forma de abuso; tan humillantes eran para una mujer la condescendencia, el aniñamiento, el que tu voz fuera ignorada o la burla intelectual. Ahora que he atravesado varias épocas de la vida, me doy cuenta de que de ser tratada como una chiquilla se pasa, con la misma fugacidad que el tiempo, a la condición de mujer que ya no rige bien. Todo esto relacionado en el inconsciente colectivo con la sangre. En los años en que la expulsamos, nuestra sensibilidad es juzgada por los períodos, y en los que dejamos de tenerla cualquier rasgo de carácter es interpretado como mal humor por su ausencia.

A las más jóvenes del lugar les diría que ahora las redes viralizan el insulto, pero que en mi época, más pronto que tarde te acababas enterando de que en tal o cual periódico se hacían unos chistes jugosos sobre ti. Aunque quisieras cerrar los ojos, siempre acudía un buen amigo que te susurraba al oído lo que de ti se comentaba. Sospecho que hay un pequeño placer envuelto en buena voluntad en ser el mensajero de las malas noticias. Con el tiempo he aprendido a cortocircuitar también al informador: si estás delante, le digo, y eres un buen amigo, defiéndeme, pero no me lo cuentes, no me metas el mal en el cuerpo.

A lo largo de esta carrera de obstáculos que es la vida pública he sido testigo de linchamientos bien organizados desde varios medios: antaño el mal viajaba más lento, pero se las apañaba para encontrar a su víctima. Un día, si nos dejan espacio, las de otra época podríamos relatar los ataques de un pasado no remoto, por más que ahora la vida sin redes parezca el pleistoceno. Es cierto que hoy la maledicencia se expande a la velocidad tecnológica, que no humana, pero también que han ido surgiendo eficaces guerrillas de defensa y ataque para quien está siendo ultrajada. Antes sufrías el acoso más sola que la una, dejando a un lado el consuelo de los tuyos; hoy hay un batallón de mujeres, hombres también, dispuesto a frenar la violencia. Recuerdo que hace unos ocho años recibí un zarpazo misógino de un tipo de extrema derecha, era la única manera en la que este hombre ejercía el arte de discrepar. Alguien me avisó, por si en este caso particular quería defenderme, pero no hizo falta: hablaron por mí un grupo de colegas que enviaron su rayo paralizador al agresor (gracias, Noemí López Trujillo). Nunca me había sentido protegida tan eficazmente, experimenté una especie de paz emocional.

El otro día contemplamos a la ministra Pilar Alegría al borde de las lágrimas por los mensajes humillantes que recibió respecto a una supuesta noche toledana en Teruel del exministro Ábalos. Me gustaría transmitirle que la grosería de índole sexual solo define a quien la usa, y que no ha de ser en absoluto la más hiriente. Groserías machistas recibe una mujer aún en los años en los que ya no es objeto de deseo para mentes sucias. Tenemos el deber de denunciar el ataque, pero también de transformar las lágrimas en expresión de alegría porque una mujer, más ejerciendo poder, no está sola ante este tipo de injurias, como ocurría en mi época.

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JUAN CARLOS HIDALGO
<![CDATA[El Nobel en la penumbra ]]>https://elpais.com/opinion/2025-04-20/el-nobel-en-la-penumbra.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-04-20/el-nobel-en-la-penumbra.htmlSun, 20 Apr 2025 03:00:00 +0000Cuando todo está dicho y queda un rastro de palabras pesadas como el mármol; cuando quedan las glosas como estatuas esculpidas que pretendieran retratar al finado, pero que en demasiadas ocasiones acaban definiendo a quien empuña el cincel, que no se sabe por qué se toma a sí mismo por un guerrero luchando en la batalla de la admiración ciega. Pero resulta que aquí no hay tal guerra, porque incluso aquellos que no compartían su carrera política salvan la literaria y eso, al final, es lo que queda en el universo incierto de la posteridad. Yo creo haber conocido al hombre, no a la estatua erigida, en unos de esos momentos de cierta vulnerabilidad en los que no hay gloria que valga. Nos habían encomendado entregar a dúo el Goya al mejor guion adaptado. Ya en sí las galas de cine están diseñadas para profesionales del espectáculo que saben esperar horas sin que se les caiga la cara de cansancio. La entrada fue problemática, empezamos mal. Me tomaron de la mano con la energía autoritaria de los organizadores y dejaron a mi marido atrás, para abandonarlo sin contemplación donde ni lo conocían ni lo reconocían. Así lo tuve, perdido un buen rato, sabiendo que no está hecho para abrirse paso entre la multitud. Con esa inquietud llegué hasta el backstage donde esperaba, cansado ya, Vargas Llosa. Entre tanta algarabía intercambiamos una mirada de alivio y reconocimiento. Un regidor nos pidió que lo siguiéramos y así hicimos, lentos los dos, penetrando en la creciente oscuridad mientras atendíamos al aviso de “cuidado con los cables”. Le tomé del brazo y sentí que él estaba más inseguro aún que yo porque se aferró a mi mano. Cuando llegamos al punto desde el que se efectuaría nuestra salida al escenario nos dejaron solos. En la oscuridad, iluminado levemente por un halo tibio de luz, vi su perfil único, un perfil propio de la medalla de uso corriente que homenajea a un prócer, a un Nobel o a un viejo cantante de tangos. Inevitable fue la intimidad al estar a oscuras y con el silencio roto solo por el rumor opacado de lo que afuera ocurría. A ver si no me caigo, dijo. A ver si no nos caemos, dije. Él sonrió y en la penumbra se le dibujó su dentadura mítica, aquella con la que bromeaba el viejo Onetti: “Yo tenía unos dientes bien hermosos, pero se los presté a Vargas Llosa y no me los ha devuelto”. Sí, nuestro hombre recordaba la ocurrencia del uruguayo. Estábamos muy juntos, buscando cierta protección, inmóviles, como subidos a una piedra pequeña en un río de cables al que pudieras caerte en cualquier momento. Pensé que lo estaba viendo como lo habrían visto todas sus mujeres en la penumbra de la alcoba. Un momento propicio para las confidencias: ¿Cómo se vive de pronto perseguido por la prensa del corazón?, le pregunté. Es horrible, contestó, me gustaría hacer planes, salir al cine, improvisar, pero Isabel no quiere; es una vida absurda, tienes que estar midiendo todos tus movimientos… Lo miré sin reparo, porque él no me veía mirarlo y juro que pensé: ¿cuánto tiempo tardará este hombre en regresar a su antigua vida? Recordé las palabras de agradecimiento a su mujer en la ceremonia del Nobel, años atrás, palabras que definían toda una época; aquella vieja manera de entender la vida del genio, siempre asistido por una mujer que de amante pasaba a ser madre de los hijos, maternal también con él, secretaria, mala de la película si tocaba, protectora, ambiciosa según el consabido juicio ajeno, propiciadora de la paz cuando de escribir se trataba, perfecta en lo social, administradora, ciega voluntaria ante tantos deslices, orgullosa de ser la mujer a la que se regresa. El tipo de compañera que hasta hace bien poco alababan los cronistas literarios, la digna esposa del maestro. ¿Qué hacía entonces aquel hombre ya confuso y frágil en este lío de cables? El regidor nos empujó al escenario. Tomé del brazo al Nobel, para que no se cayera, y para no caerme.

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Bernardo Pérez
<![CDATA[Caerán sobre nuestra conciencia]]>https://elpais.com/opinion/2025-04-13/caeran-sobre-nuestra-conciencia.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-04-13/caeran-sobre-nuestra-conciencia.htmlSun, 13 Apr 2025 03:00:00 +0000Un tarado narcisista pone patas arriba el comercio global y durante días el mundo contiene la respiración. En la viñeta, vemos a Mafalda, niña eterna, sentada al lado de la bola del mundo: la ha vendado y puesto el termómetro. A esperar. Las viñetas de Quino siguen vigentes; parecían para niños pero se trataba de un malentendido: iban dirigidas a adultos incapaces de vivir en armonía. Esta semana, nosotros adoptamos el gesto de la heroína argentina, desarmados esperábamos a que el maltrecho equilibrio mundial se restableciese o, ya de una vez por todas, quedara para el desecho. ¿Qué ha pasado? Que los plutócratas que habían apoyado sin fisuras la victoria del emperador con la esperanza de ver satisfecha su insaciable codicia, vieron declinar sus ganancias y pusieron freno al dislate. Es algo que estaba cantado: si algo puede parar el delirio de Trump es un mercado tambaleante. Tras besarle el culo, porque algo de eso hay, hubo un alivio generalizado. Dejaremos de besárselo por tres meses. Hemos firmado una preciosa tregua tácita, lo cual debería alegrarnos si no fuera porque este respiro denota un declive ético alarmante.

Es el dinero, solo el dinero, el que nos salva o nos condena. Hemos entrado de tal manera en este juego perverso que durante los días de zozobra económica la foto más repugnante que asomó por la prensa mundial, Netanyahu y Trump, sonrientes y hermanados por la crueldad, pasó como sin pena ni gloria. El uno, generoso, asegurando que permitiría a los palestinos buscarse acomodo en otro país; el otro, magnánimo, incluyendo a miles de inmigrantes en la lista de muertos de la seguridad social para animarlos a que se autodeporten. Porque sin el dichoso número de la social security un inmigrante es, sin lugar a duda, un muerto viviente. Y Europa, esa Europa que me gustaría sentir a la manera apasionada y acrítica con que algunos la glosan, entregada en cuerpo y alma a la salud de los mercados, respondió una vez más distraídamente a un genocidio, el de Gaza, transmitido en directo; por su parte, Estados Unidos, donde parece que la ciudadanía comienza a mostrar inquietud por la posible recesión, siguió sin reaccionar ante la vulneración sistemática de los derechos humanos, asistiendo de brazos caídos a la destrucción de cualquier contrapoder que modere el abuso, añorando aquella célebre fortaleza institucional capaz de parar los pies al poder abusivo. Ahí la tenemos, la denominada democracia más antigua del mundo regresando al territorio salvaje de los pioneros donde lo mejor que podía hacer un individuo era salvar su pellejo.

No hay motivos para el orgullo. Todo sucede ante nuestros ojos en la era de la codicia, y la peor perspectiva es que solo en caso de que el poder económico vea en peligro el aumento de su ya colosal fortuna se reducirá el disparate, aunque ya vemos cómo del jugoso debate arancelario van a quedar excluidas las criaturas que mueren bajo las bombas, los cooperantes asesinados a sangre fría, los niños mutilados o condenados a morir de hambre; fuera del foco se encuentran los enviados a cárceles aberrantes sin juicio previo, los condenados por error, los estudiantes y profesores que carecen de libertad para manifestar su repulsa, los inmigrantes que figurarán en una lista de zombis, los investigadores o agentes sociales que han de borrar cualquier perspectiva de género de su trabajo o verán esquilmados sus fondos si se refieren al cambio climático, las maestras que ya eliminan de sus programas la historia de la esclavitud, porque la nación debe narrarse como una historia de éxito. Éxito, la palabra sagrada.

Y la Europa de los inquebrantables valores democráticos se quedará en el chasis si asume, como ya lo está haciendo, que la mejor defensa consiste en no perturbar el sueño de quien tiene la llave del tesoro, aun a costa de ignorar aberraciones que también caerán en un futuro sobre nuestra conciencia. Vaya si caerán.

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Peter Zay
<![CDATA[Vida de contertulio]]>https://elpais.com/opinion/2025-04-06/vida-de-contertulio.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-04-06/vida-de-contertulio.htmlSun, 06 Apr 2025 03:00:00 +0000Usted también puede ser contertulio, o contertulia. Usted lo es ya, de hecho, cuando cada mañana se sienta a tomar el café e interviene tostada en mano en el debate, bien asintiendo, bien replicando con más o menos furia, bien dando en ocasiones, un puñetazo en la mesa. Usted lo es, sin cobrar, vaya, pero con la ventaja de que tampoco se mueve de casa, que la vida del contertulio tiene unos horarios fatales. El contertulio es como Platero, pequeño, peludo y suave, tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Con esto quiero decir que una vez que integras en tu vida a un grupo de contertulios, por más que te saquen de quicio, son como tu familia, que también te saca de quicio. Hay días que usted se levanta con ellos y se acuesta con ellos. Conclusión: no está usted tan solo, tiene a sus contertulios. A veces nos hacen soñar y otras reír, ¿verdad? Su preferido es ese tipo de contertulio que lanza una idea muy sobada como si fuera nueva en el planeta, como si se le acabara de ocurrir. Eso, en sí, es gracioso. El contertulio puede decir: ¡Cuidado, que Trump no es tonto, no lo subestimemos!, o puede decir, “este es el fin del sueño americano”, o “es el mercado, estúpidos”, y se queda más ancho que largo. La otra noche, un contertulio cualquiera tomó aire, como preparando a la audiencia, y soltó que Trump había respondido contra la dictadura woke con la dictadura del antiwokismo. Ahí quedaba eso. Lástima que el pensamiento no fuera nuevo sino la traducción exacta de lo que ya en campaña proclamó el emperador naranja, cuando prometía que libraría al pueblo de las lacras de la inclusividad, la diversidad y la igualdad. Pero cuán fabuloso es observar cómo se expanden lugares comunes: acabo de escuchar a Willy Bárcenas, líder de Taburete, confesar que él respaldaba a Trump porque creía que había llegado para liberarnos de la dictadura woke, pero que le estaba decepcionando con el tema aranceles, Rusia y tal. Jo.

Hay análisis tan presentistas que no caen en la cuenta de que la célebre dictadura del wokismo no existía cuando el joven Trump empezó a hacer de las suyas. Fue sorprendente, por cierto, que en los Oscars la gran película que define este momento, The Apprentice, pasara sin pena ni gloria. Quién sabe qué hilos se movieron, después de que los abogados de Trump hubieran ya intentado bloquear la distribución y el estreno de la película, para que no obtuviera el reconocimiento que merecía en los premios. Críticos del mundo, ¿dónde estáis cuando lo evidente salta a los ojos? Los magníficos retratos del joven Donald, interpretado por Sebastian Stan, y del abogado Roy Cohn, encarnado por Jeremy Strong, que se convirtió en maestro en el arte de la marrullería del hoy presidente, son certeros y reveladores. Las enseñanzas del sibilino Cohn, que ya inspirara la función Angels in América, se contenían en tres mandamientos: el primero, “Ataca, ataca, ataca”; el segundo, “No admitas nada y niega todo”, y el tercero, “No importa lo que suceda, reclama la victoria y nunca aceptes la derrota”. Nada ha cambiado en la mente de Trump desde que fuera entrenado por aquel siniestro personaje que había intervenido en la condena a muerte de los Rosenberg y trabajado mano a mano con el senador McCarthy para destruir la reputación y la carrera de supuestos comunistas. Fue Cohn quien le enseñó a manejar el arma del miedo para vencer al adversario. En aquel Nueva York mugriento y desquiciado de los 70, el stay woke de los años 30 referido a quienes estaban alerta contra el racismo había caído en desuso. De tal forma, que interpretar la ideología trumpista, basada en una falta flagrante de escrúpulos, como una reacción a lo woke es la tesis propia de quien no se atreve a decir que detesta todos y cada uno de los activismos que lo conforman. Con esta contundencia respondo desde el sofá a las contertuliadas. Lo sé, nada heroico.

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IMDB
<![CDATA[¿Es posible la esperanza?]]>https://elpais.com/opinion/2025-03-30/es-posible-la-esperanza.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-03-30/es-posible-la-esperanza.htmlSun, 30 Mar 2025 03:00:00 +0000La conversación giraba esta semana en torno a una inquietud: ¿cómo hacer para mostrarnos cada semana, por escrito o en radio, esperanzados a pesar de la deriva amenazante de los tiempos? Venía muy a cuento el asunto por el ensayo del periodista Andrea Rizzi, La era de la revancha, inspirado sin duda por el viejo pensamiento gramsciano que animaba a situar frente al pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad. Y es que después de dar con los factores que han ido alimentando el resentimiento contagioso que propicia la extrema derecha procede Rizzi a invocar a la rebeldía, a militar en la resistencia, a no caer en la confortable trampa del nihilismo que nos disculpa de no hacer nada si es que nada se puede cambiar.

Las escenas que observamos a diario y que están elevando su tono grotesco en progresión geométrica, esa visión pesadillesca de presos encerrados como animales en granjas de producción intensiva, de inmigrantes acusados y expulsados, de detenidos por un pensamiento disidente, o de los débiles a los que se deja a la intemperie, esa codicia ilimitada de los ricos nihilistas que contribuyen orgullosamente al deterioro climático, el sorprendente neocolonialismo que anuncia apropiaciones de territorios ajenos o que decide borrar de la faz de la tierra a un pueblo, todo, todo es tan abrumador que cabe la tentación de encogerse de hombros y refugiarse en el tiempo y el espacio que a uno le haya tocado en suerte, borrada ya de nuestra mente la necesidad imperiosa de reaccionar contra la barbarie.

Así lo hablábamos en La Ventana, pastoreados por Carles Francino, que se preguntaba también cómo responder a lo que está ocurriendo cuando a veces se tiene la sensación de que nada está en nuestra mano, que la defensa de la democracia o del bienestar son aspiraciones demasiado inaprensibles para el escaso poder que nos asiste a la gente corriente. Eso mismo, el qué podemos hacer, le preguntaba yo a la politóloga Cristina Monge ante un público en Huesca que asentía como si esas fueran las preguntas que asaltan no solo al que se expone públicamente sino también al que lee información o la escucha. Lo hacíamos sabiendo que luego compartiríamos copa y comida con los siempre acogedores amigos aragoneses y que, al menos, en ese espacio recogido en torno a una mesa, se respiraría el deseo común de reducir el infierno en la medida de lo posible. Éramos conscientes de que en la vida diaria los seres humanos desarrollamos por instinto de supervivencia una diplomacia básica que nos evita el enfrentamiento cotidiano con quien tenemos cerca, con el vecino, el colega, la pareja o el hijo.

A veces la violencia se desata, pero la historia nos demuestra que generalmente ese conflicto ha sido alentado a conveniencia por quienes ostentan el poder. La brutalidad que se nos retransmite en un directo incesante nos hace sentir que estamos desamparados y esos tonos chulescos que a menudo se hacen presentes en políticos de allá, pero también de aquí, auténticos voceros de la grosería y el cinismo, nos llevan a poner en duda nuestra capacidad de influir en la deriva del mundo. Corremos el serio peligro de aceptar resignadamente que no pintamos nada, que nada está nuestra mano, que sale más a cuenta esquivar los charcos y ponerse a resguardo. Pero mi vida diaria contradice una y otra vez ese pesimismo que nos asalta, y seguro que a usted le pasa como a mí: si prestamos atención, vemos a tanta gente que de manera desinteresada se desvela por otros, que carga sobre sus espaldas el cuidado de sus viejos o el bienestar de sus hijos, que asiste a personas a las que apenas conoce por el puro deseo de ampararlas, que cuando la comparamos con esos líderes repugnantes que abusan de su poder para amedrentarnos y se sacuden su culpa sin que se les caiga la cara de vergüenza, deberíamos hacer acopio de toda la voluntad posible, que a veces flaquea, y tener confianza en nuestra contribución a que un día sean ellos los expulsados por el destrozo que dejan a su paso, aunque los platos rotos, como suele ocurrir, los paguemos todos.

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Borja Sánchez-Trillo
<![CDATA[Hombres al mando]]>https://elpais.com/opinion/2025-03-23/hombres-al-mando.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-03-23/hombres-al-mando.htmlSun, 23 Mar 2025 04:00:00 +0000Hay padres y madres de adolescentes que observan con aprensión la dependencia que provoca el smartphone en las mentes juveniles. Hay asociaciones de progenitores que debaten hasta dónde prohibir, hasta dónde tutelar, hasta dónde es lícito controlar. Hay hombres bienintencionados que no se explican por qué el pensamiento de sus hijos no circula por la línea del progreso prevista, sino que sin salir de su asombro los ven retroceder, porque alguien, no saben quién, anda inoculando ideas conspiranoicas en esas mentes tiernas. Hay hombres que se preguntan de dónde viene el contagio de esta toxicidad cuando ellos dicen haberse librado de la vieja masculinidad en la que fueron educados. Hay hombres que no quieren ver. Hay hombres que no escuchan ese runrún continuo que reciben los chicos desde el ciberespacio que les arroja a pensar que los buenos trabajos se los llevarán ellas antes que ellos porque la política de cuota, de chiringuito, de igualdad, las favorece. Hay chicos que creen firmemente en el ya célebre porcentaje que les atormenta, ese 80/20 que dicta que un 80% de las chicas se sentirán atraídas por el 20% de varones exitosos provocando que el resto se vea a sí mismos como losers, esa odiosa palabra, debiendo conformarse con el pelotón de chicas no deseables. Una regla acientífica que les arroja a la añoranza de un tiempo en que los varones gozaban del derecho a elegir. Hay muchachos que replicarán una trasnochada virilidad para ocultar complejos de los que van a culpar a esas muchachas que los desprecian. Hay padres que les advierten del peligro de las temibles chicas denunciadoras, que con apenas un roce pueden acusarlos de abuso. Hay padres que temen a las mujeres e inoculan a sus hijos esa desconfianza rencorosa.

Hay padres que se oponen a que los conceptos de igualdad circulen en las aulas, que consideran que la educación sexual es aleccionamiento ideológico y dejan esa asignatura en manos de las empresas de porno violento. Hay quien teme que hablar abiertamente de sexualidad arroje a los chicos al cambio de sexo. Hay también mujeres temerosas de ser borradas del mapa por personas que aspiran a convertirse en mujeres de pleno derecho, y ese miedo las conduce a concentrar su odio en un mínimo sector de población en vez de observar lo que de verdad ocurre. Que haya mujeres que elijan el mismo chivo expiatorio que aquellos hombres que están decididos a relegar a las mujeres a un segundo plano es una gran paradoja. Hay mujeres y hombres ciegos. Porque lo que observas hoy si te asomas con la mirada limpia a esta actualidad amenazante es que, mientras hay hombres que están liderando la matanza de los inocentes, hay mujeres y niños que mueren bajo sus bombas, víctimas sin voz de su destino. Mientras hay hombres que se reúnen para acordar el reparto del planeta, hombres tiránicos e invasores, hombres que amenazan con apropiarse de tierras y recursos ajenos, y hombres, a veces pobres hombres, que toman las armas, hay mujeres que sortean la catástrofe y tratan de hacer un nido para hijos y ancianos entre las ruinas. Aquellos que odian las cuotas se deberían relamer con esta visión inapelable: son los hombres quienes en abrumadora mayoría deciden la deriva del mundo. Aún más, es igualmente irónico que cuando han de tratarse en público estos temas transcendentales, analizarlos, glosarlos, suelen ser hombres también los que encuentran palabras como esculpidas en mármol para alentarnos a defender las causas justas. ¿No sienten nunca algo de vergüenza por llevar siempre la voz cantante?

Los dueños de nuestro destino han conseguido de manera sibilina y eficaz transmitir la idea de que son las pérfidas mujeres quienes poco a poco se están haciendo con el mando. Es la mayor fantasía de nuestros tiempos, una paranoia de orden planetario que penetra en mentes juveniles que han encontrado en esa causa un motivo al fin para la rebelión.

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JEAN-CHRISTOPHE BOTT
<![CDATA[Carlos Mazón, quinto milenio]]>https://elpais.com/opinion/2025-03-16/carlos-mazon-quinto-milenio.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-03-16/carlos-mazon-quinto-milenio.htmlSun, 16 Mar 2025 04:00:00 +0000Pues mire, sí, tengo nostalgia. Nostalgia de las películas del espacio de entonces, espacio pulcro, resplandeciente, sostenible, y también de aquellos misterios sin resolver que proponía el sabio de lo paranormal Jiménez del Oso. Hombres como mi padre se sobreexcitaban con las caras de Bélmez, la chica de la curva y, cómo no, el Triángulo de las Bermudas. Allá por 1974, una generación empachada de los milagros de la iglesia católica abrazaba la idea de que hubiera seres de otro planeta entre nosotros. ¿Es que no es infinito el universo para que los terrícolas aceptemos compartirlo? Los niños de mi quinta escuchábamos fascinados esas especulaciones. A mí, que mi padre creyera en eso me volaba la cabeza. Cruzábamos la Mancha en el Seat 1430, atentos por si de pronto un ovni aterrizaba ante nosotros, de la misma forma que hoy se te cruza un jabalí. Al otro lado del océano y una década anterior, el niño Steven Spielberg contempló con su padre una lluvia de meteoritos y eso alimentó una imaginación que fructificaría en Encuentros en la tercera fase. Ahí es donde mi fantasía sideral se quedó voluntariamente anclada. En cuanto al misterio del Triángulo de las Bermudas, ese espacio entre las islas Bermudas, Puerto Rico y Miami donde barcos de la envergadura de un carguero o aviones de transporte desaparecían como tragados por el agua o abducidos por el más allá, a mí me daban ganas de rezar por los desaparecidos. Lo edificante de estas historias es que eran una prolongación de los cuentos al amor de la lumbre: la luz del día restablecía la realidad y cada mochuelo regresaba a su olivo. Eran misterios que a los adultos les permitían volver a la infancia.

Yo creía ilusa que estas fantasías se daban por zanjadas, pero Iker Jiménez las actualizó envueltas ahora en un celofán político que de alguna manera las envilece. Los marcianos de entonces nos invadían para hacer el Mal o el Bien, pero los de ahora te dan la charla antivacunas, votan a Trump o son terraplanistas. Eso sí, quien ha revitalizado con inusitada fuerza el misterio irresoluto del Triángulo de las Bermudas ha sido Carlos Mazón. En este caso, contamos con un espacio pequeño y menos convulso, en el que los tres lados delimitan un triángulo entre el Ventorro, la Generalitat y el Cecopi. Del Ventorro a la Generalitat hay un paseíllo, de la Generalitat al Cecopi, unos veinte minutos en coche. Pero no nos dejemos engañar por un lugar tan casero y manejable: nuestro triángulo patrio también se traga a hombres que luego, como si volvieran de otra dimensión, no saben decirnos dónde han estado. La historia da para un libro mejor que el que escribiera Charles Berlitz en los 70 porque lo extraordinario es que, en teoría, hoy estamos permanentemente geolocalizados, nuestros pasos andan registrados por cámaras omnipresentes, nuestro móvil da cuenta de nuestros movimientos, y si no es a través del nuestro queda marcado en el de nuestros amigos. Siendo así: ¿qué poderosa e inexplorada fuerza abdujo a Mazón? ¿Se trató de una siesta? Del Ventorro al Siestorro, cosa que me explico porque hay tardes que salgo de la siesta como de otro planeta. ¿O fue lo que se llama “un dormir la mona”? Lo cual integraría el misterio en el saco de las sagradas costumbres mediterráneas. Un subgénero paranormal-cañí que puede dar mucho juego.

La otra noche en el programa 59 segundos el actor Miguel Rellán, invitado para hablar de la pandemia como superviviente del virus, se saltó inesperadamente el tema y de pronto, como poseído, preguntó: pero… ¿y por qué no hablan con la periodista que comió con Mazón? Se produjo un silencio incómodo. Yo comprendo a Rellán. A menudo, cuando se habla de rearme, aranceles o Ucrania, me gustaría gritar, pero, coño, antes tendremos que saber en qué punto del triángulo se encontraba Mazón. Si no resolvemos el enigma nos quedaremos atrapados, como en el agujero del gusano.

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Mònica Torres
<![CDATA[Un Oscar para Trump]]>https://elpais.com/opinion/2025-03-09/un-oscar-para-trump.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-03-09/un-oscar-para-trump.htmlSun, 09 Mar 2025 04:00:00 +0000¿Quién dijo que la ceremonia de los Oscar no estuvo tan politizada como aquellas ediciones en las que los premiados blandían su premio como una espada? Si ha habido una gala donde la política se respiraba fue sin duda esta. Hay ocasiones en las que el silencio es más elocuente que las palabras y ocurrió que los artistas aceptaron callar el nombre de quien está poniendo en peligro todas esas causas que reunidas configuran la defensa de unos derechos en franco retroceso. Esa omisión consiguió que el influjo amenazante de Donald Trump no dejara de sentirse. Atrás queda aquel Marlon Brando que escenificó con la presencia de la indígena Littlefeather la defensa de los indios americanos; atrás, mujeres imbatibles, como Jane Fonda (sigue hoy sin callarse), arrestada cuatro veces en su vida, la más sonada, contra la guerra del Vietnam. Adónde queda un discurso como el de Michael Moore señalando al presidente Bush por la invasión de Irak; adónde la furia de Meryl Streep en los Globos de Oro de 2017 contra Trump por burlarse de los débiles. Hoy el miedo es tan paralizante como cuando los artistas temían ser incluidos en la lista del senador McCarthy. Orson Welles expresó entonces su diagnóstico: los progresistas no quisieron perder sus piscinas.

El propio presentador, Conan O´Brien, navegó sobre ese tipo de humor consistente en pullas contra los artistas que ya resulta cargante. Era extraño y desesperanzador. Si viéramos esta ceremonia dentro de diez años no hallaríamos rastro de este mundo a la deriva. No siempre las galas han de convertirse en plataforma reivindicativa, pero en esta ocasión se esperaba alguna señal de aquellos que tienen en sus manos un altavoz inconmensurable. Fue justo y emotivo el recuerdo a las víctimas de los incendios, que, por cierto, no son un castigo divino sino una consecuencia de ese terreno en falso sobre el que se construyó Hollywood, pero alguna vez alguien podría recordar a esos cientos de miles de personas que a dos pasos del teatro Dolby ya vivían a la intemperie antes del desastre. Fue la gran fiesta de la omisión: ¿no había manera de que Adrien Brody conectara la historia del arquitecto judío huido del nazismo con la masacre palestina? Por fortuna, los directores palestino-israelíes de No other land supieron aprovechar su momento para expresar un desesperado deseo de convivencia. Fueron aplaudidos, pero no secundados con palabras que hicieran referencia a nuestro presente. Todos los discursos se refugiaban en el argumento concreto de las películas, sin referencias a la preocupante deriva mundial: desde un director, Sean Baker, resucitador del cine independiente, manifestando empatía por las prostitutas, hasta Zoe Saldaña, celebrando ser la primera dominicana premiada. Cada uno de ellos podría haber hecho de sus palabras un canto general que incluyese a quienes hoy son las primeras víctimas del nuevo régimen: inmigrantes, mujeres, homosexuales, personas transgénero, funcionarios, informadores, científicos, cualquier profesional que se manifieste contra el primer rey americano. Decía el gran showman Stephen Colbert que muchos espectadores no estadounidenses le escribían manifestando su solidaridad. Por desgracia, las consecuencias de la victoria trumpista nos afectan también a quienes no tuvimos derecho a voto. Pero, a quién votar: ¿dónde están los celebrados Obama, los influyentes Clinton, la burbujeante Kamala Harris? Aparecen solo si los votos les sonríen. Han delegado en la sociedad civil la ardua tarea de la rebelión. Ya lo predijo Ursula K. Le Guin en un 2014 que parece ser hoy mismo: “Todo poder humano puede ser resistido. Vienen tiempos difíciles y necesitaremos la voz de escritores que puedan vislumbrar alternativas a la forma en la que vivimos ahora, que sepan ver en una sociedad asolada por el miedo y sus tecnologías obsesivas otras formas de convivir e incluso encontrar motivos para la esperanza”.

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ALLISON DINNER
<![CDATA[Nadie se librará del caos]]>https://elpais.com/opinion/2025-03-02/nadie-se-librara-del-caos.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-03-02/nadie-se-librara-del-caos.htmlSun, 02 Mar 2025 04:00:00 +0000La suerte estuvo de nuestra parte. Hablo de mi generación. Nacimos en los sesenta y nuestra infancia, a pesar de la dictadura, fue ya en color, amparada por unos padres emprendedores en la urbe pero con fuertes lazos rurales que nos permitieron disfrutar de dos mundos que se complementaban y nos hacían mejores. Hemos tenido suerte. Cuando comenzó la democracia éramos adolescentes y nuestra juventud transcurrió, a pesar del demonio de la heroína, en el momento más despreocupado del siglo XX. La suerte nos sonrió. Nuestros padres se adaptaron a los tiempos y, aunque muchas noches perdieran el sueño, nos concedieron pronto la libertad de la que ellos habían carecido, y se sumaron rápido a saborear el placer de expresar su opinión sin miedo.

Tuvimos la suerte de poder acceder a la universidad con la perspectiva de un trabajo futuro, sin el consabido coste de los másteres. Encontramos alquileres que se adaptaban a nuestros sueldos bajos, en eso tuvimos esa suerte. Como la tuvimos también de no padecer la sombra de la posguerra que había marcado a nuestros padres. Fuimos aspirantes todos, padres e hijos, a pertenecer a esa Europa avanzada que había inventado la sociedad del bienestar. Criamos a los niños ochenteros de manera desprendida, aunque nuestra niñez hubiera sido mucho más austera y, a pesar de que haya quien afirme que los malcriamos, hoy pienso que el esplendor de aquella infancia es un escudo que les protegerá de la intemperie de por vida. Quiero creerlo.

Ahora, cuando esos hijos se han hecho mayores y andan buscándose como pueden la vida, cuando parecía que el argumento de nuestra biografía nos iría conduciendo plácidamente hacia el final del tercer acto, nos hemos encontrado con giros inesperados de guion que nos perturban aún más por haber tenido aquella suerte, la de haber crecido en un lugar privilegiado y en una época que ahora podemos juzgar como excepcional si comparamos nuestro origen con el de personas abocadas a la miseria.

No escribo esto cargada de nostalgia sino afectada por una incertidumbre que algunas noches amenaza con robarme el sueño. Escuchaba esta semana al expresidente Zapatero decir que en cuestión de tragedias humanas no había un siglo comparable al XX por haber padecido dos guerras mundiales. Es muy posible que cuando Stefan Zweig se quitó la vida pensara no solo en el acabamiento de su ayer sino en la imposibilidad de un futuro en el que se reparara todo el dolor causado.

Por mucho que hoy los psicólogos de la positividad prediquen que está en nuestras manos modelar nuestros sueños, cada cual vive prisionero de su tiempo. Este es el nuestro: un presente inquietante que se fue gestando desde principios del XXI y que se nos muestra cada día, cada hora, tan violento y disruptivo que nos resulta casi imposible metabolizarlo. De una punta a otra del mapa manejan los hilos hombres imbuidos de crueldad, soberbia, delirios de grandeza. No ocultan ni enmascaran sus fechorías, se sienten orgullosos de ellas. Exhiben el horror para que no dudemos de su amenaza: desde el proyecto de construir una ciudad de vacaciones sobre las ruinas donde aún palpitan las almas de los inocentes hasta la intención de cobrarse la paz de un país saqueándolo, abroncando al presidente de la nación invadida ante las miradas de todo un planeta.

Quienes afirman que esta barbarie es una respuesta a lo woke están de alguna manera justificando esas chulerías. Si es que ibais provocando, parecen decir una vez más. Pero son tan insensatos como esos inmigrantes venezolanos en Estados Unidos que pensaban que Trump les daría un trato preferencial o como esos voxeros que se presentan como defensores del campo y luego agachan la cabeza ante el rey de los aranceles. De este peligroso caos no saldrá ganando nadie. Y a los tontos de turno que aprovechan para hacer chanza de lo woke tal vez les llegue el momento de arrepentirse. Nadie aplaudirá su servidumbre.

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Daniel A. Varela
<![CDATA[El chico tiene miedo]]>https://elpais.com/opinion/2025-02-23/el-chico-tiene-miedo.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-02-23/el-chico-tiene-miedo.htmlSun, 23 Feb 2025 04:00:00 +0000Nos conocimos en 2004 en Nueva York y fue una amistad a primera vista. Era una chica de Boston, de clase obrera, orgullosa de serlo, experimentada, valiente, sarcástica con todo aquello que pudiera oler a esnobismo, porque a ella lo cool ni le atraía ni le correspondía, pertenecía al batallón de trabajadores que no suele protagonizar esas películas que tienden a hacernos creer que esa ciudad es la mejor para vivir aventuras cuando se es joven y se tiene tiempo. Si John Cheever la bautizó como la ciudad de los sueños rotos es porque los advenedizos, estadounidenses o no, llegan con las expectativas muy altas y luego se dan de bruces con la realidad. Mi amiga Jane no tenía tiempo ni dinero para perderlo en restaurantes, compartía piso en un barrio alejado a una hora de donde trabajaba y algunas noches volvía a casa, como tantos neoyorquinos, cenando en el metro. Un buen día se largó, dejó atrás esa vida extenuante y regresó a casa. Es una historia común y, sin embargo, la menos contada. Su viejo barrio volvió a acogerla. Cumplió entonces su deseo de ser madre, pero sola, porque no encontraba hombres a su altura. Aunque pequeña y enjuta, Jane esconde un gigante en su interior. La niña llegó y ella se esmeró en que fuera una niña feliz y cultivada. En esta nueva vida trabaja con criaturas con discapacidad y tiene esa convicción que una encuentra en algunos estadounidenses voluntariosos de que con su trabajo mejoran el mundo. Es la mujer fuerte entregada a los débiles. Me escribía contándome cómo el buen trato mejoraba la vida de niños muy difíciles. Hace unos cuatro años me confesó que andaba preocupada por su hija. La persona que más quería en el mundo flaqueaba, lloraba y ella no alcanzaba a saber el motivo. Una noche, de madrugada, el secreto de la tristeza le fue revelado: “No soy una niña, mamá”. Lo había intentado fingir por agradar a su madre, ponerse vestidos, adoptar ciertas maneras copiadas de sus compañeras, pero ya no podía más. Comenzaron las visitas al pediatra, al neurólogo, al psiquiatra. La niña llegó a confesar en la consulta que si no le prescribían pronto un tratamiento que le bloqueara las hormonas se tiraría por un puente. Durante un tiempo se autolesionó. Y así fue cómo comenzó la travesía o transición. Primero fue lo más fácil, el cambio de nombre, luego las inyecciones que le devolvieron, literalmente, la serenidad. Volvía a sonreír, ahora como un niño.

No puedo abordar este asunto desde una perspectiva teórica, siempre he comprendido mejor el mundo a través de pequeñas historias a las que presto toda mi atención; debe ser porque mi pensamiento responde más a lo literario que a lo abstracto, de tal forma que haber seguido los pasos de este muchacho hoy adolescente a través de las cartas (mails) de su madre y de las fotos que ella me ha ido mandando me ha hecho entender el proceso, la preocupación materna, la voluntad inquebrantable de una madre que siempre ha prestado amparo, y algo más arduo de expresar que se advierte mirando las fotos: el chico cambió de género pero la sonrisa inocente y traviesa le definirá siempre.

Hoy madre e hijo están muy asustados. Procuran rodearse de un círculo de personas sensatas, racionales, compasivas, tan asustadas como ellos. En el discurso de toma de posesión, Trump anunció que en Estados Unidos solo existirían a partir de ese momento dos sexos, una insólita amenaza referida a la intimidad de la ciudadanía convertida ya en realidad con la retirada de fondos a cualquier organismo que huela a diversidad, cuotas, tratamientos médicos o investigación. Este desprecio viene siendo transmitido en directo riguroso y escuchado, como en el caso de la inmigración, por la población afectada. El chico de mi amiga teme que le retiren el tratamiento y teme por su madre, piensa que pueden acusarla de inducir a un menor de edad a cometer un delito. Es una pequeña historia que resume el pánico de todo un país.

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David Ryder
<![CDATA[La herida que no se cura]]>https://elpais.com/opinion/2025-02-16/la-herida-que-no-se-cura.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-02-16/la-herida-que-no-se-cura.htmlSun, 16 Feb 2025 04:00:00 +0000De entre todas las fechas que se rememoran con más o menos solemnidad en el calendario público, se me cuela a mí todos los febreros el día del nacimiento de mi madre. Es algo tan íntimo y tan perdido en un tiempo que ni tan siquiera era el mío que me resulta asombroso traerlo hoy aquí, a estas páginas en las que seguramente se impondrá una vez más la evidencia de estos tiempos amenazantes. Espero que me comprendan. Un día de febrero me permito obviar el ruido del mundo y rebuscar entre los recuerdos de esa mujer con la que compartí pocos años de vida. ¿Qué queda en la memoria de una madre a la que no has conocido a lo largo del tiempo?

Espero que los psiquiatras, expertos en la edición constante de nuestros recuerdos, me permitan asegurar que de mi madre aún permanece la voz, que se hace presente en la mía cuando canto una canción de las que ella entonaba; me queda en el tacto la anchura y lo mullido de esas caderas sobre las que dormí, lloré y exigí atención con todo el egoísmo de quien se sabe querido y conservo el olor, ese olor suyo y solo suyo que la hacía distinguible entre todas las mujeres. Si es que lo invento, se entenderá que hay fantasías que tejen su benéfica labor de consuelo.

Leo en estas mismas páginas una historia que a buen seguro no llenará el tiempo de las tertulias y cuyo desenlace tal vez no sabremos: a la pareja formada por Yumara, de 19 años, y Abdel, de 32, los servicios sociales de Castilla-La Mancha le han retirado, hasta la resolución del juez, la custodia de su niña recién nacida. En el espléndido reportaje de Patricia Ortega Dolz se puede escuchar la conversación de un técnico de Bienestar Social con la pareja en la que ellos tratan de revertir la decisión sin éxito y él les comunica que de momento la separación es irrevocable. La bebé, cuenta la crónica, se había agarrado ya al pecho de su madre. Solo una parturienta puede comprender el alcance de este acto: se trata de ese momento esencial en que una recién nacida siente el penetrante olor de quien la ha custodiado durante nueve meses y, alentada por ese reconocimiento, mueve la cabeza desesperada hasta que encuentra el pezón rebosante de leche hasta que se activa en ella el milagroso instinto de chupar.

¿Cuáles son las razones que ofrecen las autoridades para interrumpir este encuentro que no por ser común deja de constituir cada vez que ocurre un pequeño milagro? Yumara, la joven madre, pasó su infancia tutelada por los servicios sociales de Toledo y esos años traumáticos la inhabilitan, al parecer, para cuidar a su hija. Yumara, cuando recibió la noticia que la arrojaba de nuevo al desamparo, se desmayó. Reaccionó como cualquier madre despojada de lo suyo, más aún si cabe por haber carecido en la niñez del cobijo de unos padres. Yumara no es lo suficientemente inteligente para alimentar a su bebé, pero resulta que la cría se aferró a ella; no tiene madurez para cuidarla, pero las fotos muestran con cuánto primor había preparado una habitación con la cuna vestida ya y la ropilla colgada en perchas diminutas. Yumara carece de asistencia familiar, pero ahí estaba la pareja, Abdel, reclamando su paternidad y exigiendo no ser ninguneado.

Esto me lleva a preguntarme a cuántas madres les hacen tests de inteligencia, de solvencia emocional, cuántas de nosotras hemos salido de la clínica con un bebé en brazos, aturdidas, muertas de miedo y sin saber cómo el amor podría suplir todo aquello que desconocíamos de la crianza. El gobierno regional afirma que hay que respetar el procedimiento. ¿No había otra manera de velar por ellas? El problema de este insensato procedimiento es que mientras los expertos esperan el veredicto, hay una criatura que deberá aprender a vivir sin el olor de su madre, sin el pezón al que se enganchó, sin esa leche que ya no sabrá como ninguna. Puede que la niña ya haya entrado en un proceso de olvido y esa es una herida que jamás se cura.

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<![CDATA[Dónde queda el perdón]]>https://elpais.com/opinion/2025-02-09/donde-queda-el-perdon.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-02-09/donde-queda-el-perdon.htmlSun, 09 Feb 2025 04:00:00 +0000A raíz de la película Heretic Hugh Grant se ha visto sometido a redundantes entrevistas sobre la religión. Es el signo de los tiempos: las películas ya no responden a argumentos sino a temas, al igual que las novelas, y los actores han de llevarse la lección aprendida. Te puede caer muerte, maternidad, trauma, te puede caer período histórico, te puede caer terrorismo, vivienda o sexo en la senectud, y durante ese agotador tiempo que se dedica a la promoción habrás de hacer como que te has convertido en experta en el tema, dejando al personaje interpretado como mero médium de un asunto candente. Hay ocasiones felices en las que un actor convierte el dichoso tema en algo personal y declara cosas interesantes. El tema que le tocó a Hugh Grant era Dios, siempre un hueso, pero el cómico respondió con reflexiones agudas que parecían suyas, no prestadas. Dijo Grant, por ejemplo: “No soy creyente y mi posición sobre el papel de la religión ha ido cambiando. Con el paso de los años he notado que los países católicos que visito parecen tener una mejor experiencia humana de la vida que los países protestantes”. Sabe de lo que habla y se atreve a decirlo. Y es que pesar del melodramatismo de los oficios católicos, cargados de sangre, lágrimas y santas mutiladas, hay en esas representaciones un arte que permite al individuo sentirse espectador de su propia fe, respirar más allá de ella, como ese público fiel que disfruta del Misteri de Elche. El protestantismo puritano, en cambio, conforma al creyente desde dentro y lo vuelve implacable a la hora de juzgar y refractario al perdón.

En ese país, EE UU, donde nos advertía Scott Fitgerald que no existían las segundas oportunidades, la cultura se ha dejado siempre definir por la herencia puritana. No son los woke, como afirma ahora la derecha, quienes han inventado la censura, es algo que viene de lejos, de siempre, que imprime el carácter colectivo desde el fanatismo religioso que construyó país. Ambos, progresistas y reaccionarios, han echado mano siempre de la misma penitencia: convertir a los pecadores en invisibles para que sufran el peor castigo social que un ser humano puede padecer. Algo peor que responder de tus delitos ante un juez es experimentar el rechazo social. No recuerdo ahora si fue Bergman quien contaba que uno de los castigos que le infligían de niño (su padre era pastor luterano) era ignorarlo hasta el punto de que sintiera que los demás no registraban su presencia. El niño acababa tirado en el suelo, con un ataque de nervios. Una vieja tortura que ya perpetraban los Omeya: decretar que un determinado individuo dejaba de existir mientras los otros fingían que no lo veían. Una experiencia que, bien se sabe, conduce a la locura.

Los ciudadanos americanos comprenden sus reglas, se han educado con ellas, forman parte de su cultura. Son capaces de borrar al primer actor de una serie o desterrar de la gloria a un cómico haciendo como que jamás existió, como lo fue en otra época repudiar a una actriz por adúltera. La exclusión pública responde a un juicio popular, a una especie de lapidación hoy en día virtual ante la que las empresas reaccionan clavando el estoque definitivo. Lo terrible es que la cultura imperial es tan avasalladora que estamos calcando sus leyes. El castigo que ha recibido Karla Sofía Gascón es tan cruel que ha sepultado sus viejas bravuconadas. Nadie merece el aislamiento social. Y todos los que han tirado una piedra quedarán como hipócritas. Hipócrita Jacques Audiard que cubre con los errores de la actriz los suyos propios y se da golpes de pecho para no verse perjudicado. Hipócritas quienes la aplaudían y ahora no la llaman para no mancharse. El peor castigo es el que te propinan los tuyos para no verse salpicados. La negativa de una editorial española a publicar su biografía es el último disparate. Allá ellos con sus Oscar, pero ¿dónde fue a parar nuestro perdón?

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Stephane Mahe
<![CDATA[Karla Sofía Gascón: más allá de la identidad]]>https://elpais.com/opinion/2025-02-02/mas-alla-de-la-identidad.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-02-02/mas-alla-de-la-identidad.htmlSun, 02 Feb 2025 04:00:00 +0000Ya decía Primo Levi que el mero hecho de ser víctima no ennoblece a nadie. El sufrimiento no mejora el carácter, no hace buena a la persona ni tienen por qué doblegar el corazón si es que uno lo tiene duro. Las víctimas son la prueba fehaciente del horror y merecen el respeto y el reconocimiento social, la reparación, el recuerdo constante para que la ignominia no vuelva a repetirse, pero eso no quiere decir que la razón esté siempre de su parte. Esta es una verdad difícil de sostener en un presente en el que la condición de víctima se ha convertido en el paso imprescindible para alcanzar una especie de santidad laica que eleva a una persona a los altares en representación de un colectivo. Con cierta incomodidad contestó Caroline Darian, la hija de Gisèle Pelicot, cuando le preguntaron en la presentación de su libro, Y dejé de llamarle papá, qué le parecía que hubiera una iniciativa en Francia para proponer a su madre al Premio Nobel de la Paz. Darian, la primera admiradora del coraje que ha mostrado Gisèle, se preguntaba por qué la gente sentía esa necesidad de convertirla en una especie de musa. Mi madre, decía, abrió las puertas de un juicio para que los culpables no se refugiaran en el anonimato, algo que de paso ha servido para que se mostrara cómo el sistema judicial permite, en demasiadas ocasiones, que los defensores del culpable basen su estrategia en hurgar en la herida de las víctimas y hacerlas sentir humilladas. Pero mi madre, añadió Darian con amargura, no necesita eso, no necesitamos eso, hay muchas víctimas que luchan como hemos luchado nosotras.

Lo que ha ocurrido esta semana con Karla Sofía Gascón es, sin duda, una historia de este presente en el que los giros de guion nos asaltan. Al aplauso celebratorio del trabajo cinematográfico de Gascón se sumaba la necesidad imperiosa de convertirla en una suerte de heroína de nuestro tiempo y los dos logros, el relativo al arte y al activismo, confluían en un mismo ser verdadero para regocijo de quienes han decidido que cada película ha de abanderar una causa. Pero hay un gran peligro en asumir ese papel protagónico de carácter moral cuando se aspira a algo tan codiciado como un Oscar, y es que siempre van a escarbar en tu pasado. Lo hacen con cualquiera. No hay que buscar motivos conspiranoicos. Ahora cuentan con ese arcón de la estupidez que son las redes, donde si se aplican a ello pueden encontrar rastros de algunos pensamientos mezquinos, muy contrarios a la imagen pública que estamos abanderando en el presente. Y este es también un relato de nuestro tiempo, porque al pecado descubierto sigue el consabido perdón y con algo de suerte llegará la redención. Ha sido un argumento común en la narrativa americana. Hay otro elemento en danza que debiera hacernos reflexionar: dividir las identidades en compartimentos estancos está siendo perturbador para la causa general de los derechos humanos. La identidad, la condición sexual, racial, cultural o religiosa no puede convertirse en un parapeto que nos protege y nos exime de cualquier responsabilidad con los otros. Cuando tras pedir disculpas la actriz afirma que precisamente el hecho de haber recibido desprecio por su condición le permite hoy empatizar con el dolor de otros seres humanos, leo sus palabras y asiento: es que así debe ser, pienso, y así debiera haber sido para que sus buenas intenciones fueran hoy del todo fiables. Es una historia de tantas que se vienen sucediendo y que conducen a preguntarse cuánto trabajo debe hacer la izquierda para atar de nuevo los cabos, los cabos que nos unen más allá de lo singular de cada identidad; cuándo encontraremos esa causa común para que quien exige reconocimiento y respeto hacia su condición sea capaz también de tenerlos hacia quienes no son del mismo colectivo, asumiendo, aunque duela, que puedes ser víctima de un prejuicio y a un tiempo culpable de albergar otro.

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<![CDATA[Yo también estoy con ella ]]>https://elpais.com/opinion/2025-01-26/yo-tambien-estoy-con-ella.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-01-26/yo-tambien-estoy-con-ella.htmlSun, 26 Jan 2025 04:00:00 +0000En 2009, por cosas que no vienen a cuento, me vi en Nueva York enfrentando una mudanza yo sola. Llegó la víspera y los del nuevo edificio me empezaron a pedir papeleos del seguro que yo, ignorante, no había cumplimentado. Paralizada, me senté en el suelo de aquel piso vacío y pensé en rezar. No hizo falta, porque apareció un ángel. Se llamaba José Fernández, neoyorquino de origen puertorriqueño, decorador que venía a hacerme algunos arreglos. El hombre, como un personaje de Frank Capra, se ofreció a ayudarme. Le invité a comer; le hubiera puesto un piso. Nos hicimos casi amigos. Me dijo que vivía en Times Square. ¿En Times Square, donde los teatros? Sí, allí vivía él con su marido, pastor episcopaliano de una iglesia ubicada en el mismo corazón del musical. Nos invitaron una noche al templo, escuchamos una misa cantada y subimos luego al apartamento de José y del padre Jay, que se quitó el alzacuello como el ejecutivo se quita la corbata y sin bendecir la mesa disfrutamos de una cena deliciosa hablando de cine español, que les fascinaba. Al salir a la calle, expuestos a la algarabía incesante de Broadway, desconcertados como Michael Keaton en Birdman cuando se ve desnudo en medio del gentío, pensé que siempre hay personas tan bondadosas que consiguen crear un remanso de paz en medio de la batalla. Quise casarme allí, en la cuna del musical, bendecida por ese buen pastor, pero se me tachó de fantasiosa.

En 2012 un joven y brillante pianista de Picanya, Antonio Galera, me escribió diciéndome que iba a estar de paso en Nueva York dos días y que si le conseguía un piano me daba un concierto. Nunca le pregunté si lo había propuesto en serio, pero para mí se convirtió en un reto. Pregunté en los centros españoles y nada, entonces recurrí a una vecina del barrio, María José Pascual, valenciana proclive al mecenazgo, y entre las dos encontramos una iglesia, la West End Collegiate Church, dirigida por una mujer, la pastora Cynthia Powell, a su vez directora de la Stonewall Chorale, el primer coro de gays y lesbianas en EE UU, inspirado en la histórica defensa de los derechos gays a raíz de las manifestaciones del año 69 contra las redadas policiales en el mítico bar del West Village. El joven Galera pudo tocar y no solo para mí, allí asistió un nutrido grupo de vecinos que disfrutó de una velada con ecos de lo mejor de España. Luego cenamos con la arrolladora pastora, su mujer y otras amigas. Galera y Powell establecieron un vínculo afectivo que dura hasta hoy y que le facilitó al músico conexiones con algunos festivales prestigiosos del Estado.

La obispa Budde tenía pensado articular su sermón en torno a honestidad, dignidad y humildad, pero al escuchar las palabras de Trump en su ceremonia de posesión sintió la llamada de una obligación moral, la de añadir un cuarto elemento: el ruego urgente por la compasión, por la misericordia, una petición dirigida a un mandatario que esquivaba su mirada desde uno de los bancos de la fastuosa Catedral de Washington. No fue fácil para esta mujer irrumpir con la verdad en un templo plagado de súbditos de Trump, pero pensó que debía ser la voz de los que no la tienen. No era la primera vez que plantaba cara al gigante, ya en 2020, cuando vio al hoy presidente blandir airadamente la Biblia después de que la policía disolviera con violencia a los manifestantes que clamaban a favor de la justicia racial, Budde expresó su indignación en un artículo de The New York Times contra un gesto que consideraba opuesto a las enseñanzas bíblicas.

Hoy he visto a la pastora Cynthia Powell animando a agradecer a Budde su valiente sermón. Aparece en su petición una foto de la obispa sonriente y una frase que reza: I´m with her. Yo también estoy con ella. Cuando la Iglesia Católica admita la diversidad en sus predicadores se acercará más a su doctrina, aquella que dice desear que la paz esté con nosotros.

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WILL OLIVER
<![CDATA[La temible ‘broligarquía’]]>https://elpais.com/opinion/2025-01-21/la-temible-broligarquia.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-01-21/la-temible-broligarquia.htmlTue, 21 Jan 2025 19:17:40 +0000En realidad, Donald Trump no ha dejado de ser fiel a lo que en su día expresó como un principio moral: si eres famoso, puedes hacer cualquier cosa, ir por la Quinta Avenida, dispararle a alguien y salir indemne. Quienes sostenían que las sólidas instituciones americanas servirían de contrapeso a su delirio se equivocaron: esas instituciones están hoy en gran parte a su servicio, cuando no esclavas de sus decisiones. El pueblo americano respalda masivamente a un individuo que presumía de agarrar por el coño a las mujeres, que instó a una multitud a asaltar el Congreso y se ha zafado de la justicia, que convenció a una mayoría de que le había sido arrebatada una victoria electoral y que convive con el hecho de haber sido declarado culpable de 34 cargos por los pagos que le hiciera a la actriz Stormy Daniels para callarle la boca. Esto no le resta sino que le suma, así son estos tiempos y así hay que entenderlos, asumir de una vez por todas que un tipo tan ridículo como ridiculizado ha conseguido que de tanto actuar como un elegido de Dios haya acabado pareciéndolo: este es el hombre al que el Todopoderoso salvó la vida de un atentado con el fin de que salvara de la derrota al pueblo americano.

Sería incierto afirmar que es la primera vez que en el protocolo grandilocuente de la toma de posesión de un presidente aparece Dios haciendo un cameo. Dios está, por decirlo en palabras bíblicas, omnipresente, colándose en las bienintencionadas o en las odiosas ideologías americanas, siempre al lado del que gana, por supuesto. Dios en USA no es un cualquiera, ya lo dicen los billetes, In God We Trust, es decir, Dios está activamente a favor del sistema capitalista. Tampoco es nueva la retórica del hombre hecho a sí mismo, aunque en el caso de Trump sea una falacia, ni la creencia ciega de que forman parte de un gran país, del mejor. Ese discurso invade las películas, la música, la literatura, el habla de las personas corrientes, es la creencia que les sostiene, incluso cuando sufren una vida miserable. Lo que ha ocurrido con Trump es que estos mandamientos que habitan el alma de un pueblo y que en algún momento destilaban algún tipo de emoción han perdido cualquier huella de épica o romanticismo para vulgarizarse hasta un extremo que al que no está invitado a la fiesta le dan vergüenza y miedo. Es el síntoma de una decadencia cultural y ética. El solo espectáculo de ver a un pastor negro, Lorenzo Sewell, sumándose al extraño lenguaje corporal que tiene toda esa troupe, tratando de imitar el tono solemne de Martin L. King e incluso repitiendo las palabras ya sagradas de su célebre discurso, Free at Last, Free at Last, es el colmo de la desvergüenza.

Pero el presidente Trump, el firmador compulsivo de decretos, se ha rodeado en esta ocasión de un batallón de brothers —hasta los niños de pecho españoles usan la palabra—, Musk, Bezos, Zuck, Thiel, Andreessen, que le refuerzan en la ideología de la impunidad. Al fin tiene Trump quien le escriba la parte teórica. Había que observar que en la Rotonda del Capitolio todos estos multimillonarios tecnológicos fueron situados delante del equipo del nuevo Gobierno, mostrando así quién goza de más influencia. La ideología de los Broligarcas ha nacido más de un amor por la ciencia ficción que por la realidad. Todos quieren actuar sin límites: en la tierra, en el espacio y en el tiempo. Ya se encargan de financiar startups para retrasar el envejecimiento y con la esperanza de burlar la muerte. Esto ya estaba escrito por Asimov o por Stephenson, pero ellos lo han asumido de manera literal. Como Andreessen escribió: “Creemos en la ambición, en la agresión y la persistencia, en la fortaleza, vamos a muerte, sin descanso”. Son hombres imbuidos por la idea de que solo los varones de alto rango están destinados a dirigir nuestro futuro. Y esto es lo que hay.

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SAUL LOEB
<![CDATA[Bebés jefazo]]>https://elpais.com/opinion/2025-01-19/bebes-jefazo.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-01-19/bebes-jefazo.htmlSun, 19 Jan 2025 04:00:00 +0000Por motivos estrictamente personales, he visto cinco veces el asombroso filme El bebé jefazo. Al principio me arrancaba una risa irreflexiva, pero al quinto visionado aprecio en ella un mensaje premonitorio: se adelantó al hecho ya innegable de que Bezos, Zuckerberg y Musk se hayan convertido, malévolos como suelen serlo las mentes infantiloides, en los cabecillas de esta plutocracia planetaria. Son bebés jefazos con un cohete en el pantalón, como cantaban C. Tangana y Calamaro, orgullosos de albergar entre las piernas una potencia incontenible. Un cohete en el pantalón tienen estos muchachos, ridículos en sus formas, que denigran al Estado cuando no les beneficia, se aprovechan de él para campar a sus anchas y han encontrado en la carrera espacial un terreno inexplorado para marcar paquete. Alucino cuando hay quien aún se pregunta si la humanidad sacará algo en claro de este extraordinario interés por el espacio. Como si en este juego de conquistar el universo cupiera en los hombres más ricos del planeta un afán filantrópico. ¿Es que no es está suficientemente claro que dichos cohetes proceden de sus braguetas y que ahora mismo están concentrados en una lucha espacial para dirimir quién lo tiene más grande?

Cuántas veces en los primeros tiempos de las críticas al sexismo de la industria juguetera se denigraban las muñecas y se instaba a comprar a las niñas un camión, una hormigonera, un coche deportivo. ¿Por qué no al contrario? ¿Éramos estúpidas las niñas por jugar a ser maestras, a ser doctoras o, incluso, permítaseme el ternurismo, a ser madres? Ahora que vuelve el hombre desacomplejado, como así anunció Zuckerberg en esas declaraciones en las que lamentaba haber tenido el cohete inactivo tanto tiempo, vuelve de su mano la idea de que no puede entenderse a un varón sin esa violencia que al parecer lo define; un varón herido por haber sido castrado socialmente. Pero Zuckerberg miente: esa exhibición testosterónica no es más que pavor a ser excluido del batallón de bebés que pretende engordar aún más su fortuna con Trump. Su epifanía es producto de la codicia, pero también de la cobardía que define a aquellos que se las apañan para secundar siempre al que manda, más aún si el que manda es antidemocrático y favorece el negocio abusivo. Se ha atribuido a Albert Einstein aquello de que si se diera el caso de que en una tercera guerra mundial se usaran armas atómicas, en la cuarta los hombres se armarían con palos y piedras. A veces me pregunto si esta insensata proliferación de testosterona que estimula la vanidad y la violencia pudiera llevar a los palmeros codiciosos de Trump a matarse entre ellos.

El haberme criado sobre ruedas me llevó a detestar la velocidad: me gusta conocer las ciudades al ritmo de mis pasos y cuando viajo en coche exijo que se respeten mis temores a tener un accidente. En la ciudad, el ritmo se ha acelerado. De Madrid han desaparecido los guardias de antaño y se ha contagiado el estilo chulesco. Las motos corretean por las aceras, los temibles patinetes invaden el paseo y de vez en cuando un idiota al mando de un cochazo araña el asfalto dejando un rastro de ruido y sobresalto. Los autobuses se arriman tanto al filo de la acera que una sueña con que le siegan la cabeza. No hay frenos para este mundo donde, según Bebé Zuckerberg, la agresividad es una muestra de que nuestra sociedad despierta tras un cierto culto a la blandura. Cuando vas a cruzar por un paso de cebra, son muchas las ocasiones en que el conductor en vez de pararse te saluda, como si quisiera decirte que invade tus derechos, pero, oye, que de buen rollo, eh. Y por qué se va a esperar algo más de la ciudadanía si un senador del PP, expresidente de la Diputación de Ourense, José Manuel Baltar, lleva años burlando una multa de tráfico por ir a casi o a más de 200 kilómetros por hora. Un adelantado a su tiempo, un jefazo, no bebé, sino de los de antes.

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Brandon Bell
<![CDATA[Los buenos y los chulos ]]>https://elpais.com/opinion/2025-01-12/los-buenos-y-los-chulos.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-01-12/los-buenos-y-los-chulos.htmlSun, 12 Jan 2025 04:00:00 +0000Si el CIS, un suponer, realizara una encuesta en la que preguntara a los ciudadanos en qué grupo humano se situaría por sistema, si en el de los ofensores o en el de los ofendidos, el grupo de los segundos ganaría por goleada. Es probable que el problema fuera de la pregunta, como suele, pero no todo cabe achacárselo a maniobras tezanescas en la oscuridad, la realidad es que las personas tendemos a creer que la maldad está siempre al otro lado. Por eso sorprende cuando un tipo como Mauro Entrialgo, artista que procede del underground, donde la moral es más laxa, haya publicado un libro, Malismo, en el que se dibuja un panorama, el actual, en el que ser malo sale a cuenta. Me conmovió que el propio Entrialgo reconociera en una entrevista sus coqueteos con la chulería cuando era adolescente. Al fin alguien se atreve a decir que las personas no estamos hechas de un material noble y que en ocasiones hacemos daño. Lo pensaba al hilo de la corriente de burla que recibió Lalachus por presentar las campanadas. ¿Era solo gordofobia como se dijo? En absoluto, se trataba del rechazo a alguien que por no ser de tu bando merece cualquier tipo de insulto y sabido es que la descalificación por el físico es la que persigue dejarnos desarmados y en ridículo. Por suerte no fue así. Los que hoy agreden son aquellos que están desesperados por volver a esos tiempos idílicos en los que se consideraba que el insulto denigrante era un desahogo legítimo. La chulería está de moda, pero también es cierto que en los discursos progresistas hay a veces una sobreactuación por sacudirse una culpa antigua y más común de lo que parece: señores que dan lecciones de feminismo en público y en privado aplauden las machistadas de sus colegas; señoras que en privado confiesan una obsesión por la delgadez y en público lideran la lucha contra la gordofobia; gays que piensan que su condición les libra del pecado de la misoginia. En suma, personas que se sitúan en el lado de los buenos más por protegerse al calor del grupo que por pura ética.

Tal vez lo más sensato sea admitir que lo que nos define en estos tiempos no son tanto los malos o los buenos sentimientos, allá cada cual con sus entrañas, como sí la necesidad de expresar la burla o el desprecio públicamente. Ése es el salto, ahí donde se ha perdido el decoro, y sin duda son los políticos quienes han abierto la veda para arremeter contra quien tenemos por adversario, hasta el punto de linchar a una chica que sobre todo se define por transmitir una alegría contagiosa.

Esta sociedad vociferante debería reaprender a discernir entre lo que nos asalta como un pensamiento grosero de aquello que por hacerse público ensucia la convivencia. Esto me trae a la memoria aquel tiempo en el que colaboré con la Biblioteca Nacional. Inaugurábamos en 2021 una exposición dedicada a la inconmensurable Pardo Bazán, dirigida por la historiadora Isabel Burdiel, que lo sabe todo sobre Doña Emilia. Burdiel, una de esas personas tan cultas como humildes que jamás imponen su presencia, trataba de explicarnos la vida de la intelectual. A un lado, caminaba Carmen Calvo, de verbo inagotable, al otro, una reina Letizia que se traía, como suele, bien aprendida la lección. A cierta distancia nos seguía Feijóo, entonces presidente de la Xunta, poco o nada interesado en la genialidad de su insigne paisana. Cuando la visita acabó, nos colocamos en círculo para la despedida. Yo le pedí a Ana Santos, entonces directora de la BNE, que nos presentara a la diseñadora para felicitarla y así hizo. Era una joven, muy en la onda de Lalachus, pero en tímido. Feijóo comentó entonces en voz baja, “no me extraña que la pusieran para diseñar lo de la Pardo Bazán”. El comentario fue tan extraño que tanto la directora como yo lo rumiamos en silencio. Lo preocupante fue que considerara tan graciosa su ocurrencia que no pudiera reprimir sus ansias de compartirla en un acto público.

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<![CDATA[Puigdemont, el emérito y Mazón]]>https://elpais.com/opinion/2025-01-05/puigdemont-el-emerito-y-mazon.htmlhttps://elpais.com/opinion/2025-01-05/puigdemont-el-emerito-y-mazon.htmlSun, 05 Jan 2025 04:00:00 +0000La única vez en mi vida que he hablado con el rey emérito fue a principios de siglo. Del XXI, se entiende. Era de cuando yo iba a eventos y tenía una columna en la que la gente quería salir. Alguien me lo presentó y me dejó a solas con él. Nunca he sabido cómo comportarme ante señores con poder, así que como no se me ocurría qué decir le pregunté si era verdad que los Reyes eran nuestros padres. No me dijo ni que sí ni que no. Creo que ni me vio, porque yo estaba muy por debajo de la altura de mujer que, como es de todas sabido, es del gusto del exmonarca. No entraba en su campo de visión, por decirlo finamente. Esta bobísima anécdota viene a mi memoria cada víspera de Reyes y me reafirma en la idea de que el humor más inconmensurable es el que se hace para consumo propio. Con el aplauso es fácil, ya no te digo si te tocan el bombo, pero el verdadero desafío para una humorista es hacer una payasada sin testigos. Luego vas y se lo cuentas a tus seres queridos y ellos te creen porque saben que lo que más te gusta en esta vida es paladear la travesura. En este presente exhibicionista que vivimos todo hay que hacerlo para exhibirlo en Instagram, pero la vieja humorista que late en mí se deleita a sí misma paladeando su broma en soledad, igual que el gato se lleva al ratón a un escondite para jugar con él antes de zampárselo.

Corría septiembre de 2021 cuando me brindé una broma a mí misma en el vuelo de Alghero (Cerdeña) a Roma. Volvíamos de un festival literario y nos sentamos en una fila de tres: a mi derecha, un señor mirando por la ventanilla, en el centro, servidora, y a mi izquierda, un marido. Los tres con mascarilla. De pronto, el señor se vuelve hacia mí para responder al saludo y yo me quedo petrificada. Ahí tengo, a escasos centímetros, esa melena yeyé que tantos sobresaltos nos ha proporcionado. Miro a mi marido y muevo mucho los labios para que me los lea, pero no me entiende. Tomo entonces un boli y escribo en la página del libro que tiene abierto y que siempre es el Quijote en los viajes: ¡Puigdemont! Un Puigdemont que se ha quedado escrito ahí para la eternidad en el capítulo de los Galeotes. Resulta que el mismo tipo que ha sido detenido la noche anterior en Cerdeña y puesto esta mañana en libertad vuela ahora con nosotros no sé a dónde. Si el avión se estrella, a ver quién se lleva la necrológica más larga. A partir de ese momento, nos quedamos en silencio, aunque a punto estoy de decir, “¿qué, una escapadita?”. Mi marido hace como que lee y yo trato de no dormirme, no vaya a ser que la cabeza me caiga sobre el hombro del hombre de Waterloo y algún desaprensivo me haga una foto. Cuando llegamos a Roma, el hombre no se levanta, prosigue su viaje hasta Bruselas. Antes de marcharme le digo, “pues nada, que tenga usted suerte”. No hay ninguna intención política en mi frase, solo el vicio de atesorar una anécdota para mis futuras memorias. El caso es que cuando ya de vuelta en casa vemos el telediario, Puigdemont, ante la prensa, declara que no todos los españoles son iguales, porque esta misma mañana una señora cualquiera le ha deseado suerte.

En víspera de Reyes paseo por mi Valencia querida en calidad de señora cualquiera tratando de entablar ese tipo de conversaciones triviales donde lo chocante brota de pronto. Esperando en la panadería o tomando un café saco a relucir, como de pasada, lo de la celebérrima factura del Ventorro. Todo por escuchar cómo un pueblo respira ante este misterio. Que Ventorro y suspense vayan de la mano es ya en sí un milagro del costumbrismo español. La gente tiene mil teorías en torno a la factura fantasma: la mayoría, muy onda Fernando Esteso, otras, negando que exista tal factura, algunas, afirmando que se encubre a un tercero. El presidente bicéfalo ha conseguido que haya turistas haciéndose fotos en la puerta de este templo del misterio y la gastronomía.

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CLAUDIA SANCIUS
<![CDATA[Alice Munro y el hombre del saco]]>https://elpais.com/opinion/2024-12-31/alice-munro-y-el-hombre-del-saco.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-12-31/alice-munro-y-el-hombre-del-saco.htmlTue, 31 Dec 2024 04:00:00 +0000Una de esas singulares mañanas del Madrid vacío de agosto tomamos café. Somos amigas desde mucho antes de que ella me contara el abuso que durante años sufrió de niña a manos de su padrastro. Eso significa que nuestra amistad no se cimienta sobre ese hecho pavoroso, sino por pura complicidad. No soy su terapeuta, no puedo salvarla, incluso en ocasiones me ha resultado difícil escuchar. Es necesario decirlo porque aunque ahora pareciera haber un consenso sobre el beneficio de la escucha no siempre es fácil. Recuerdo las palabras de la terapeuta Mariela Michelena al respecto: “Incluso quienes estamos entrenados para sumergirnos en la sordidez debemos asomar la cabeza de vez en cuando para tomar aire”. En algún momento de la conversación sale el nombre de Alice Munro, cómo no. Cuántas veces hemos diseccionado sus relatos como si los personajes fueran de carne y hueso. Las dos hemos usado sus cuentos de una u otra manera como material literario o terapéutico. Mi amiga me confiesa que ha leído lo aparecido en prensa solo por encima. Lo terrible, siempre dice, es el silencio que se genera en torno al abuso. Cuando la víctima encuentra a alguien que salga en su defensa esa herida puede aliviarse, pero la realidad nos dice que una mayoría de los menores abusados temen ser avergonzados, culpados u observados como si hubiera algo monstruoso en su corazón. No, me dice, no podré seguir trabajando con sus textos. Inevitablemente, la figura de su madre se funde con la de Munro: mujeres que, conocedoras de la agresión, siguen compartiendo el lecho con el violador de la hija. Antes de entrar en la historia, vayamos con un dato esclarecedor que nos dejó este año un estudio australiano de alto nivel con casi 60.000 participantes: entre el 20% y el 40% de los trastornos mentales podría erradicarse si se atajara el maltrato infantil.

Cuando en julio apareció en el Toronto Star el testimonio de Andrea Skinner, hija pequeña de Munro, sobre la complicidad de su madre con el agresor que la violó desde los nueve años, en España, adiestrados como estamos a la gresca, nos lanzamos a opinar como si se tratara de tomar partido. Desde quien condenaba su obra hasta quien eximía a la escritora de toda responsabilidad; desde quien temía su cancelación hasta quien tachaba de puritanismo que sus cuentos sean leídos hoy de otra manera. Pero lo interesante es que en estos meses en distintos medios, del Toronto Star a The New York Times, han ido apareciendo ensayos magníficos que nos permiten conocer la historia de los Munro, algo que bien pudiera servirnos, si leemos serenamente, para adoptar nuevas perspectivas sobre un asunto del que sabemos poco y opinamos mucho. El último trabajo, escrito por Rachel Aviv, cronista que incide en asuntos de salud mental, es un riguroso ensayo publicado en The New Yorker que ojalá se convierta en un libro.

Los hechos referidos comienzan en 1976, cuando la pequeña Andrea pasa las vacaciones con su madre y Gerald Fremlin, hombretón atractivo a la antigua usanza, tan divertido como propenso a la ira, seductor y aficionado a las bromas sexuales, que comparte sin rubor con una niña a la que hace sentirse cómplice. A pesar de la extrañeza que se palpa en el ambiente, Munro deja a Fremlin al cuidado de la pequeña y ahí comienza una serie de agresiones que duran hasta la adolescencia de Andrea. De vuelta a la casa del padre, la pequeña cuenta el secreto a su hermanastro, este a la madrastra y la madrastra al padre, Jim Munro, que impone el silencio por considerar que la criatura puede haber mentido. El silencio se rompe en 1992. Andrea tiene 26 años cuando se lo cuenta por escrito a su madre porque no se atreve a decírselo en persona. Alice Munro abandona entonces el hogar conyugal y reacciona ante su hija victimizándose, como si se enfrentara a una infidelidad. En esos primeros momentos de desesperación, Munro le confiesa a su hija que ya había tenido noticias de agresiones a otras niñas, pero lo que a Andrea la deja sin aliento es que su madre alberga desde hace tiempo la sospecha de que Fremlin pudiera ser el autor de la violación y asesinato de Lynne Harper, una niña cuyo crimen, sucedido en 1959, sigue sin resolverse. Como respuesta a la confesión de Andrea, Fremlin escribe varias cartas a los padres culpando a la niña de haberlo seducido y amenazando con hacer públicas fotos de la pequeña en poses provocativas.

“Me he enterado demasiado tarde”, se excusa Munro, “y lo sigo queriendo”. Vuelve entonces con su pareja, y los Munro harán como tantas familias: fingir que nada ocurrió. A Andrea le ocurre como a muchas víctimas de abuso: siente que es ella la que ha perturbado la convivencia y acepta ese pacto hasta que en 2002, ante el nacimiento de sus gemelos, se aviva en ella el trauma que nunca ha dejado de estar latente. Le dice a su madre que no permitirá que los niños estén cerca del individuo, y Munro replica lo inconveniente que es para ella hacerle una visita ya que no sabe conducir. Esa dependencia misteriosa de una mujer tan dotada intelectualmente como Alice Munro nos revela lo complejo de una personalidad que en la ficción muestra un férreo control del argumento y en la vida real se declara torpe e incapaz. Será la última vez que hablen.

En 2005, Andrea lee cómo su madre elogia al padrastro en una entrevista y decide reunir las cartas autoinculpatorias del agresor y entregarlas en comisaría. Cuando la policía se presenta en casa de Fremlin, Munro tacha a su hija de mentirosa. Pero eso no evita que Fremlin deba presentarse ante el juez. Dado que Andrea no tiene interés en que vaya a la cárcel se llega a un acuerdo: dos años de libertad condicional y una donación a un centro de víctimas de abuso sexual. Fremlin estimará esta compensación en 10.000 dólares. Aunque por las salas del juzgado deambula la prensa, nada aparece en los periódicos. Andrea se descorazona. Tiene claro que a nadie le parece buena idea que el nombre de la gran escritora sea manchado por un asunto tan turbio. Alice y Gerald siguen unidos. Una secta de dos, según las hijas.

Conforme se ha ido reconstruyendo la historia de este monstruoso silencio aparecen testimonios de quienes lo sabían, y resultan ser muchas las personas que estaban al tanto: editores, periodistas, agentes, escritoras, policías, jueces, familia. Así que el marido de una gloria nacional es condenado a no acercarse a menores de 14 años y todo se reduce a un cuchicheo social que protege al agresor y a quien le da cobijo. Mientras que en la realidad hay un extremo control sobre este secreto vergonzoso, en los cuentos de Alice Munro van desfilando criaturas violadas, madres negligentes, rivalidades entre mujeres maduras y niñas por el amor de un hombre grosero, similar al modelo real. Son muchos los relatos, magistrales sin duda, que pueden ser leídos con esta perspectiva. Open Secrets sería un gran ejemplo.

Me cuenta el psiquiatra Guillermo Lahera que algunas personas con deterioro cognitivo, especialmente las que han vivido controlando de manera más neurótica su presencia social, se muestran en los primeros momentos de la enfermedad propensas a la desinhibición. Así parece que ocurrió con Munro, cuando en primera fase del alzhéimer le dijo a su hija Jenny: “¡Qué cruel por mi parte no librarme de él”. O “yo no quería a ese pedófilo”. Pero lo que ella no se atrevió a resolver, por dependencia insana, por proteger una reputación duramente lograda o por las dos cosas a la vez, lo han hecho sus hijas, arropando a la hermana herida. Nunca se curará la rabia de Andrea hacia su madre. El hombre del saco que fue Fremlin escribió a Jenny, la mediana: “Tu madre será una pirada, pero es una gran escritora”. En esos términos groseros hablaba de Munro el hombre que ella se empeñó en proteger.

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Eulogia Merle
<![CDATA[La vulgaridad del mal]]>https://elpais.com/opinion/2024-12-29/la-vulgaridad-del-mal.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-12-29/la-vulgaridad-del-mal.htmlSun, 29 Dec 2024 04:00:00 +0000Si no era poco con las bombas, con las infecciones o con el hambre, ahora se añade el frío. Bebés muriendo de frío. La consecuencia es que, según datos de la ONU, cada hora muere un niño en Gaza. Una guerra contra la infancia se ha denominado, aunque el Gobierno israelí y ese pueblo que lo apoya se referirían a esos chiquillos que entregan generosamente sus cuerpos a la muerte como el efecto colateral de una guerra justa. No podemos irnos sin terminar el trabajo, dijo Benjamín Netanyahu, aunque el verbo terminar sea un eufemismo; se trata evidentemente de exterminar, la acción que alimenta el verdadero sustantivo de esta historia: genocidio. De terminar el trabajo también habló José María Aznar, que desde Irak ha decidido no faltar a la cita de las grandes masacres de su tiempo.

La maldad fascina. Le atribuimos un halo sobrenatural que ha alimentado nuestra imaginación desde su representación cristiana en el demonio hasta los relatos orales que advertían al pueblo del peligro que acecha cuando decidimos tomar el camino prohibido. La ficción, de la más primigenia a la más sofisticada, ha tenido tal impacto en nuestros miedos que se ha convertido en el argumento mayoritario del cine, de esas series en las que nos aturden con el consabido relato de asesinos astutos e incluso atractivos. También la literatura de los últimos tiempos, influida por un presente de inaprensibles certezas, se ha vuelto a rendir a lo fantasmagórico, a todo aquello que transforma el mal en algo enigmático.

Tanto nos ha influido esta idea del perpetrador del mal como un individuo interesante que cuando nos los encontramos en la vida real nos sentimos impelidos a descifrar su psicología. ¿Quién es Netanyahu, quién es el responsable de la mayor matanza de niños de nuestros días? Muy recomendable es ver Expediente Netanyahu (The Bibi Files), el documental que contradice cualquier intento de sofisticar la mente del personaje. La insólita película nos introduce en los interrogatorios a los que fue sometido en la investigación por corruptelas que casi le arrastra a la cárcel, hasta que el atentado de Hamás y el ataque indiscriminado contra el pueblo palestino convierten esas acusaciones en algo secundario que le permite mantenerse en el poder.

Netanyahu es el hombre que se deja corromper por puros, alcohol y joyas, que manipula a los medios de comunicación, que ofrece ventajas fiscales a los suyos; es el tipo que en un país de costumbres tan austeras como Israel se deja seducir por el lujo. Cada vez que volvía de Estados Unidos, dice el que fuera su mayordomo, se le despertaba el deseo de alcanzar aquel nivel de magnificencia. Netanyahu es el marido de Sara, una mujer que le supera incluso en su ambición material, que contesta con sorprendente grosería a las preguntas policiales; es la esposa que exige joyas y alcohol a los cómplices de su marido. Es Netanyahu el padre de un joven, Yair, que en su sola manera de repantingarse ante los policías demuestra su chulería, el derecho que cree tener a ser tratado como el heredero de un rey. Todo en ellos rezuma vulgaridad, la tozuda avaricia que lleva a ciertas personas poderosas a querer más de lo que se les da, a obsesionarse con un lujo que les aísla y les envilece, que les hace rodearse solo de siervos. Es esa codicia que anula la inteligencia, la empatía y la sensibilidad, es el gusto por cosas estúpidas, el anhelo enfermizo de poseer más de lo que se posee. Una patología que les transforma en ese arquetipo que se repite en Israel, en Rusia, en EE UU. No hay misterio sino vulgaridad, una vulgaridad que defienden con uñas y dientes, que les empuja a acabar con la vida de inocentes sin sentir dolor ni remordimiento. Y lo malo es que esa zafiedad se convierte en contagiosa, que un pueblo puede caer en la oscura trampa de salvar el pellejo a un imbécil que mata a un niño por hora para no pagar por sus propios delitos.

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Menahem Kahana
<![CDATA[Un Belén subversivo]]>https://elpais.com/opinion/2024-12-22/un-belen-subversivo.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-12-22/un-belen-subversivo.htmlSun, 22 Dec 2024 04:00:00 +0000La Virgen, muy niña, recibiendo la noticia de su embarazo. La Virgen embarazada en la sala de espera de un centro de salud con otras muchachas en estado. La Virgen pariendo en un garaje. Y unas cuantas escenas antes del nacimiento del niño, la huida a Egipto de madres con sus hijos: una matanza de los inocentes capitaneada por el dedo acusador de un hombre que representa a Herodes, pero se parece a Netanyahu. Es un Belén creado por un alumnado de bachiller artístico, situado en Carabanchel, pero que podría adornar los pasillos escolares de cualquier periferia urbana. Responde a la visión de un grupo de estudiantes a los que esta historia del evangelio puede sonar tan familiar como si fuera de ayer mismo; es más que probable que su misma llegada al mundo tenga algo que ver con la odisea de María y José dado que este centro público alberga a un 70% de alumnado proveniente de la inmigración.

Esa asombrosa contemporaneidad del nacimiento de Jesús la explicó muy bellamente el teólogo Juan José Tamayo esta semana. Sigue siendo subversivo, decía, relatar el nacimiento de un niño pobre, pero basta irse a la periferia para verlo escrito en la misma vida. Cuando se acaba el acto, un niño con rasgos latinos se me acerca tímido para pedirme que le firme unos cuantos libros. Estoy ante un gran lector y recibo una buena lección. Por deseos de seguir hablando con él, le pregunto dónde nació, más concretamente le digo si nació aquí. Yo misma me quedo pensando en lo absurdo de la pregunta, qué es exactamente “aquí”. El chaval entiende el adverbio de manera literal y me responde: “No, no nací en Carabanchel. Yo soy de Usera”.

Si la Navidad se celebrara respetando su argumento exacto, el referido a la violencia contra la infancia, a la falta de techo y de calor, a la celebración de quien nace desposeído, seríamos tachados de aguafiestas por embarrar de realidad aquello que los medios informativos nos cuentan a diario. Han hecho falta décadas de bienestar para enmascarar el relato y que su verdadero significado se diluya en el espumillón navideño. Inmigrantes menesterosos se nos visten de Papá Noel a las puertas de los grandes almacenes y nos tienden la mano; más les valdría armarse con un datáfono en estos tiempos sin monedas.

Somos un río de ciudadanos cargados de bolsas y rumiando nuestro descontento. Andamos torpemente, despacio, porque las aceras están llenas de personas incapaces de no dejarnos arrastrar por sacramento navideño del consumo. Los padres separados nos hemos convertido en abuelos y hemos de optar por Papá Noel o por los Reyes y nadie quiere quedarse atrás alimentando a renos y a camellos. Mientras avanzo entre los expositores del gran almacén favorito de Julianne Moore una joven pronuncia mi nombre a mis espaldas. Me vuelvo. Me pregunta si yo soy yo y una vez solventada la duda me dice si quiero ayudar a unas criaturas que han sufrido abandono y maltrato. Le digo que tal vez no sea el momento para hablar de ello, pero algunas ONG han decidido que la mejor manera de expandir su mensaje es lanzar a jóvenes a las puertas de los templos de consumo a la caza de quien les dedique un leve contacto visual para comunicarle desgracias que dichas aquí, entre mostradores, provocan entre desconcierto y vergüenza. Le señalo mis manos cargadas de bolsas y ella insiste. Pero qué quieres ahora, pregunto, y me señala un cuestionario de una página. Se supone que siendo yo quien soy debería soltar la carga y, para no informar a gritos de mis datos personales, tomar su boli y empezar a rellenar casillas. Es tan extemporáneo su requerimiento que le dicto mi mail para zanjar la escena. Qué culpa tiene ella, voluntariosa e inexperta, de hablarme de niños desamparados en esta situación que contradice en sí misma el origen de estas fiestas. Tanto que nos gustan los cuentos y somos incapaces de entender lo que tozudamente nos narra este.

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Marc Asensio
<![CDATA[De qué hablamos cuando hablamos del humor]]>https://elpais.com/opinion/2024-12-15/de-que-hablamos-cuando-hablamos-del-humor.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-12-15/de-que-hablamos-cuando-hablamos-del-humor.htmlSun, 15 Dec 2024 04:00:00 +0000Está claro que el humor es un don y que lo peor que hay en este mundo es pretender usurpar este noble oficio para enmierdar el ambiente. El humorista señala el absurdo de la realidad; suele encarnar al personaje asombrado, torpe y listillo a la vez, al que, por no tener poder, lleva las de perder; es el pícaro, el bufón, el payaso. Hace tiempo que ciertos políticos comenzaron a soltarse la melena y a usar la burla por sistema desde sus escaños. Ellos creen que tienen gracia porque se ríen la broma los unos a los otros y se aplauden como los chulos de la clase, pero el debate público acaba convertido en un espectáculo patético y peligroso. Lo hacen para distraernos, no en el sentido más noble de la palabra, sino para que nuestra atención se concentre en dicha estupidez y así olvidemos aquello que de veras nos concierne. Hoy en día y más que nunca, hay que recurrir a los cómicos para saber de qué hablamos cuando hablamos del humor.

Andaba encanallada esta semana por todo lo que me llegaba por escrito y por las ondas cuando surgió, como el ángel del humor descendiendo de los cielos, Miguel Maldonado, que se avino a contarme, también a usted, en qué consiste la estrategia política del momento. Contaba que a su perra Conchita no le gusta que le corten las uñas, así que siguiendo instrucciones de un tutorial suele servirse del siguiente método: se envuelve la cabeza en film transparente y ya emplasticado unta sobre su frente una latilla de foie-gras, de tal manera que, mientras Conchita se lanza a lamerle, el amo aprovecha para cortarle las uñas. Esa, explicó Maldonado, es exactamente la estrategia que emplea Díaz Ayuso: nos camela para que dediquemos nuestras tribunas a expresar indignación por sus fantásticas ayusadas y ella, la presidenta madrileña, chiquichiquichiqui, nos recorta las uñas, esquilma las universidades públicas, la enseñanza secundaria, favorece los centros privados, estanca el ascensor social y despeja el camino de los que más tienen para que nos les estorben los que menos. Ella, la jefa, nos lanza al aire la ayusada del día: “¡La izquierda quiere robarnos la Navidad!”, y pegamos el salto como haría Conchi, la de Maldonado, para cazar al aire semejante golosina. Al rato, en su estado de mitin permanente, nos confiesa algo muy personal (lo personal es político, amigas), como que su abuelo no le hablaba de la guerra porque no quería educarla en el odio. En el odio, ¿hacia quién?, se pregunta una, ¿hacia los vencidos? Por increíble que parezca jamás oyó la presidenta que había abuelos y abuelas que no sacaban el asunto ni en privado por miedo a acabar como alguno de sus familiares, en la cuneta. Que esto es el foie-gras de Ayuso, seguro que logra sacarnos de quicio, también. ¿Nunca hay que morder el anzuelo? No estoy segura, porque estas ayusadas, como hace el maestro Trump, generan un ambiente de confrontación que enturbia la convivencia.

Sabíamos que Mazón soñó en su juventud con ser cantante melódico, con acudir a Eurovisión, pero, cuidado, ahí estaba su talento humorístico, acechando para hincar el diente a este oficio milenario. El hombre vio a sus camaradas en el Senado haciendo una performance como aquella de los payasos de la tele, (“¿Cómo están ustedes?”, preguntaba Fofó, y los niños respondían desgañitándose, “!Biennnn!”), y pensó, pues ahí que voy yo. Instó al PP valenciano a no quedarse atrás y, oigan, qué mejor momento en Valencia para hacer chistes. En la táctica de echar balones fuera, acusaron al presidente de la Confederación Hidrográfica del Júcar de no dar la cara, ilustrando la broma con la canción del Probe Miguel. No caía en la cuenta el inefable Mazón de que el verdadero chiste del asunto era culpar a alguien de no comparecer. Cuando un chiste es bueno, hay que celebrarlo. ¿A quién ve Mazón cuando se mira al espejo, al presidente, al cantante melódico o al humorista?

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FERNANDO VILLAR
<![CDATA[El pecado es la indiferencia]]>https://elpais.com/opinion/2024-12-08/el-pecado-es-la-indiferencia.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-12-08/el-pecado-es-la-indiferencia.htmlSun, 08 Dec 2024 04:00:00 +0000Suele hablar Eliane Brum, periodista brasileña, en las columnas que publica en este periódico del pecado de la indiferencia. Su vida, su vocación periodística, está entregada a la defensa de la Amazonia y sus habitantes, una causa que debiera considerarse universal. La indiferencia es un paso más allá de la negación. Pensábamos que la misión era luchar contra los negacionistas del cambio climático, pero desde hace tiempo se abrió un nuevo frente más correoso y difícil de derribar: el que conforman los indiferentes, aquellos que no niegan la evidencia científica, pero no están dispuestos a cambiar en modo alguno su sistema de vida. Cuando desde un Gobierno, en este caso fue el de coalición, a un ministro ingenuo se le ocurre plantear una campaña para que se consuma menos carne se lía la de Dios, porque según reza una supuesta ancestral tradición, a todas luces falsa, un español debe tener encima del plato a diario un imbatible chuletón. Pero si leemos más allá de nuestras habituales columnas sobre Ábalos, Mazones y Lobatos, hay una voz que nos explica la relación directa entre nuestro consumismo extremo con lo que ocurre en el otro lado del mundo. La palabra de Brum suena firme para quien quiera escucharla desde la región de Medio Xingu, la zona más afectada por la brutal deforestación que entrega el terreno al pasto que nos proveerá de carnaza. No nos saldrá gratis la destrucción del mayor pulmón de la tierra.

Imagino que algo tiene que ver con la indiferencia el que entre la abundancia de documentales que a diario se recomiendan sobre asesinos, narcos, mujeres desaparecidas y otros crímenes que alimentan nuestros miedos, no se haya visto aún la reseña de una historia que brilló como una piedra preciosa desde que supimos de ella por primera vez. Hablo de Los niños perdidos, Lesly, Soleini, Tien y Cristin, los hermanos Mucutuy que fueron rescatados 40 días después de que la avioneta en la que viajaban se estrellara en plena selva colombiana. La madre murió en el accidente y fue Lesly, la hermana mayor, quien cuidó de sus hermanitos con un aplomo que impactó al mundo. El documental desvela la complejidad de la Operación Esperanza, como así se llamó, misión que comenzó a manos del ejército y precisó inexcusablemente de la ayuda de los indígenas para penetrar en un territorio que solo ellos entienden. Hubo de salvarse la desconfianza que los nativos sienten hacia aquel que va armado y, por una vez, en lo que se ha considerado una operación histórica, trabajaron unidos.

Un periodista colombiano de Caracol, Federico Benítez, sirvió de productor de campo para este documental dirigido por Orlando von Einsiedel. Benítez viajó a la Araracuara, zona hostil para el extraño, donde se había ganado la confianza de las autoridades indígenas con un reportaje anterior. Cuando le vieron aparecer de nuevo, aleccionaron a los miembros de la etnia Uitoto para que lo trataran con confianza. Supo entonces el periodista algo que no se había publicado: detrás de ese viaje arriesgado de la madre había una historia de maltrato por parte del padre de los niños, al que los viejos del lugar habían expulsado.

El documental nos conduce al paso humano entre la impenetrable vegetación y reproduce el camino que hubieron de explorar doscientos hombres hasta encontrarlos. Quien nunca perdió la esperanza fue el mayor Rubio, autoridad indígena, que valiéndose de saberes mágicos ante los que debemos superar el razonamiento lógico, encontró a las criaturas casi al borde de la muerte. Los niños habían sobrevivido gracias a los conocimientos que la mayor tenía sobre los alimentos que la selva ofrece. No es la selva un lugar hostil sino un ser sintiente que alberga a las criaturas y las devuelve más sabias. Asegura el mayor Rubio que la selva devolvió a los niños y se quedó en prenda con Wilson, el perro rescatador, que anda ahora entre animales salvajes. Lo han visto.

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Fuerzas Militares de Colombia
<![CDATA[No me olvides]]>https://elpais.com/opinion/2024-12-01/no-me-olvides.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-12-01/no-me-olvides.htmlSun, 01 Dec 2024 04:00:00 +0000Unos jóvenes recorrían las empinadas calles del pueblo golpeando los tambores. El mismo recorrido de los pasacalles, de las albadas, de las procesiones, fue tomado este 25 de noviembre por chavalas y chavales que querían sacarnos del amodorramiento de la noche prematura. La furiosa percusión no precedía a una fiesta como suele, sino a una marcha de mujeres que portaban en sus manos fotos de las asesinadas por violencia de género en lo que va de 2024. No sé si había tantas manifestantes como asesinadas han caído en las hojas de este calendario negro. A esas horas del lunes aún no sabíamos que Cristian, criatura de dos años, sería asesinado en Linares a manos de la pareja de la madre, y que su gemelo Yeray quedaría ingresado para recuperarse de los golpes recibidos, víctima de un trauma que solo podrá superar si tiene quien le ayude a desarrollar la milagrosa resiliencia de los críos. Cristian es el noveno niño asesinado en lo que va de año dentro de esa denominación para mí discutible que es la violencia vicaria, una manera de describir el contexto pero que acaba diluyendo la insustituible identidad de una vida truncada, al igual que los niños palestinos asesinados, como dice la jurista especializada en derechos humanos Adilia de las Mercedes, no son daños colaterales de un conflicto.

Cristian, Cristian, su nombre ha de caer sobre nuestra conciencia. Algo en la cadena de apoyo que ha de recibir una madre vulnerable no ha funcionado, como tampoco en el caso de Chloe, de 15 años, muerta a manos de un chico de 17. Hay una necesidad urgente de trabajo social a través de la sanidad, de la educación, de la conciencia ciudadana. Hay una responsabilidad nuestra en rebajar el nivel de agresividad que la política está alimentando. Las expertas en violencia de género aprecian cómo la Guardia Civil y la Policía se han esforzado en ponerse al día en este ámbito, cómo han aprendido en materia de respeto y perspicacia. En cambio, me pareció desolador que el juez de la Audiencia Nacional, Eloy Velasco, con una soberbia inaceptable, asegurara que en materia de consentimiento los destinados a impartir justicia lo saben todo desde el derecho romano. Enhorabuena. Qué lástima que todo lo que saben no les haya servido a lo largo de la historia para mostrar empatía y respeto hacia las víctimas, y que haya sido la sociedad civil la que desde la calle presionara para modificar un derecho caduco.

Es realmente extraordinario afirmar que a ti nadie puede enseñarte en tu oficio y menos una ministra que fue cajera cuando estudiaba. Sería aconsejable que quien puede decidir sobre nuestra inocencia o culpabilidad hubiera probado en su juventud alguna tarea básica, ingrata y mal pagada. Al grosero comentario hubo quien salió en defensa de Montero diciendo que el insulto era improcedente dado que la exministra tenía un título y un expediente notable. Algo estamos perdiendo para que los argumentos que hayas de presentar contra el clasismo sean clasistas en sí. Poco queda de aquella sociedad civil que tras la dictadura se vio representada en el Congreso por sindicalistas, poetas, obreros, economistas, abogados y exiliados que habían carecido de oportunidades para titularse. Este es el tiempo en el que se aplaude el mérito del que empezó desde arriba. Pero quien es humilde aprende; solo quien es sensible puede ejercer el poder con justicia. No debería estar acreditado para juzgar un caso de violencia machista el que exhibe sin pudor su desprecio. Pero hay hombres que aseguran saberlo todo, aunque la tozuda realidad demuestre que es la misoginia la que alimenta esa violencia.

Un grupo de mujeres se reunió este 25 de noviembre en un pequeño pueblo para condenar los asesinatos. Los retratos de las víctimas se quedaron iluminados por la luz de una farola, espectrales. Cada una de ellas parecía decirnos, como en aquellos colgantes de entonces, “no me olvides”.

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PACO PUENTES
<![CDATA[Las madres de los ochenta]]>https://elpais.com/opinion/2024-11-24/las-madres-de-los-ochenta.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-11-24/las-madres-de-los-ochenta.htmlSun, 24 Nov 2024 04:00:00 +0000A vueltas con la infancia, estos días pasados ando rumiando recuerdos. Lo más poderoso es el asombro ante esa especie de nostalgia orgullosa que experimentan los jóvenes que disfrutaron su infancia en los ochenta. No es una nostalgia de orden político sino sentimental, aquella en la que se suceden, como en una noria, las tardes de La bola de cristal, las mañanas de Bola de dragón, Oliver y también Benji, los magos del balón, David el Gnomo, que es siete veces más fuerte que tú, Pesadillas, Manolito, la sin par Matilda, el ritmo contagioso de las Spice Girls, las letras brutales de Extremoduro impresas en camisetas, “Iros todos a tomar por culo”, en la retadora adolescencia incipiente. Y de fondo, siempre, esas madres de los ochenta a las que hoy la leyenda tilda de negligentes, despreocupadas, poco duchas en la alimentación equilibrada, expertas en improvisación.

Las veo, me estoy viendo, esperando a la criatura en la puerta de la escuela infantil con el Fortuna en la mano, pioneras de la gran década de los divorcios, poseedoras de una mirada estrábica que permitía tener un ojo vigilando el niño y otro hacia la misma vida, atentas a no perderse el momento en que pasara por delante “su tal para cual”, como cantaba Santiago Auserón. Seríamos un desastre, lo éramos, pero estos niños que criamos sin manuales de crianza ni brújula pedagógica nos echan de menos o se echan de menos a sí mismos o añoran esos años más despreocupados. Atrás habíamos dejado la educación autoritaria, aquella en que los padres siempre tenían la última palabra, algo que de ninguna manera queríamos repetir, y por tanto inaugurábamos una era inédita en la que las tardes de los viernes se acababa tomando cañas en una terraza mientras se hacía de noche y nos llevábamos a los niños derrotados a casa. Fue, sin duda, un momento único.

Aún no esperábamos que nuestros niños fueran genios o superdotados, tal vez fuera porque no pensábamos en el futuro, o porque jamás se nos hubiera pasado por la cabeza que debíamos prepararlos ya desde la guardería para el mundo del trabajo. Los niños carecían de esa asfixiante agenda actual que los iguala a los ejecutivos; los juegos en el parque sustituían a las clases de chino, inglés, esgrima, piano, ajedrez, informática, gimnasia rítmica. Siempre hubo excepciones, pero en general aún se entendía la infancia como ese momento de la vida en que uno sale del colegio para no hacer nada. “¡Eh, eh —advertía Pippi a la maestra— que yo he venido aquí por las vacaciones!”. Esa fantástica réplica creada por la gran Astrid Lindgren seguía aún imponiéndose a la vanidad delegada de los padres.

Confieso que yo también me siento afortunada de haber sido madre entonces, más bien aliviada por no haberme tenido que enfrentar a la adicción a las pantallas, a la poderosa marea de desinformación que les escupen las redes sociales y que instruye al 60% de los adolescentes (nostalgia la mía por El Pequeño País) o a que los niños sean iniciados en el sexo con vídeos cargados de violencia y misoginia. Puede sonar pesimista el panorama, pero esta es una alarma que debería saltar a diario en el móvil de los progenitores. La infancia necesita sosiego, vivir libre del estrés del presente, tiene derecho a disfrutar de un tiempo sin tiempo, a alimentar su imaginación con el juego o el mero aburrimiento. Siempre regreso a las notas que sobre educación nos dejó Natalia Ginzburg, hoy más esclarecedoras que nunca: “Por lo que respecta a la educación de los hijos, creo que no hay que enseñarles las pequeñas virtudes sino las grandes. No el ahorro, sino la generosidad y la indiferencia hacia el dinero; no la prudencia, sino el coraje y el desprecio por el peligro; no la astucia, sino la franqueza y el amor por la verdad; no la diplomacia, sino el amor al prójimo y la abnegación; no el deseo del éxito, sino el deseo de ser y de saber”. De ser y de saber.

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Uly Martín
<![CDATA[Kamala, estrella fugaz]]>https://elpais.com/opinion/2024-11-17/kamala-estrella-fugaz.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-11-17/kamala-estrella-fugaz.htmlSun, 17 Nov 2024 04:00:00 +0000“Se conoce a los ganadores en la casilla de salida”, decía Robert de Niro en Érase una vez en América. De alguna manera, estaba admitiendo melancólicamente que a él se le intuía el fracaso desde la más tierna juventud. El cine estadounidense suele frecuentar estos términos porque es muy realista, toma de la cultura moral de su país la misma retórica que inunda la política, el cine, la literatura y la historia sentimental de sus habitantes. Épicas de ganadores y perdedores. Tan poderosa es esta dualidad moral que nuestros jóvenes, fieles al imperio, han incorporado a su vocabulario la infecta palabra loser para describir a quien lleva escrito en la cara su ruina. Discrepo: la sonrisa del triunfador solo pertenece a quienes ya han ganado. A pocos días de las elecciones en Estados Unidos, los analistas, tan aficionados a la predicción retrospectiva, afirman sin sonrojo que ya adivinaban en las risas de la energética Kamala Harris el hedor del fracaso. Sin ningún pudor examinan con severidad a la perdedora y colocan solo sobre sus espaldas las razones de su derrota. Si viajaran en el tiempo, predecirían la llegada del nazismo, culpando sin lugar a dudas a la República de Weimar. Nadie parece acordarse de los muchos artículos esperanzadores que se escribieron en torno a ella, del tiempo que hubo de esperar hasta que el viejo Biden renunció a presentarse; nadie echa cuenta de aquellas primeras encuestas que, analizadas por los mismos que enumeran las razones de la derrota, insuflaron optimismo en los votantes desesperanzados; no se recuerda aquel debate en que Harris estuvo rápida, irónica, articulada, frente a un Trump descolocado que no tuvo valor para enfrentarse de nuevo con aquella señora que le hizo sentir ridículo; habría que desempolvar también las muchas teorías sobre la movilización que conllevaba el apoyo de Beyoncé o de Taylor Swift, o lo mucho que se escribió acerca de cómo Harris sabía visibilizar la inhumanidad trumpista. Entonces veían el éxito escrito en su cara. Nadie se acuerda, esa es la ventaja que ampara al analista. Hay quien incluso ahora se atreve a acusar a la candidata de haber ignorado en su campaña la educación, de haber priorizado el aborto a la defensa de la maternidad o de olvidarse de la clase obrera. Paradójicamente, estos golpes de pecho se alían con la cantinela republicana, que se vende a sí misma como defensora del pueblo y para ello introduce en el debate a Dios, las armas, los gais (Guns, God and gays). Una guerrilla cultural que compra la gente que cree amenazadas su patria, su bolsillo, su frontera, sus creencias.

Hay otra frase cinematográfica que pronuncia Cary Grant en Sospecha: “El secreto del éxito es empezar desde arriba”. También viene a cuento. La gran mentira de Donald Trump, el engaño básico con el que se vende a sus votantes, es que él es el hombre hecho a sí mismo. El hombre a imitar, como así se presentaba Berlusconi, porque en teoría son modelos aspiracionales que fascinan al pueblo. Es extraordinario cómo Trump consigue eludir, como trilero que es, el hecho de que si no hubiera sido por la fortuna familiar no habría llegado a nada, ya que como empresario fue ruinoso.

No hay país cuya cultura contenga más frases sentenciosas en torno al éxito. Scott Fitzgerald nos dejó algunas de las mejores, inspiradas por su propia experiencia. Aseguraba que “no hay segundos actos en las vidas americanas”. Podría ser una frase lapidaria para Kamala Harris si es que ya está condenada al olvido. La persona más leal a la candidata ha sido Nancy Pelosi, la opositora más tenaz a los delirios de Trump, que pagó con una agresión domiciliaria a su marido y siendo amenazada de muerte por los asaltantes del Capitolio. Aplaude Pelosi lo que su colega Harris hizo con el poco tiempo que se le concedió. Qué rara es la generosidad con los perdedores, que tantos reivindican románticamente. Mentira. A la hora de la verdad, nadie los quiere.

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Hannah McKay
<![CDATA[Patriotas del Estado fallido]]>https://elpais.com/opinion/2024-11-10/patriotas-del-estado-fallido.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-11-10/patriotas-del-estado-fallido.htmlSun, 10 Nov 2024 04:00:00 +0000Mi padre solía decir que el patriotismo se demuestra en la declaración de Hacienda. No es que él tuviera afición por pagar, al contrario, era un hombre bastante económico, pero lo que no toleraba es que otros se libraran, bien por chanchullos, bien por privilegios de clase, de cumplir como él hacía. Yo venía escuchándole toda la vida la misma cantinela en las sobremesas, así que desconectaba y me ponía pensar en otra cosa, como solemos hacer los hijos. Ahora, en la época de las autoficciones, es frecuente darse golpes de pecho porque nuestros mayores se nos fueron sin contar algo valioso. Yo creo que ellos sí contaban, pero nosotros estábamos a otra cosa, a ver la manera de salir corriendo a disfrutar de la fugaz juventud. A veces lo que llamamos ley de vida es una inmensa putada. De algunas de las cosas que él nos decía yo me he dado cuenta mucho más tarde.

Una de las que se materializó más vívidamente ante mis ojos fue durante mis años americanos, observando un fenómeno que se repetía invariablemente en los miembros de la colonia española. Se trataba de algo extraordinario: no nos poníamos enfermos jamás durante el curso laboral; la fuerza de nuestra mente encapsulaba todos los achaques aplazando su azote hasta nuestra llegada a España en vacaciones. Una vez en la patria es como que te bajaban las defensas y te dolía todo; entonces, emprendías un vía crucis de análisis que finalmente certificaban que estabas preparado para afrontar otro invierno en esa intemperie a la que te arroja la precariedad de servicios públicos. El fabuloso enigma de la enfermedad aplazada no solo afectaba a expatriados españoles. Los emigrantes de países más pobres que el nuestro, por ejemplo, conseguían aplazar sus penalidades hasta la muerte. Los neoyorquinos de origen estaban mucho más acostumbrados a la negación de la enfermedad, porque la salud es considerada para quienes carecen de seguros privados casi como una obligación patriótica. Recuerdo que en mi gimnasio hicieron una colecta para ayudar a una joven profesora que debía afrontar un cáncer. Esa precariedad que observabas con no poca frecuencia te hacía valorar lo que habías dejado atrás. Como en aquella película de Woody Allen en la que la madre se le aparecía entre las nubes para reprenderle, la gran nariz de mi padre asomaba por detrás del edificio Chrysler para decirme: “¿Dónde te dije que se demuestra el patriotismo?”.

En los días en que más debíamos confiar en los servicios públicos ha habido algún político que, para salvar su culo, ha puesto en duda la credibilidad profesional de las agencias estatales; ha habido opinadores, tanto conservadores como progresistas, que han afirmado que todos los políticos son iguales, como si la clase política no fuera humana sino marciana y aterrizara en el planeta tierra en una maniobra transmitida por Iker Jiménez; hay columnistas que tras negar el cambio climático han animado a ahorcar a los políticos con rabo, y hay quien para no quedarse atrás en el colmo de la hipérbole ha declarado España como un Estado fallido. Esto no va ni contra los bomberos, ni contra el Ejército, decían, ni contra los sanitarios, ni contra la Guardia Civil, ni contra la Policía Local, ni tampoco contra nuestros alcaldes, esto es solo es culpa de este Estado fallido. Al parecer todos estos servicios se financian y se dirigen solos. Para ilustrar la teoría del Estado fallido surgió uno de esos pensamientos que inspiran la vida del instagramer: “Prefiero gastarme el dinero en Zara que pagar impuestos”. Una frase dejada caer sobre nuestras cabezas como una bomba ideológica: ignoremos que todos esos profesionales que acuden en nuestro auxilio pertenecen al Estado, y defendamos con ahínco que los ricos escatimen esos impuestos con que se han de financiar esos mismos servicios que nos amparan. Está claro que los patriotas que más animan al caos andan siempre repantingados en la retaguardia.

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Albert Garcia
<![CDATA[A merced de una corriente salvaje ]]>https://elpais.com/opinion/2024-11-07/a-merced-de-una-corriente-salvaje.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-11-07/a-merced-de-una-corriente-salvaje.htmlThu, 07 Nov 2024 04:00:00 +0000Que el mundo está infestado de expertos lo sabemos ya. Cómo no haber sospechado que el tipo que esta semana se invistió como estratega en desastres por el paso de la dana, anteayer se nos presentaba como vulcanólogo y cada verano se nos revela como perito de incendios. Hoy toca que el todólogo nos instruya en la difícil tarea de encontrar los errores que ha cometido la candidata demócrata Kamala Harris para que un candidato tan perturbado como Donald Trump se haya alzado con su segunda victoria con una ventaja abrumadora. Es como aquel jueguecito que las revistas infantiles nos regalaban a los niños: Las siete diferencias.

Está claro que si una se aplica acabará encontrando los defectos que arrastraron a Harris a la derrota, pero confieso que a mí me sigue pareciendo una candidata insuperable, observándola, desde luego, a través de las lentes que una ha de ajustarse para juzgar el panorama americano. En un momento en que la tendencia global ha virado hacia el conservadurismo cuando no al reaccionarismo, Kamala Harris ha sido una candidata elocuente en su ánimo pero moderada en sus promesas, ha entrado en el terreno de juego con un aplomo insospechado, ha premiado con sonrisas los insultos, con risas los disparates, ha mostrado de manera elegante su superioridad intelectual ante un oponente que a ojos de una persona informada no puede expresar más que desatinos, no ha dejado de tender su mano a Europa, no ha jugado en exceso la carta feminista y ha sido discreta en la reivindicación de la raza y los orígenes, y todo ello porque esta mujer enérgica, inteligente, cultivada y atractiva de 60 años salió a la palestra con la intención de tender la mano al pueblo estadounidense, a los afines y a aquellos republicanos decididos a independizarse del partido colonizado por Trump. Atrás dejaba aquel nefasto “deplorables” con que Hillary Clinton definió a los votantes trumpistas. Ella no representaba a esa élite neoyorquina o washingtoniana que resulta tan odiosa a aquellos que no formaban parte de la fiesta. Kamala Harris no cargaba con la sombra de un marido toqueteando becarias en el Despacho Oval; procedía como Obama de una clase hecha a sí misma y sus gustos y aficiones eran razonablemente populares. Si tocaba enfrentarse a asuntos fundacionales de la cultura estadounidense, como las armas, podía asegurar entre risas que es lícito tener una siempre y cuando se utilice en legítima defensa; si tocaba Oriente Próximo salía como podía sin poner contra las cuerdas a Israel. Muy americana. Tan intachable parecía que cuando se enfrentó televisivamente contra el adversario más estrafalario y desarticulado que ha optado a la presidencia pensamos que la victoria estaba asegurada.

Si tras la primera victoria de Trump los grandes medios hicieron examen de conciencia reconociendo que habían ignorado lo que se cocía a fuego lento en el inmenso país que se agita entre una costa y otra, en esta ocasión, escarmentados, han mostrado un interés creciente por no dejarse sin narrar el latido profundo del país, pero esa voluntad de rastrear a fondo el sentir del pueblo se ha dado de bruces con una nueva realidad más correosa que cruza fronteras: la ola brutal de desinformación que no se achanta ante las instituciones, ni respeta el mínimo acuerdo de fidelidad a los hechos que hasta ahora compartíamos y que, en consecuencia, concede el poder a quien ha de usarlo arbitrariamente y en su propio beneficio. Hace ya más de una década que el millonario Warren Buffet pronunció aquella frase que ha resultado la más exacta definición del momento presente: “Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando”.

Sospecho que la clave de la derrota demócrata no hay que buscarla en Kamala Harris. No será fácil que vuelva a surgir una candidata que ilusione como ella lo hizo en los primeros momentos de esta campaña, pero mucho me temo que el fracaso no lleva su nombre de pila. Es el planeta el que está virando, sacudido por un tsunami reaccionario que solo remitirá cuando finalice su ciclo. Los republicanos han dejado de ser aquellos conservadores de antaño, ahora se definen como trumpistas, y si ese partido quiere volver a entrar en el juego democrático habrá de refundarse; a los demócratas no les quedará otra que hacer política sin verse arrastrados por el espectáculo grotesco en que ha convertido Trump la democracia estadounidense.

No es que yo tuviera una confianza ciega e inocente en sus instituciones, pero tendremos que admitir que hay límites que se han traspasado y que desconocemos hasta dónde llegara el abuso de poder de semejante personaje. Los europeos padeceremos sus esperpénticas decisiones económicas; los palestinos sufrirán en sus carnes el decidido apoyo a los planes exterminadores de Benjamín Netanyahu; tal vez los ucranios se verán abocados a aceptar una paz en las condiciones de Putin.

El mundo gira en otro sentido. Cuando la realidad nos avisa de que debiéramos estar más atentos a los débiles, prevenir el desastre climático, defender a quienes huyen de tierras que se les han vuelto hostiles (en parte por nuestra codicia), cuando los datos electorales nos advierten de que la rebeldía juvenil ha encontrado acomodo en estas nuevas versiones del fascismo y que esa bravucona masculinidad está desempolvándose, nos urge preguntarnos qué pasará el día en que todo esta locura pase, porque pasará, y entonces habrá que pagar muchos platos rotos. Habrá que llamar al Estado, al odioso Estado, al Estado de los funcionarios vagos que roban el dinero a los héroes emprendedores del capitalismo, para que restablezca algo de la justicia social que se fundó como una isla inexplorada tras la Segunda Guerra Mundial. Todos aquellos que se han dejado las palmas de sus manos aplaudiendo a personajes como Trump se darán cuenta de que este regreso de su país a los tiempos de la desregulación del salvaje oeste no era en realidad una gran idea, se verán más desprotegidos que nunca, no tendrán donde caerse muertos.

Todo esto pasará, pero ¿qué podemos hacer nosotros mientras? No queda otra que cumplir con nuestra tarea lo mejor posible, no dejar de defender nuestras convicciones aunque el ambiente rezume violencia, no encogernos de hombros, hacer uso de la libertad para no estrecharla, señalar al mentiroso a fin de que no nos confunda, no dejarnos seducir por lo masivo, por lo falsamente popular, por aquello que nos roba el criterio, no dejarnos manipular por el fantasma del algoritmo. Es un tiempo de incertidumbre, de hacer frente a la incoherencia de criticar las prácticas ilícitas de Elon Musk haciendo de una campaña electoral un sorteo aberrante para luego engordar su capacidad de influencia siendo prisioneros de ese terreno iliberal que nos ha prestado para que desahoguemos nuestros más viles instintos.

El mundo se repondrá, pero de esta época oscura saldremos afectados. Han coincidido en la gobernanza del planeta una serie de hombres temibles (y alguna mujer) sin miedo al daño que pueden provocar. ¿Por qué han llegado ellos al poder y no otros? No podremos darle respuesta a algo tan complejo hasta que pase el tiempo. De momento, solo se me ocurre tomar prestado el título de las soberbias memorias de Henry Roth, A merced de una corriente salvaje, para definir esta profunda sensación de espanto, pero jamás de rendición.

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<![CDATA[Orgullo y vergüenza]]>https://elpais.com/opinion/2024-11-03/orgullo-y-verguenza.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-11-03/orgullo-y-verguenza.htmlSun, 03 Nov 2024 04:00:00 +0000Cuando ocurre una tragedia en un territorio al que estamos sentimentalmente ligados experimentamos un orgullo, tal vez ilegítimo, por la respuesta decidida de todas esas personas que, sin pensarlo dos veces, se han organizado de manera espontánea para asistir a las víctimas de la catástrofe. Van en fila, un ejército vecinal sin uniforme, cruzan el puente ya llamado de la solidaridad en la prensa extranjera, cargan garrafas de agua, alimentos no perecederos, material sanitario, palas y cepillos. Te emociona y al mismo tiempo no te acaba de sorprender porque es esta una tierra de gente cálida, abierta, y si hubiera algún sustantivo para nombrar lo que vendría a ser una actitud cariñosa de carácter colectivo este pueblo mediterráneo sería merecedor de tal elogio. No sé cuántas veces se ha insistido, a cuenta de los saqueos, en que las desgracias sacan lo mejor y lo peor de los seres humanos, pero no creo que ese comportamiento aberrante (si no es por hambre) pueda competir con la decidida actuación de tantos jóvenes que tratan de rescatar a sus paisanos de la desolación. Escuchas los testimonios de los desesperados y de los que los asisten, de los que se han arremangado a pesar de haberlo perdido casi todo menos la vida, de los alcaldes que están en la batalla, de aquellos que conocen bien las costumbres de su municipio y de forma articulada expresan lo que necesitan y piden explicaciones; observas a quienes hacen labores de rescate complicadas de manera admirable y sientes que este es un país que sabe sobreponerse, prestar ayuda humanitaria, compartir techo con quien se ha quedado a la intemperie. También ves a las periodistas que hacen sus programas en la misma trinchera y que en medio del barro y la oscuridad entienden que deben informar con austeridad, sin sensacionalismos. Es la manera de expresar su respeto.

Pero cuando ocurre una tragedia puedes sentir una vergüenza que tampoco te correspondería, pero ahí está, te asalta cuando adviertes la hipocresía de quienes hasta de los muertos tratan de sacar provecho y en medio de la tormenta se apresuran a presentarse en el epicentro de la desgracia para sacar rédito político apropiándose del protagonismo como si no hubiera nadie al mando. No creo que en este caso tan dramático ese afán usurpador obtenga resultados: la teatralización del dolor suena falsa de toda falsedad. Por supuesto que hablo de Feijóo. En momentos como los que vive toda esta pobre gente de Valencia o Castilla-La Mancha las demostraciones de deslealtad se alinean perfectamente con los bulos. Poner en duda las advertencias de la AEMET solamente porque se trata de un organismo del Estado es, una vez más, socavar la confianza en lo público justo cuando los ciudadanos están más necesitados que nunca de atender sus consejos. Y todo para qué, ¿para acudir al rescate de un presidente autonómico que desoyó las advertencias o, simplemente, por no desaprovechar la ocasión de atacar al Gobierno? Cualquier persona razonable y con el corazón en su lugar entendería que no es el momento, que hay que aplazar la bronca y que, incluso a un nivel meramente político, de las alianzas en situaciones críticas se desprende una generosidad que alivia el desconsuelo de quien está sufriendo. La impaciencia desmedida por llegar al poder denota una actitud grosera si no se controla. Pero tal vez insistiendo sobre ello alimentamos la furia de quien desea ganar a toda costa, quién sabe. Es urgente que se nos informe con limpieza de esta catástrofe para saber por qué la población no recibió la alarma a su debido tiempo, por qué no se paralizó la actividad laboral y vecinal. Ojalá reflexionemos además sobre cómo vivir y dónde, dado que esta será la respuesta natural de un mar cada vez más caliente.

Son tiempos en los que conviven el orgullo delegado y la vergüenza ajena, dos sentimientos que bien podrían enriquecernos si aprendemos algo de esta amarga experiencia.

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Jorge Gil
<![CDATA[Errejón en el pozo]]>https://elpais.com/opinion/2024-10-27/errejon-en-el-pozo.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-10-27/errejon-en-el-pozo.htmlSun, 27 Oct 2024 04:00:00 +0000Fue en extremo paradójico que justo este viernes en el que se analizaba en voz alta o susurros el inaceptable comportamiento de un político descontrolado un grupo numeroso de gente nos reuniéramos en torno al querido y admirado psiquiatra Guillermo Lahera. El libro recién publicado lo merece, Las palabras de la bestia hermosa. Breve manual de psiquiatría con alma, un ensayo al modo de Oliver Sacks que nos introduce en la enfermedad mental a través de las voces de quienes la padecen, personas que llegan a su consulta lidiando con la paranoia, el trauma, la depresión severa, la bipolaridad. Lahera es el humanista que escucha, que rompe esa barrera que empequeñece al paciente para ayudarle a desliar la maraña mental. Es curioso, pienso, que el asunto de Íñigo Errejón sobrevolara en el acto porque fue el portavoz de Sumar quien llevó al Congreso la necesidad de aumentar la inversión en asistencia psiquiátrica y psicológica en este país que tiene cuatro veces menos profesionales en la sanidad pública que la media europea y unos tiempos de espera de alrededor de tres meses, aunque el 35% haya de aguardar seis. Hablamos de enfermos que experimentan un sufrimiento extremo que se extiende al ámbito familiar. Errejón sacó a relucir este asunto en el momento en el que el mundo comenzaba a despertar de la pesadilla de la pandemia y, cómo no, hubo diputados que se mofaron. Qué terrible que el hábitat enconado y propenso a la vileza en el que pasan los días nuestros representantes favorezca la burla hacia quienes ahí fuera, donde hace frío, esperan aliviar su desamparo.

La paradoja se encuentra en cómo el mismo político que quiso traer a la conversación pública la necesidad de un buen programa de salud mental se autodiagnosticara tramposamente para justificar su error. Su confusa declaración recordaba a esas comparecencias de perdón con que tantos políticos y celebridades americanas buscan redimir sus pecados para, de la mano de Dios, regresar al rebaño. A veces vuelven victoriosos del viaje y aún se les atribuye más mérito tras la penitencia. Así es como los evangélicos han coronado a Donald Trump como a un rey David, que por ser pecador en el pasado se encuentra aún más preparado para defender la fe. Si un fanático se empeña, encuentra en los libros sagrados la justificación a cualquier fechoría. El joven Errejón no usará como escudo el perdón de un Dios, pero parece haber encontrado en razones de orden psicológico la explicación a su desvarío. Les recomiendo echar un vistazo a la historieta de Pantomima Full Famoso mal bien, en la que se parodia a ciertos famosos que hacen caja a costa de sus delirios mentales. El humor cuenta lo que nadie se atreve a decir. Y, como siempre, las víctimas olvidadas, los que no tienen la posibilidad de airear su pena por los escenarios siguen anhelando un acomodo social: sus delirios u obsesiones no están provocados por las drogas, las fiestas o la desproporcionada opinión que tienen de sí mismos. Muchos hemos recordado aquellos días en que, con aires de estrellas del rock, una nueva generación de políticos, en su mayoría varones, saltó a la arena pública. Cómo no entender la fascinación que provocaban en una generación ansiosa de nuevos referentes. Pero el instinto nos decía a las mujeres maduras que en algunos de estos nuevos héroes se advertía cierto parecido con aquellos progres de nuestra juventud que haciendo uso del verbo te la colaban, en toda la extensión de la palabra. Estos jóvenes airados de ahora llegaron hablando de pollasviejas, adjetivo con el que denigraban a los hombres mayores, poniendo el acento de la decadencia en la polla, cómo no. Un discurso feminista con simbología fálica, ¡toma ya! Este asunto nos deja una enseñanza: los hombres, jóvenes o no, deberían ser prudentes a la hora de soltar su filípica feminista porque a veces se les advierten las costuras. Por una vez y, por favor, escuchen.

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Jaime Villanueva
<![CDATA[Historia de Abdul]]>https://elpais.com/opinion/2024-10-20/historia-de-abdul.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-10-20/historia-de-abdul.htmlSun, 20 Oct 2024 03:00:00 +0000No hay paella sin sobremesa, y aquí estamos, inmersos en la huerta valenciana que en un día de domingo se nos revela como lo más parecido a la huerta del Edén; comensales a la sombra de una morera, suavemente adormecidos por el vino, charlando, en el mismo paraíso. Responde a algunas de nuestras preguntas el joven Abdul, que no es retraído ni reservón, pero son los que han sido sus protectores desde su llegada a España los que nos completan el relato:

Abdul nació y pasó su infancia en una aldea cercana a Acra, la capital de Ghana, razonablemente feliz siendo criado en un entorno de digna pobreza. Al morir su padre, un tío materno lo tomó bajo su protección y para facilitarle un futuro se lo llevó a la ciudad. Allí, Abdul, niño todavía, se formó en un colegio de habla inglesa y apuntó maneras de buen alumno; todo predecía que tendría estudios superiores, pero por azares políticos del país el tío, en la oposición, comenzó a ser perseguido y para librarse de una cárcel segura se exilió a Marruecos llevándose al muchacho consigo. Al poco tiempo, el tío enfermó gravemente y, temiendo que si Abdul volvía a Ghana fuera represaliado por su culpa, acordó con unos conocidos que se llevarían al sobrino a Alemania. Les pagó un dinero y estos tipos metieron a Abdul en una caja de madera con dos litros de agua, alimentos básicos y una linterna. En la caja, dentro de un contenedor, el chaval trató de contar los días que iban pasando, pero la noción del tiempo se pierde cuando no existen cambios de luz, se acaba el alimento, el agua, y la linterna y el móvil se quedan sin batería. El miedo y la oscuridad hicieron su trabajo, y Abdul perdió la esperanza de salir de allí con vida. Pero un buen día, temiéndose ya vencido, sintió que desmontaban el contenedor y que abrían su escondite. Quienes lo sacaron del zulo le dieron cinco euros y le dijeron, anda, vete y búscate la vida.

El chico estaba seguro de estar en Alemania y con ese convencimiento anduvo por la calle varios días. Listo y concienzudo, se lavaba bien de mañana en una fuente, saciaba el hambre con un bollo y procuraba pasar desapercibido en aquel barrio popular por el que deambulaba del día a la noche. Se fue percatando de que había llegado a España, a Valencia, a Paterna, al barrio de La Coma. No pudo escabullirse de la policía local que le pidió la documentación. La tenía, pero era menor y fue conducido a un centro de menores en Buñol. Allí, la directora observó en él algo que en su rostro es tan significativo: la bondad y la inteligencia. Decide entonces buscarle un hogar y lo instala en casa de su hermano y su cuñada, en esta casa inmersa en la huerta en la que nosotros estamos ahora, escuchando. Cuando Abdul cumple la mayoría de edad, comienza a trabajar en una empresa de pollos, Pollos Planes. La familia extensa de acogida le compra una moto para que vaya al trabajo y le ayudan a encontrar un lugar donde vivir. Tres años después, Abdul ha sido promocionado en la empresa y parece un miembro más de este hogar valenciano. Se ha casado por poderes con una muchacha de su pueblo ghanés y ahora piensa en cómo será el futuro, si aquí o allá. Es un joven austero, tanto como para haber financiado la construcción de un pozo en su aldea y pagar el cordero con el que celebran la fiesta en verano.

Esta es su historia, una historia no acabada sino en curso. En ocasiones escuchamos esa tópica zafiedad amenazante con que la derecha extrema afirma que si tanto queremos a los inmigrantes los metamos en nuestra casa. Bien, habrían de saber que, dejando a un lado que la solución no depende de la generosidad individual, hay personas admirables que mejoran el mundo sin hacer ruido, que logran que el olor a mierda que desprende el discurso racista sea interceptado y que la tierra emane, como ahora, una mezcla de aromas de higuera, flores salvajes, moreras, granados y un ligero aliento del prado de chufas.

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<![CDATA[Cuando la risa es cruel]]>https://elpais.com/opinion/2024-10-13/cuando-la-risa-es-cruel.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-10-13/cuando-la-risa-es-cruel.htmlSun, 13 Oct 2024 03:00:00 +0000Qué extraordinarias son esas personas que pronuncian un lugar común como si estuviera siendo expresado por vez primera; son, sin complejos, los fabulosos inventores de lo ya inventado. Los niños son muy crueles, dicen. En alguna ocasión hasta osan añadir el odioso “como yo digo”. Pues bien, lo que tú dices es una afirmación sin evidencia científica alguna que, para colmo, contribuye a eludir la responsabilidad de los adultos en el comportamiento de los menores. ¿Son los niños crueles por naturaleza? En absoluto, más bien podría decirse que poseen un natural instinto colaborativo que los adultos vamos cercenando con la influencia no siempre benéfica que ejercemos sobre ellos. A veces los niños van a la escuela adiestrados ya en el ejercicio del desprecio, tomando como normales la burla al débil y el abuso; otras, es en el entorno escolar cuando optan por unirse al chulo de la clase para sobrevivir. Pero lo que más me asombra de esa afirmación, los niños son crueles, es que la hacemos los adultos, justo aquellos que ya estamos tan habituados al ejercicio de la inquina que en ocasiones ni siquiera somos capaces de sentir pesar por el daño infligido.

Estamos moldeados en gran parte por aquellos ejemplos en los que fuimos instruidos. Uno de los aprendizajes más sofisticados que existen es el del buen ejercicio de la risa. Hacer saber a un niño que la risa puede ser tan liberadora como dañina y que la burla denota más cretinez que inteligencia es prepararlo para entender qué siente el otro ante sus actos. Dice Don Quijote al ser objeto de mofa: “Es mucha sandez la risa que de leve causa procede”. Sandez es la palabra exacta para definir a quien, por no comprender, ni entiende de qué se está riendo. Esta semana, el Congreso de los Diputados se convirtió en un patio de colegio sin profesores al mando, sin reglas, dejando el ambiente al libre albedrío de quienes carecen de la instrucción necesaria en el humor como para saber que se están burlando de las personas a quienes dicen defender. Yo solo había visto en las noticias televisivas a Miguel Tellado agitar en el aire un cartelillo con rostros de asesinados por ETA, que han sido llorados en silencio y con respeto por españoles de distinto signo. Verlos en manos de quien los estaba utilizando para excusar errores propios ya me pareció el colmo de la ignominia. Sabemos que estos números están pensados para ser transmitidos, porque los políticos han aprendido a actuar para X, pero lo que seguramente no imaginaba quien ideó este gag, que pretendía subrayar la complicidad del Gobierno con una organización terrorista que ya no existe, es que al ampliar el foco y aparecer la imagen de la bancada contemplaríamos el verdadero significado del show. Ahí estaba la diputada popular Macarena Montesinos riéndole la gracia siniestra a su compañero Miguel Tellado mientras señalaba las fotos, ambos mostrando sonrisas burlescas, autosatisfechos por ese golpe bajo con el que esperaban avergonzar al contrario, sin comprender, porque a la vista está que desconocen los sofisticados mecanismos de la risa, que suele ser más transparente que el llanto, que a quien verdaderamente ofendían era al recuerdo mismo de los asesinados, de sus familiares y de todos aquellos que con dolor hemos acompañado la memoria de las víctimas de ETA cuando existía y cuando dejó de matar.

Es desolador que un número tan chusco pretenda patrimonializar el dolor ajeno. A pesar de que corremos el peligro de hacernos tolerantes a lo grotesco, muchos no esperábamos presenciar el espectáculo de esas risas. El mundo se está dividiendo peligrosamente en dos: quienes educan a los niños en el uso extraordinario de la risa para curar heridas, reforzar la generosidad y ensanchar corazones, y quienes nunca podrán advertirles del sentido maléfico que puede extraerse de una carcajada, porque ni ellos mismos distinguen entre risa y crueldad.

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Ricardo Rubio
<![CDATA[Elon, secretos de belleza ]]>https://elpais.com/opinion/2024-10-06/elon-secretos-de-belleza.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-10-06/elon-secretos-de-belleza.htmlSun, 06 Oct 2024 03:00:00 +0000Elon ha ofrecido los secretos de su éxito, de belleza, solía decirse. Elon duerme seis horas y en ese tiempo su sistema neuronal se renueva. Las ocho horas es de vagos. Elon no desayuna. Si acaso un té a media mañana. Elon trabaja 17 horas, con pequeños recesos cada cinco para mantenerse fresco siendo fiel a la técnica pomodoro de optimización del trabajo. No es amigo del ejercicio físico, pero practica el karate y algún arte marcial. ¿En qué ocupa el tiempo Elon? Elon escribe mails, despeja alguna X de la actualidad en la red de su propiedad, haciendo campaña por Trump o interviniendo en conflictos internacionales con su inconfundible arte para echar leña el fuego, que es la gracia indiscutible de su compañía; Elon alterna San Francisco con Los Ángeles para controlar, como el latifundista de antaño, a esos jóvenes que le trabajan el campo virtual, y que obedecen a la misma filosofía de vida: 120 horas de trabajo semanales ante la pantalla. Antes de cerrar los ojos, Elon lee un poco de El señor de los anillos o la biografía de otro genio como él y, desde luego, no bebe ni come para no perturbar las seis horas de desconexión. ¿Con qué sueña Elon? Elon sueña despierto siguiendo la estela de los pioneros que ampliaron el espacio de la gran nación y obedeciendo a la misma retórica: si luchas, lo consigues; si te equivocas, sigue intentándolo; no pongas límites a tu ambición, solo los perdedores se rinden. Elon tiene ya su refugio anti-atómico y tal vez en menos de diez años tendrá su casita en Marte. Nadie sabe mejor que él que el espacio es ahora mismo como aquel mítico salvaje oeste, un lugar infinito y alegal, que pertenece al primero que llega y coloca su bandera. La mezcla de productividad máxima y rutinas saludables es la clave para ser, eso sostiene Elon, uno de los hombres más ricos y poderosos de este planeta que se le queda pequeño.

Algo ha cambiado para que la retórica de Musk, tan apegada a la vieja cantinela de superación personal que rezuma la cultura americana, haya calado en el discurso europeo. El trabajo es el tema. Resulta sorprendente que mentes que opinan desde una posición privilegiada definan a una juventud a la que contemplan desde la altura de la edad como perezosa o falta de ambición. En vez de celebrar que en nuestra juventud gozamos de expectativas y encaramos el futuro con perspectivas de mejora; en vez de reconocer que abominábamos de aquella frase tan repetida, “cómo se nota que no habéis vivido una guerra”, que se usaba para reprochar nuestra despreocupación; en vez de valorar que desde niños disfrutamos de unos veraneos al que solo accedieron muchos españoles de la generación de nuestros padres a partir de la madurez o la ancianidad; en vez de reconocer que la mejora consistió precisamente en reducir horarios laborales y sumar horas de descanso, se entregan a una nostalgia de aquel pasado (de otros) en el que se trabajaba sin tregua. Y sin ser millonario, como Elon.

Quien tiene la vida hecha ha de tener cuidado a la hora de juzgar a una juventud que gana poco, trabaja a salto de mata, siente crujir un sueldo irregular por unos impuestos abusivos, carece de medios para conquistar su independencia, habitar una vivienda propia o pensar en formar una familia. Siendo así las cosas, que alguien con la vida resuelta considere que el nuestro es un país de vagos significa que los valores de Elon han calado. Luego está, claro, la frivolidad de los que han puesto en boga esa filosofía juguetona que anima a trabajar menos, como si rebajar la jornada laboral para la clase trabajadora partiera de una decisión personal. Lo extraordinario es que este consejo travieso lo suelen predicar quienes están todo el día asomándose a los medios. Pero la gran mayoría social, aquella que es ajena a filosofismos baratos, sueña con reducir horarios y tener un pisito, a ser posible en la Tierra.

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Mario Anzuoni
<![CDATA[Los descendientes de la fideuá]]>https://elpais.com/opinion/2024-09-29/los-descendientes-de-la-fideua.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-09-29/los-descendientes-de-la-fideua.htmlSun, 29 Sep 2024 03:00:00 +0000La vida del viejo monarca —lo de Emérito ya se ha convertido en adjetivo dudoso o casi en mote— irrumpió hace tanto tiempo por la puerta grande en las estancias del mundo del corazón que al anunciarse estos días la publicación de unas memorias tituladas enigmáticamente Reconciliación se puede pensar que se trata del argumento homérico del hombre anciano que, agotadas ya sus energías, vuelve al hogar para rendirse al abrazo de la esposa en la que busca el consuelo de la vejez, para disculparse con las amantes o dejarse proteger por el hijo al que perjudicó. El universo íntimo ha fagocitado al público. Aquello de la reconciliación nacional suena vetusto, ignorado por las nuevas generaciones, muy del siglo pasado. Suelen afirmar tertulianos enseñoreados de objetividad que los líos amorosos del monarca no nos competen, a menos, claro está, que hubieran sido financiados de una u otra manera por los servicios de seguridad del Estado.

Nadie quiere correr el menor peligro de parecer moralista, pero el asunto es que, en personas cuya mera presencia es representativa de un Estado, resulta difícil que los líos sexuales no acaben salpicando a quienes tienen el deber de preservar la imagen de un señor imprudente que se escapa en moto para ver a su rubia. Dicha rubia espera con el sofrito de la fideuá en marcha al señor que se equivoca y toca el timbre del adosado de la rubia de al lado, que por supuesto toma nota para aparecer en un documental futuro; este es el señor que acostumbrado a una vida que se desarrolló sin anclajes emocionales se desfoga con las mujeres y no acaba de entender qué es lo que quieren ellas: Qué es lo que espera de él esta rubia que parece sueca, pero a quien delata el acento murciano de Totana; qué quiere esta mujerona que viene de muy abajo y que envanecida ahora por sentir en la intimidad de su alcoba los latidos de una sangre real no está dispuesta a ser solo su pilingui. Lo que ella cavila es que si está dándole lo mejor de sí misma por qué ha de ser menos que la dama de Palma, a quienes los amigotes de su amante rinden pleitesía y ponen a su servicio yates y seguridad para facilitar los encuentros. ¿Unas somos señoras y otras cabareteras? Pero el monarca, ajeno al descontento creciente de esta mujer que necesita trabajo y recompensa económica, se zampa su fideuá, moja pan, le celebra la mano que tiene para la cocina y para el resto, ese resto que viene tras el café y la copa, el calentamiento previo a la entrega total del que el hijo de ella, agazapado, tomará nota, no sabemos si con la complicidad materna, para que luego, tantos años después, cuando el emérito quiera reivindicarse, no por sus legendarias pasiones sino por sus desvelos políticos, vea cómo el bribón engulló al hombre de Estado y advierta sorprendido que su manera de ir por la vida, con el privilegio por delante, pasa factura en un presente en el que nadie mejor que él representa aquello de “lo personal es político”.

Bendecidos por los defensores de la presunta cultural popular, los programas de chismes ya no exigen a los personajes ser poseedores de algún tipo de habilidad artística. Estamos en el momento en el que los descendientes de quienes despertaban interés por sus méritos están empezando a hacer caja. Difícil catalogar la personalidad de quien vende las fotos de una madre besuqueándose en el porche. ¿De qué forma han sido educados todas estas hijas y nietos que han tomado el relevo en la exhibición de su intimidad? El hijo de Rey, Bárbara, vendiendo el pasado materno; la nieta del Rey, Juan Carlos, abriendo su corazón a Pablo Motos al confesar que le encanta la fideuá. ¡La fideuá! La historia es asombrosamente cíclica. Todo confluye. Si una tendiera a las teorías conspiranoicas pensaría que había algún mensaje encriptado en semejante declaración. Tal vez sean, los del hijo y la nieta, dos caminos diferentes de llegar al mismo punto: vivir del cuento.

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Salvador Sas
<![CDATA[Hay que ser mala persona ]]>https://elpais.com/opinion/2024-09-22/hay-que-ser-mala-persona.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-09-22/hay-que-ser-mala-persona.htmlSun, 22 Sep 2024 03:00:00 +0000Suele ocurrir que las víctimas de un abuso o maltrato infantil permanezcan calladas toda su vida. La sola idea de que esa experiencia macerada por el silencio pueda saberse en su entorno social se concibe aterradora. La directora de cine Mona Achache ha querido, a través de la docuficción Little Girl Blue, romper con el maleficio del abuso heredado que parecía marcar a fuego a todas las mujeres de su familia, como si algo en ellas las hiciera proclives a ser presas de los depredadores. Asombra (o no tanto) que su abuela, Monique Lange, célebre novelista, editora de Gallimard, pareja de Juan Goytisolo, fuera violada en su juventud por una manada en unos sanfermines de los años cincuenta. En algún momento, le confiesa a su hija, Carole Achache, este episodio, pero su mente ha transformado el recuerdo convirtiendo la violencia sufrida en una especie de ritual de iniciación; una versión sin duda inspirada por el ambiente intelectual de esos sesenta en los que el sexo se entendía siempre como algo liberador, sin reparar en daños colaterales. Tal vez fuera esa infección ideológica la que la cegó tanto a Lange como para dejar a su hija Carole en manos de un depravado como Jean Genet, el hombre sin duda menos indicado para cuidar de una criatura de 12 años. La experiencia sexual con el mitificado Genet marcó el futuro de Carole, niña crecida en el desamparo, generándole una infravaloración de su cuerpo que la condujo a prostituirse y al consumo de drogas. Estoy convencida de que este relato hace no tanto sonaría moralista; por fortuna, el estudio del trauma provocado por una infancia desprotegida y vulnerada desmiente tanta interesada banalidad. Pero ahí no queda la cosa: tras apurar la loca juventud, Carole se casa y tiene dos hijos, una de ellas, Mona, la directora del documental, que tras el suicidio de su madre decide explorar en las fotos, cartas, testimonios visuales y sonoros, para tratar de comprender por qué su madre, rendida a ese destino fatal de las mujeres de la familia, decide también callarse al saber que el hombre con el que su abuelo Goytisolo convivía en Marrakech, un tal Amir, se cuela por las noches en el cuarto de la nieta para violarla. Ella acude al abuelo amado y este le aconseja dejar correr un asunto que le desbarataría la vida. Su madre, Carole, la verdadera protagonista del documental, también la conmina al silencio teorizando sobre la naturaleza humana: todos eran hijos de puta y a su vez todos eran buenas personas. Ella acabó ahorcándose.

En los últimos días se ha hablado de esos hombres corrientes que violaron a esta admirable mujer, Gisèle, que ha tachado su apellido de casada. Cuando se habla de hombres corrientes se añade el hecho de que fueran maestros, fontaneros o administrativos, como si la profesión definiera su normalidad o como si hubiera un oficio que respondiera al nombre de violador de callejones. El caso es que cuando abordamos este asunto en el terreno cultural lo hacemos de puntillas, no vaya a ser que con nuestros pasos perturbemos la paz del panteón de los hombres y mujeres que nos han alimentado el espíritu. Desde hace tiempo observo que ha vuelto el viejo tópico de que los escritores suelen ser unos cabrones y que la bondad en el arte está asociada a la mediocridad. Hay que ser mala persona. Puede que suene interesante, pero no es más que una falacia o, aún peor, una autojustificación. Como la vida nos da sorpresas, que decía Rubén Blades, Carlos Flores, el diputado de Vox condenado por aquel “te voy a estar jodiendo toda la vida hasta que te mueras y acabe contigo, ladrona”, ha quedado finalista en un concurso de relatos de Igualdad del Ayuntamiento de Valencia. Catalá, la alcaldesa, aun reconociendo que fue una provocación por parte de Flores, asegura que fue un jurado independiente el que apreció su calidad literaria. Lo dicho, hay que distinguir entre el autor y su obra.

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<![CDATA[Empobrecedor, peligroso]]>https://elpais.com/opinion/2024-09-15/empobrecedor-peligroso.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-09-15/empobrecedor-peligroso.htmlSun, 15 Sep 2024 03:00:00 +0000En un mundo ideal, la posición política de un artista no debería interferir en cómo se lee, se escucha o se mira su obra. En esa falta de sectarismo, los políticos deberían ser ejemplares para transmitir a sus votantes una actitud tolerante, sobre todo hacia quien no es de su cuerda. En estos días pasados, Pedro Almodóvar se alzó con el León de Oro del festival de Venecia por La habitación de al lado, su primera película en inglés. Cuánta curiosidad por ver cómo el alma del director ha transitado desde aquel su primer universo gamberro, deudor del humor español del absurdo, hasta quien es hoy, un creador en busca de lecturas más hondas, dispuesto a enfrentarse a asuntos acuciantes del presente. Ahora se dice con frecuencia machacona que todo cine es político, una afirmación espesa en exceso, porque si en algo conectaba aquel primer cine almodovariano de estética chocante y argumentos ligeros era con el deseo desesperado de salirse de la severa interpretación política de los setenta, abrazando una libertad estética que aún no habíamos alcanzado. ¿Es eso político? Tal vez, pero por el afán de librarse de un rígido discurso político. El Almodóvar de entonces abrió fronteras al habla de la calle, retrató el aliento callejero, mezcló lo elevado con lo popular y nos mostró un sexo diferente. Difícil expresar hoy el impacto que causó, pero lo más increíble es cómo aquello que nosotros concebíamos como algo local fue cruzando fronteras e influyendo en el cine alternativo de países más experimentados que el nuestro. A lo largo de los años, incluso a través de argumentos que se iban volviendo menos costumbristas, el cine de Almodóvar se ha visto fuera como un fiel retrato de España. Lo comprobamos en el impactante estreno de Hable con ella en Nueva York o en la fiesta que en su honor organizó el MOMA: la admiración por su cine siempre está vinculada a su país de origen. España vibra en el extranjero a través de sus ojos.

Por eso extraña, aunque se haya comentado de un modo discreto, que el director no haya recibido felicitación alguna del Partido Popular, ni estatal ni madrileño. La cosa viene de lejos: tampoco hubo presencia institucional en la inauguración de la muestra que sobre su relación con Madrid hay ahora mismo en el Cuartel del Conde Duque. Está claro que a Pedro Almodóvar no le hace falta ser felicitado por partidos ni instituciones para seguir haciendo cine, ser reconocido internacionalmente y sentirse querido en España, aunque me temo que este ninguneo le acaba doliendo. La cuestión es que a nosotros, a todos los que nos dedicamos a cualquiera de las artes y oficios que componen la cultura sí que nos afecta la sola idea de que el gran partido de derechas español no consiga deshacerse del resentimiento hacia quienes no lo secundan. Esa actitud rencorosa aviva las mentiras tan repetidas sobre la gente de la cultura, la del cine en particular, fomenta los comentarios odiosos y odiadores de quienes desprecian una película solo porque quien la dirigió o la interpretó tomó partido entonces contra la guerra de Irak, ahora en defensa de la inmigración, de la muerte digna, de la causa feminista, del derecho a la vivienda o alertando contra los discursos del odio; causas relacionadas con los derechos humanos más que con una política en concreto, que podría asumir un partido conservador. En ese tono sonaron las palabras del discurso de agradecimiento en la ciudad italiana: no dejemos que la ira nos envilezca.

Quienes hacen de la polarización un recurso político nos polarizan, buscan el aplauso al afín y el desprecio al contrario, y en ese fango accedemos a revolcarnos, permitiendo incluso que se creen dos Españas de cualquier asunto irrelevante, como la competencia entre dos programas televisivos de entretenimiento. Acabamos convencidos de que esa elección contiene nuestros principios más irrenunciables. Es empobrecedor, peligroso.

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ETTORE FERRARI
<![CDATA[Ya no se puede decir nada]]>https://elpais.com/opinion/2024-09-08/ya-no-se-puede-decir-nada.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-09-08/ya-no-se-puede-decir-nada.htmlSun, 08 Sep 2024 03:00:00 +0000La frase, de tan manoseada, ha acabado definiendo cómicamente a aquellas personas que sin dejar de manifestarse se quejan de que no pueden hacerlo. Estoy convencida de que habrá sido ése el pensamiento del alcalde de Vito (Ávila) tras haber sido amonestado por interpretar en público una repugnante coplilla pedófila. Y que tal cual lo pensaría el presidente de la Conferencia Episcopal cuando en defensa del alcalde afirmó que toda la vida de Dios los beodos habían tenido eximente. Algún responsable de prensa, ya que no de almas, debiera haber aconsejado a los obispos que en este caso en concreto mejor convenía mantener un perfil bajo. Pero no, ya no se puede decir nada, se lamenta Antonio Banderas en Venecia presentando una película que él mismo define como transgresora, palabra fetiche de los festivales, pero sintiendo a su vez nostalgia de películas transgresoras del pasado. No sabe una muy bien a cuáles se refiere o si él quisiera expresar cosas que ahora calla. En realidad, yo lo veo bastante suelto. En El Hormiguero, se lanzó a expresar una teoría que, advirtió, podía ser polémica, asegurando que una encuesta (¡las encuestas las carga el diablo!) realizada en Andalucía sostenía que el 75% de los jóvenes españoles aspiraban a ser funcionarios, en contraste con jóvenes americanos que deseaban ser emprendedores. Así, concluía el actor, con esta juventud española de sueños romos “no se hace país”; en cambio, fijémonos en Silicon Valley y en las empresas que generaron aquellos muchachos en un garaje. A juzgar por los aplausos, al público le fascinó esta disertación sociológica, aunque al otro lado, el oscuro, hubo quien puso en duda que el mundo esté mejor en manos de los millonarios colonizadores de las democracias que en las de cualquier médico o maestro que aspiren a serlo en la cosa pública. Es esa crítica en las redes, propiedad de los mismos genios que celebra Banderas, la que le escuece, como a todos cuando nos toca, pero conviene recordar algo que se olvida con frecuencia: opinar conlleva recibir críticas y faltas de respeto, más aún en el caso de las mujeres. En el pasado, esos varapalos no llegaban con la inmediatez actual, pero la condescendencia, la burla y el insulto lograban abrirse paso por las vías lentas; siempre había que hacer un esfuerzo por no rendirse, y sobre todo, por no sentir la vergüenza injusta que persigue al injuriado. Puede que haya sido el feminismo el detonante de esta nueva masa crítica que ha pillado por sorpresa a hombres privilegiados, sobrios o borrachos, que disfrutaban de una libertad de ofender sin que se les devolviera el golpe; también a jóvenes que defienden una inquietante libertad de agredir.

Conservative voices are being silenced” (las voces conservadoras están siendo silenciadas), decía la genial Lisa Kudrow representando el papel de una influencer de la derecha que alzaba su queja desde los micrófonos de todos los medios. Era tan cómica su protesta que acabó por usarse para definir a aquellos que reclamaban libertad sin parar de manifestarse. A veces se trata de la nostalgia de una cierta impunidad. Pero cuidado, opino que es saludable pensar una cosa y su contraria, y así creo también que escuchando a Banderas narrar el cuento del valiente emprendedor en un país tan desigual como Estados Unidos intuimos qué es lo que le cautivó del sueño americano. Pero no es más que un actor que opina. Cuántas veces ajustamos la realidad a una teoría que se nos acaba de ocurrir, cuántas veces no lo han hecho economistas, politólogos o columnistas rasos. Cuántas veces no he pensado yo que leemos y escuchamos con la pistola cargada. Lo bueno que tenía la ausencia de redes era que para insultar a alguien había que escribir una carta y mandarla. Y cuántas veces la bondad está ligada a la pereza. Siempre es reconfortante ese insulto que se nos quedó en el tintero. Pruébenlo.

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FABIO FRUSTACI
<![CDATA[Una España amenazada]]>https://elpais.com/opinion/2024-09-01/una-espana-amenazada.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-09-01/una-espana-amenazada.htmlSun, 01 Sep 2024 03:00:00 +0000Nos adentramos en la aldea, Sesga, a la caída de la tarde. Son los últimos días de este verano ardiente en el que en mitad del bosque puede disfrutarse del frescor nocturno. Regresamos después de dos años para comprobar si las huellas de la literatura siguen ahí, si nadie ha incorporado algún mostrenco a este armonioso conjunto de casas. Por sorpresa, como surgen los personajes de los cuentos, aquí está Margarita, alegre por vernos: llegó a sus oídos que la niña a la que cuidó cuando ella era chavala había escrito una novela situada en la misma calle donde está su casa. Casi sin darnos cuenta, nos seduce para entrar en el refugio que dejó atrás a los 17 años para irse a Tarragona con mis padres. Qué difícil es contar la España vacía o vaciada: el término, popularizado, convierte lugares tan dispares en una masa homogénea, sin los nombres propios y las historias extraordinarias de emigración y regreso que los distinguen. Aquí, en este peculiarísimo Rincón de Ademuz, hay una mezcla sutil entre lo festero valenciano y la cordialidad aragonesa. Nos adentramos en la casa de piedra y enseguida nos atrapa un interior que nuestra anfitriona ha mejorado preservando la esencia: suelos combados, dinteles bajos ante los que hay que agacharse (bueno, yo no), ventanucos por donde entra un haz de luz amarilla que ilumina los cuartos interiores, dormitorios como cuevas para protegerse de la intemperie, del frío, el calor o el desconsuelo; toda la memoria materna en una alacena incrustada en la pared, en la colección de pucheros que adornan la cocina. Valiéndose del albañil del pueblo y de una notable sensibilidad, esta mujer ha acondicionado la casa dejando que respiren en ella las voces de quienes vivieron antes.

Recuerdo las palabras, todas subrayables, del periodista Andrés Rubio en su libro España fea, de obligada lectura para quienes quieran seguir el rastro de ese germen codicioso que ha ido provocando la demolición del paisaje y la belleza popular en nuestro país, algo que comienza en los sesenta y continúa en democracia con el descontrol de las cesiones del suelo a cualquiera que entendiera el progreso a base de destruir la delicadeza de lo local. Tal vez creyeran políticos, arquitectos y constructores que había habido una amnesia colectiva que borraba los lazos con el pasado, pero según Rubio: “El Geist (el espíritu) sigue conectando por diversas vías a gran parte de los españoles al campo, a la agricultura y al modo de vida rural como parte del plano inteligible y más emocionalmente estable y valioso de su realidad, un mundo de los afectos que se amplifica día a día con el auge del movimiento verde”.

Aquí llega, efectivamente, el movimiento verde, adjetivo que se ha transformado en sustantivo gracias a las grandes posibilidades de negocio que ofrece. Pero cuidado, lo verde puede ser el salvoconducto que permita que la demolición continúe. Si seguimos subiendo por el mapa, trazando el mismo camino que atravesaron los emigrantes aragoneses en los sesenta para llegar a la Cataluña industrial, nos encontramos con el Matarraña y el Maestrazgo, zonas asombrosas donde uno de los entornos naturales más valiosos de España convive con pueblos de belleza única. Allí y no en otro sitio se ha aprobado la implantación de 20 parques eólicos, lo que supondría talar en torno a dos millones de árboles adultos. La deforestación prevista puede equivaler a 200 campos de fútbol. El impacto sobre la naturaleza y la cultura popular sería catastrófico y los vecinos lo advierten y pelearán contra esa apresurada aprobación en Consejo de Ministros que da vía libre al proyecto. Suele decirse que no hay catalán sin un abuelo aragonés. Ay, de cuánto serviría que además de debatir sobre el ser o no ser atendiéramos todos a esta cuestión urgente. Pioneros en lo verde sí, pero no a cualquier coste. Esto sí que pone a España en peligro.

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Samuel Sánchez
<![CDATA[Aquel verano de... Elvira Lindo: la primera rebeldía]]>https://elpais.com/cultura/2024-08-11/aquel-verano-de-elvira-lindo-la-primera-rebeldia.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-08-11/aquel-verano-de-elvira-lindo-la-primera-rebeldia.htmlSun, 11 Aug 2024 03:30:00 +0000Me voy a arrimar a ella, pero me rehúye. Sabe que me hace sufrir, lo hace para que sufra y para que aprenda. Las niñas no andan de aquí para allá todo el día sin parar en casa, las niñas se preocupan de cómo están sus madres, una niña en condiciones vuelve a casa cada poco para ver si su madre se ha puesto más enferma aún de lo que ya está. Consciente de mi culpa quiero abrazarla con toda mi alma, que me perdone y que me quiera. En la oscuridad, mi barbilla tiembla. Me aparta porque dice que le doy calor; en las camas viejas se pasa calor. En esta cama vieja murió mi abuela y nació mi madre. En esta cama vieja duermen mis padres todos los veranos. Mi padre fuma en la cama. Mi tío fuma en su cama del cuarto de al lado. Hay hombres que de madrugada fuman mientras los niños duermen. Y el olor a padre, a la loción y al tabaco, permanece los días en que él está en Madrid.

Yo ocupo el lado de mi padre, aunque me gustaría aferrarme a ella y llorar un poco mi cansancio. Es verdad que me fui temprano y que no he vuelto hasta la noche. Las niñas se acuerdan de sus madres enfermas, pero a mí se me pasa el tiempo sin sentir y me gustan las casas ajenas y me como lo que me pongan en el plato. Soy el perro que acepta cualquier caricia.

Corro detrás de mis hermanos hasta la casa de un niño rico que tiene piscina. Somos amigos del niño rico y nos deja bañarnos y para qué ducharse luego si estamos todo el día a remojo. Tengo costras en las rodillas y los pies ásperos como un lagarto. Tengo pelotillas negras entre los dedos. Mi madre no quiere que le acerque los pies porque le da dentera. Mi madre dice a quien la quiera oír que cuando llegamos al pueblo se libra de nosotros, que qué ganas tiene de perdernos de vista. No será tan cierto si luego se enfurruña conmigo. Cuando ella me rechaza me siento un monstruo, un bicho tan sucio como mis pies. Así que para que se apiade le digo que algo me duele. Quisiera estar muy enferma y que ella temiera por mi vida. Dónde te duele, pregunta al fin, y yo le digo que ahí. Hay sitios en el cuerpo que tienen nombre, la rodilla, la barriga, los pies sucios, pero hay otros que en mi casa no encuentran su nombre. En otras familias se habla del pepe, la peladilla, el chichi, pero en mi casa decimos ahí. Ahí.

Casi nunca hemos hablado de ahí, solo una vez que mi padre dijo, ahí no, porque me estaba tocando mientras veía la tele. Mi madre dice que ahí no se rasca una. Pero a mí me duele, le digo, o me ha dolido un buen rato, y me ha salido sangre. Entonces, mi madre enciende la luz. Por fin he conseguido llamar su atención. Dónde está la sangre, pregunta. En el bañador. El bañador está en la mecedora. El bañador, sí, tiene sangre. Ya seca, marrón, podría parecer caca, pero no, está en la parte de ahí.

Mi madre dice que cómo ha sido y yo le digo que me he resbalado por las escalerillas al entrar a la piscina, que se me abrieron las piernas, que caí de golpe y me di ahí. Tan fuerte fue el dolor que me desplomé en el agua y lloré mientras me hundía. De ahí salió un hilillo rojo que subió a la superficie; de mi pecho, el ruido de un golpe con eco, como cuando le das la vuelta a una muñeca Famosa.

Me arrimé al borde, saqué la cabeza y la hundí entre mis brazos. A mi alrededor había ahogadillas, saltos de cabeza, en bomba, nadie supo que podía haberme muerto. Ahora respondía a un interrogatorio, cuánta sangre, cuánto tiempo estuvo saliendo, se lo contaste a alguien. Yo quería atención, pero no tanta.

Voy contestando a sus preguntas y no entiendo a qué viene de pronto este interés: tengo un cuerpecillo rechoncho lleno de cicatrices. Quisiera que me consolara por cualquiera de ellas, pero me dice que soy una atolondrada, que debería mirar donde piso y sentarme bien y no dejarme toquetear por cualquiera y que tengo que hacerme mayor. Yo juro que no sé cómo. No sé si me transformaré de un día para otro, pero, mientras, presiento que todo seguirá igual, que mañana saldré a la plaza con la intención de regresar al cabo de un rato, tal como haría una niña pendiente de una madre enferma, pero hay algo en mí salvaje y extraordinario que me arrastra a hacer lo que no debo.

Seis años después, cuando ella ya no esté, regresando a casa más tarde de lo que debiera, caeré en la cuenta de qué es lo que me había pasado ahí. Ah, era esto, era esto, era esto.

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<![CDATA[La voluntad de no saber]]>https://elpais.com/opinion/2024-07-28/la-voluntad-de-no-saber.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-07-28/la-voluntad-de-no-saber.htmlSun, 28 Jul 2024 03:00:00 +0000Cuando a principios de los noventa la niña de ocho años Alessandra Martín tuvo la valentía de contar en casa que el cura Lluís Tó, responsable religioso de primaria, abusaba de ella, sus padres acudieron a la dirección del selecto colegio Sant Ignasi para que apartaran al sacerdote de la tarea, pero al ver que el centro se encogía de hombros pusieron el asunto en manos de la justicia y consiguieron que este fuera el primer caso sentenciado en firme por pederastia en España. Condena de dos años impuesta, por cierto, por Margarita Robles. La historia de Alessandra es una de las que conforman el magnífico documental La Fugida, el relato de cómo los jesuitas catalanes facilitaban una vía de escape a los sacerdotes señalados por pederastia y los ponían rumbo a Cochabamba, al colegio Juan XXIII, para que siguieran perpetrando fechorías a criaturas bolivianas con total impunidad. La paradoja es que mientras el cura abusador encontró buen acomodo en América, a la niña Alessandra se la acabó apartando del prestigioso centro por perturbar la paz escolar.

Tan fácil como dominar a una criatura es borrarla, que no altere el equilibrio familiar, escolar o vecinal. Sepultar su historia bajo un denso silencio. Incluso cuando acudimos al término “violencia vicaria”, que describe con rigor el daño que el padre hace a la madre a través de los hijos, siento que inevitablemente desaparece la historia de esas pequeñas vidas, las de seres plenos ya de sentimientos, convertidos por la desgracia en fantasmas que nos miran desde las fotos de prensa. ¿Eran sociables o tímidos, audaces o temerosos? ¿Cuál era ese diminutivo al que respondían? ¿Temían al padre, se habían puesto como escudo delante de su madre para protegerla? ¿Confiaron su miedo a alguien o lo callaron presas de la inquebrantable fidelidad que el niño guarda hacia los suyos?

En estos días hemos sabido que los abusos de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, estuvieron en conocimiento del Vaticano desde los años cincuenta y en absoluto perjudicaron su siniestra carrera ascendente. Salía más a cuenta que el padre de esta peculiar legión lograra reclutar jóvenes para una carrera, el sacerdocio, que estaba en horas bajas; convenía ceder a sus negocios, contactos y mordidas para comprar el silencio de unas autoridades encubridoras que permitieron sacrificar a sus hijos en beneficio del negocio sagrado de la fe. Porque esa es la trampa, la fe: el que denuncia está poniéndola en duda, desbaratando a una comunidad, tal vez provocando crisis espirituales en el corazón de otros creyentes.

No hay nada más sencillo que ahogar la voz de los niños sacrificados. Así lo hacen la institución religiosa, la familiar, hasta la élite cultural cuando se conforma como institución e imita los dogmas de la iglesia. Si al creyente le inquieta cómo podrá mantener la fe una vez sabido que los intermediarios de Dios abusan de sus criaturas, a quien tiene el arte como expresión sagrada que existe más allá de cualquier consideración moral lo que parece importarle cuando una violación se hace pública, más que prestar atención a la víctima, es filosofar sobre cómo se verá alterada su fe ante el objeto artístico.

No hay envoltorio que encubra con más celo lo sagrado que el silencio: hay una curia en Roma y también la ha habido en París, en el exquisito microcosmos cultural que supo exportar al mundo la coartada de que los deseos estaban por encima de los derechos, de que la libertad sexual del adulto podía ser la gran escuela del niño. No abusaban, hacían pedagogía. En ese ambiente ideológicamente perverso, las voces de unas cuantas mujeres, como Camille Kouchner o Vanessa Springora, actuaron de aguafiestas y sacudieron conciencias. A ellas se unirá este otoño el impactante Triste Tigre, de Neige Sinno, que deja en tus manos el corazón de cristal de la niña que fue. Dan ganas de gritar.

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Foto: Gianluca Battista
<![CDATA[No todo van a ser goles]]>https://elpais.com/opinion/2024-07-21/no-todo-van-a-ser-goles.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-07-21/no-todo-van-a-ser-goles.htmlSun, 21 Jul 2024 03:00:00 +0000Cómo no conmoverse con la historia de Iñaki y Nico Williams. Enmascarada tras la victoria futbolística se encuentra la hazaña de sus padres, tan épica como la deportiva, el fatigoso viaje de Félix y María, que como la pareja bíblica buscaban un lugar para que naciera la criatura que María llevaba en su vientre. Podían haberse rendido en el desierto o haber muerto ahogados en el mar, pero lograron llegar a una tierra en la que fueron acogidos, no ya por el país en sí, sino por una de esas personas de gran corazón que se hacen cargo de los que nada tienen. Iñaki Williams, el recién nacido, tomó el nombre del cura que se ocupó de aquella familia procedente de Ghana. También Cáritas veló por ellos hasta que tuvieron la vida encauzada, una organización donde hay personas como mi amigo Pedro Ruiz Morcillo, que ha renunciado a la jubilación contemplativa para ocuparse de los últimos de los últimos, cómo él llama con su verbo cristiano a aquellos que el sistema expulsa. Cómo no conmoverse con la historia de Lamine Yamal, hijo del marroquí Mounir y de la guineana Sheila, que vinieron a España para labrarse un futuro y se instalaron en el barrio humilde de Rocafonda, ese 304 del distrito postal habitado en gran mayoría por inmigrantes que el chico marca con los dedos para celebrar un gol. Tanto Nico, como Iñaki, como Lamine, son la muestra de unos hijos de la inmigración orgullosos del origen, de tal forma que hemos ido conociendo poco a poco a los padres, hermanos, a esa abuela de Lamine, Fátima, que fue la primera en emprender el viaje desde Tánger, la valiente Fátima que se lanzó a una nueva vida y fue trayéndose a sus hijos. Ojalá que ni el dinero ni la fama ni todo ese engranaje de hinchas y directivos pueda borrar de estas mentes juveniles el camino que siguieron sus padres para alcanzar lo que a otros les es negado.

Hay que celebrar sin duda su éxito, pero me resisto a convertir una victoria deportiva en un símbolo patriótico. Entre otras cosas porque, como hemos visto en el espectáculo celebratorio de su hazaña, hay quien concibe la patria como un patrimonio excluyente. También hemos escuchado la idiotez suprema de hablar de diversidad nombrando a ghaneses, marroquíes, vascos, catalanes… En fin, ese no dejar nunca de ser los campeones del sufrimiento. Eso sí, con la mejor de las intenciones convertimos los alegres rostros de Nico y Lamine en símbolos del antirracismo, en el ejemplo más incuestionable de la defensa de la inmigración. Pero esa retórica es tramposa, porque pudiera parecer que la manera de frenar el impacto del racismo en el discurso público es justificando la entrada de inmigrantes como una manera de acoger a futuros deportistas de élite. Se diría que fiamos nuestro apoyo a que destaquen en algo que suele depender de unas condiciones naturales, a las que sin duda se añade el esfuerzo. Ese ha sido el campo que se les cedió a los negros americanos: el deporte, y también la música, aunque no haga mucho tiempo desde que se ha empezado a hablar de cómo se saqueó el talento negro a cambio de casi nada. Cuando vemos las imágenes del barrio de Lamine estamos contemplando muchas periferias de nuestras ciudades. Allí crecen los hijos de la inmigración, la mayoría destinados, en el mejor de los casos, a ser nuestra mano de obra. Lo sabemos muy bien. Sabemos también que ahogando los servicios públicos, sanidad, educación, les estamos forzando a soñar únicamente con hazañas deportivas, negándoles una futura condición de médicos, profesoras, científicas, políticos, abogados, gente de oficios. Es hora ya de defender una acción afirmativa. La presencia de los hijos o nietos de los inmigrantes es casi nula en cualquier representación pública, en la tele, en el mundo periodístico, en el cine. Ellos son la noticia y nosotros los que narramos sus vidas. Es hora de que lo cuenten con su propia voz. No todo va a ser marcar goles.

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Gianluca Battista
<![CDATA[Cómo leer ahora a Alice Munro]]>https://elpais.com/opinion/2024-07-14/como-leer-ahora-a-alice-munro.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-07-14/como-leer-ahora-a-alice-munro.htmlSun, 14 Jul 2024 03:00:00 +0000Cuando leí Growing Up with Alice Munro de Sheila Munro, la mayor de las hijas de la escritora, me sorprendió lo poco que aparecía en el relato su hermana pequeña, Andrea. Tratándose de un libro familiar auspiciado por la madre, me pareció extraño que en el relato de la maternidad una de ellas apenas apareciera nombrada. Ahora entiendo la razón. Mi instinto, entrenado en rastrear los motivos por los que algo se omite en una historia, no me había engañado. El libro se publicó en 2001. Por aquel tiempo, ahora lo sabemos, Andrea Robin Skinner se había apartado voluntariamente de su familia al percibir que el haber sido víctima de abuso por parte del padrastro, Gerald Fremlin, perjudicaba al sagrado equilibrio familiar. Fue algo después, al leer una entrevista en The New York Times en la que su madre hablaba elogiosamente de este individuo, cuando no pudo más y lo denunció. Por fortuna, las cartas que Fremlin había escrito a la familia para defenderse sirvieron para inculparlo. En ellas aseguraba que aquella niña que fue Andrea, una rompehogares, se le había metido en la cama: “Suena aberrante, pero era como Lolita para Humbert Humbert”. A Fremlin se le permitió llegar a un acuerdo y cumplió tan solo dos años de libertad vigilada.

Imposible conocer las razones que esgrimiría hoy en su defensa el padre, Jim Munro, condecorado con la Orden de Canadá por méritos culturales, que conocedor del abuso se lo ocultó a la madre; posible, en cambio, saber a través del testimonio de Andrea cuáles fueron las palabras con las que esa madre reaccionó ante la confesión de la hija. Los padres impusieron un relato familiar censurado: dejaron a la víctima sola y obligaron a las hermanas a vivir en una farsa.

La confesión de Andrea ha dejado en shock a la comunidad lectora de Munro. Hay algo íntimo que se ha roto. Los lazos que se establecen con una obra literaria no se basan solo en la excelencia en la escritura, como se quiere hacer creer; sería pobre y falso reducirlo a eso. Hay muchas mujeres que se sintieron narradas a través de sus escritos. Hay hombres que comprendieron mejor el alma femenina. Por esa razón me pareció simplista que de inmediato se hiciera oír la cantinela de los que nos enseñan a distinguir entre el autor y su obra (¡eh, amigos, gracias de nuevo!), esos vigilantes que nos previenen contra la cultura de la cancelación. No es eso. Munro no está cancelada, pero sus lectores, sus muchas lectoras, al menos en estos primeros momentos, tal vez tomen cierta distancia, o puede que vuelvan a leerla, como ya se está haciendo desde algunas tribunas canadienses, añadiendo ese factor a la interpretación de sus extraordinarios cuentos.

Lo impactante, y así debería contemplarse, es la lección de generosidad que han dado las hermanas Munro: arriesgándose a que los libros de su madre se vendan menos han decidido romper ese pacto de silencio en el que también participó cierta élite que temía arruinar el prestigio de una gloria nacional. Las biografías de la autora, nunca exclusivamente literarias, por Dios, han quedado ahora mismo invalidadas, pero la narración de Andrea nos desvela esas palabras de hielo pronunciadas por una madre que niega el auxilio debido y que casi nunca llegamos a escuchar: la sorprendente apropiación del dolor, los celos, la dureza de corazón. Todo ese silencio no fue tanto la herencia de un Canadá rural, como algunos aventuran, sino la constatación de algo que nos cuesta comprender, que alguien que penetre tan a fondo en el alma humana en la ficción sea incapaz de proteger a su criatura más débil.

Y bien podemos decir que ese tipejo llamado Fremlin no había leído hasta el final la obra de Nabokov, porque en las últimas páginas Humbert Humbert confiesa: “Nada podrá hacer que mi Lolita olvide la sucia lujuria que le infligí… Una niña americana llamada Dolores Haze fue privada de su infancia por un maniaco”.

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Julien Behal
<![CDATA[Pintor, marica y libertaria]]>https://elpais.com/opinion/2024-07-07/pintor-marica-y-libertaria.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-07-07/pintor-marica-y-libertaria.htmlSun, 07 Jul 2024 03:00:00 +0000Aunque detesto esa permanente lectura generacional con la que ahora se observa cualquier acontecimiento y que va a terminar por meternos a cada uno en la casilla de la edad, hay que reconocer que el mito de Ocaña, José Pérez Ocaña, impregnó como un rayo iluminador a una juventud que quería librarse de la ética severa de la progresía antifranquista. Ocaña era tan moderno que viendo el documental que, con justicia, le ha dedicado Imprescindibles es difícil creer que naciera en 1947 porque su manera de expresarse, incluso la manera de vestir, más allá de cuando iba travestido, podría ser la de un joven fantasioso de ahora. Los que no paseábamos por las Ramblas supimos de Ocaña por la película de Ventura Pons que retrató al pintor que no se conformaba con el lienzo sino que extendía su necesidad de expresarse a la calle, a enseñar el culo y la polla después de haber cantado Ojos verdes. No era un representante del underground sino alguien que quería sacudir de olor a rancio la cultura popular que había mamado de chico, en Cantallana, el pueblo de Sevilla en el que creció y en el que recibió los primeros correctivos por ser niño marica y no ocultarlo; pero nunca renunció a ese mundo de vírgenes barrocas, de imaginería religiosa que con mayor o menor obscenidad trasladó a su presente con una devoción irrenunciable por la dramática cultura popular que lo hermana con Lorca en el sentir y con Chagall en la pincelada.

Ocaña habla con el desparpajo del chico emigrado que huye de su pueblo y se planta en el barrio que entonces era el más libre de España y Latinoamérica, ese entramado de calles alrededor de las Ramblas en el que de manera consciente o no confluyeron los libertarios de conciencia o corazón, almas marginales y transgresores que ponían su cuerpo en riesgo, sin trampa ni cartón, sin un paraguas cultural bajo el que explicar concepto alguno sino a la cruda intemperie. Ahí estaba Ocaña, joven con acento de pueblo, sin bagaje universitario, obrero antes que nada, con una inteligencia pura y sorprendente que le valió más que cualquier educación académica. Logró convertirse en un personaje popular de la calle, aunque no cuadraba ni con las tribus ideológicas de entonces ni con los gais más ortodoxos: en la primera manifestación del Orgullo celebrada en el 78 se resistieron a mostrarlo en primera fila. Los maricones, cuenta Nazario, no querían verse representados por los maricas, por maricas travestidos que, como Ocaña, no pretendían incorporarse a una normalidad sino todo lo contrario: exigían su derecho a ser diferentes.

Aunque la melancolía de la burla que soportó de niño le asomaba a la mirada siempre optó por la alegría como forma de rebelión, como expresión del artista que era. Su travestismo formaba parte de la performance con la que adornaba su obra plástica. Ocaña es el ejemplo máximo de aquella cultura mestiza que vibró en Barcelona, a la que luego venció la heroína y el sida, buenas excusas finalmente para la limpieza absoluta de las clases populares de los centros urbanos que, tras resistir a tan implacables enemigos, fueron desalojadas de su pequeña patria.

Es casi un ejercicio de resistencia escuchar las palabras de Ocaña, el estilo tan poco doctrinario de su habla. Emociona recordar que murió a causa del fuego que le prendió el disfraz cuando desfilaba vestido de sol en una fiesta que él mismo había diseñado para los niños de su pueblo. Siempre había fantaseado con la magnitud de su entierro y no se equivocó: sus paisanos salieron masivamente a dar el último adiós a un chico de solo 36 años. Carlos Cano le dedicó el precioso Romance a Ocaña que hoy debería escucharse en las bocas de quienes siguen buscando su lugar en el mundo: “Ay, se fue/ se fue vestida de día/ ay, se fue/ se fue vestida de sol/ ay, se fue/ las malas lenguas decían/ que el fuego la prendería/ el fuego del corazón”.

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<![CDATA[Supersubmarina y Fernando]]>https://elpais.com/opinion/2024-06-30/supersubmarina-y-fernando.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-06-30/supersubmarina-y-fernando.htmlSun, 30 Jun 2024 03:00:00 +0000Leía el otro día las conclusiones de un estudio sobre el apego excesivo de los jóvenes españoles a sus padres, lo cual, al parecer, contribuye a una falta de independencia que los coloca en una situación más vulnerable que la de la juventud del norte de Europa. Me preguntaba si ese apego indestructible no es la tabla de salvación de los que son asistidos por el entorno familiar ante la ayuda inexistente del Estado.

No he conocido a ningún joven que no quisiera independizarse, sí a muchos que afectados por la precariedad laboral y la imposibilidad de afrontar un alquiler han de ocupar la habitación adolescente o comparten piso con extraños. Sabemos también que el apego no está relacionado solo con el dinero: cuántos encuentros se dan de un lado a otro del mundo a través de la pantalla. Ese bálsamo de cercanía virtual compensa la soledad hiriente de otras culturas, como la americana, en las que estar solo es la norma. Mucho incidir en el apego cuando el hijo es bebé para luego señalarle la puerta de la independencia antes de los 18. La puerta del irás y no volverás. Costumbres que contribuyen a la independencia, pero generan una herida interior que no acaba de cerrarse nunca. Si en el cine americano es habitual asistir a los conflictos familiares del día de Acción de Gracias, es porque millones de ciudadanos cruzan el país para encontrarse con personas a las que no han visto durante un año. En España, las peleas son semanales. O diarias. Una joven española es aquella que ve en la pantalla del móvil la llamada de la madre y murmura, ay, mi madre, ufff, ya si eso luego la llamo.

Poco se cuenta, salvo en las páginas de economía, del papel que cumplen los lazos familiares cuando se desata una tragedia. En estos días me he visto abducida por Algo que sirva como luz, del periodista musical Fernando Navarro, la historia de cuatro muchachos de Baeza, Pepo, Juancar, Jaime y José, que en 2008 irrumpieron en el panorama indie y entusiasmaron al público con unas canciones que transmitían autenticidad, frescura, cierto misterio. Ellos mismos encarnaban la realización de un sueño: chavales que se reúnen en la plaza para echar partidillos, que se van a reencontrar en los coros de las cofradías y que siguen luego a José, talentoso, aventurero, líder natural, al que se le ocurre que pueden formar una banda. Del juego pasan al oficio, y de alguna manera sus seguidores percibirán ese fondo de amistad infantil que los unió y el sincero apego a los orígenes, ya que el éxito no los lleva a abandonar la preciosa ciudad jiennense donde están sus familias, el viejo local de ensayo, sus bares de siempre. Esto hubiera sido impensable en décadas anteriores en las que no había carrera musical que no llevara a borrar el pasado pueblerino y asumir la condición urbana.

De la mano de Navarro los acompañamos en su camino al éxito, a esas horas de furgoneta de un lado a otro del país que los dejan exhaustos, al brutal accidente de carretera de 2016, que por un tiempo destrozó sus vidas y que las cambió para siempre. En esta historia de superación tras la tragedia intervienen con mucho peso las familias; los médicos que se han desvivido por salvar la pierna a Jaime, el abdomen a Juancar, el bajón anímico a Pope y el cerebro a José, también el calor de una comunidad de paisanos que ha velado por ellos con un cariño firme y discreto. Cuatro jóvenes a los que sus padres tuvieron que cuidar como si volvieran a ser pequeños. Confieso que, por momentos, la emoción no me permitía seguir leyendo este libro mágico.

Dice Fernando que “la extraordinaria bondad y honestidad de los cuatro eran parte del secreto para hallar el significado de una historia tan compleja atravesada por el dolor”. Yo añadiría que ese buen corazón se replica en el periodista que al narrar la vida de otros decide hacerse invisible. Qué rara esa falta de vanidad en estos tiempos.

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Rodrigo Jimenez
<![CDATA[A todas ellas]]>https://elpais.com/opinion/2024-06-23/a-todas-ellas.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-06-23/a-todas-ellas.htmlSun, 23 Jun 2024 03:00:00 +0000Cuando vi al presidente del Parlamento balear, Gabriel Le Senne, romper con indisimulado desprecio la foto de Aurora Picornell, sacada de la prisión de mujeres de Palma de Mallorca, torturada y fusilada la noche de Reyes de 1937, algo de esa historia sacudió mi recuerdo. No era solo por la relevancia en sí de esta represaliada que a los 20 años ya era conocida como La Pasionaria mallorquina, ni el que formara parte del grupo de Les Roges des Molinar, jóvenes costureras que perdieron la vida a manos de falangistas que las torturaron antes de acabar con ellas; tampoco se reducía al hecho de que siempre he creído que la épica de las costureras en España constituye la base de la emancipación femenina y aún no ha sido contada. Fue el nombre de aquella prisión siniestra, Can Sales, lo que trajo a mi memoria el primer reportaje que hice para la radio, a los 19 años, cuando sin experiencia pero con el convencimiento de que había historias que debían ser contadas me asomé a la vida de las madres o abuelas de amigas de mi barrio, Moratalaz, que por aquel entonces, 1981, aún mantenía un vibrante movimiento vecinal.

Es así como conocí a Carmen López Landa, pelo corto canoso, aire juvenil a sus 60 años, fumadora, de conversación fácil, con una larga historia de exilio y clandestinidad. Una más entre los 30.000 niños que en la guerra vieron trastornada su vida por la lucha de sus padres. Ella sabía que yo estaba allí con la pretensión de contar la vida de su madre, Matilde Landa, y con una paciencia maternal convirtió la mesa de la cocina en un retablo de las maravillas: el poema, A Matilde, que le dedicó Miguel Hernández (inédito hasta 2002), un Platero y yo dedicado por Juan Ramón Jiménez a la niña Carmen, un cartel en defensa de la República con Carmencita como modelo y las cartas que Matilde había escrito a su hija desde la cárcel, primero la de Ventas y luego la de Can Sales.

Ahí estaba aquella caligrafía, desplegada ante mí, que leía con asombro cómo la madre presa escribía a su hija desde un lugar imaginario, impostando alegría, relatando anécdotas y sin nombrar en ningún momento la penuria del yugo carcelario. Landa, hija de padres ilustrados cercanos a la Institución Libre de Enseñanza, no fue bautizada, y esa circunstancia enturbió aún más sus días de prisión, porque esta mujer, que no participó en el frente pero sí recibió instrucción militar, fue esencial en la retaguardia, viajando por España y reorganizando desde Valencia el Socorro Rojo.

Casi al final de la guerra, el Partido Comunista decidió que Landa volviera a Madrid para organizar la clandestinidad ante la inminente entrada de los franquistas. Fue detenida al poco de acabar la guerra. La directora de Ventas, una teresiana que había estudiado en la Institución Libre de Enseñanza, le permitió organizar en la prisión un humilde gabinete de asistencia jurídica a las penadas. Tal vez no consiguiera muchas victorias legales, pero supuso un apoyo psicológico para mujeres completamente desamparadas. Fue tal la admiración que la figura de Matilde concitó entre las presas que las autoridades la apartaron llevándosela a una de las cárceles más sórdidas, la de Palma. Su pena de muerte fue excepcionalmente conmutada por años de prisión, pero en Can Sales le hicieron la vida imposible. Las autoridades religiosas la chantajeaban asegurándole que si se convertía al catolicismo los hijos de las presas estarían mejor alimentados. La presión psicológica fue tal que en 1942 Matilde Landa se arrojó desde una galería de la prisión. Fue bautizada al borde la muerte.

El profesor Ginard Ferón ha publicado la biografía de esta admirable mujer, también la historia de Picornell. Yo regreso con ellas a 1981, en el pequeño piso de una hija que me mostraba aquel legado, me veo leyendo aquellas cartas, esperando en aquel entonces que la joven democracia les rindiera homenaje a todas ellas.

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MIQUEL A. BORRÀS
<![CDATA[Perdidos en el espacio]]>https://elpais.com/opinion/2024-06-16/perdidos-en-el-espacio.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-06-16/perdidos-en-el-espacio.htmlSun, 16 Jun 2024 03:00:00 +0000Cuando el emperador se paseaba entre un público enfebrecido, un esclavo se acercaba a su oído con la advertencia: “Recuerda que eres mortal”. Cuántas veces no habremos pensado que alguien, no ya esclavo, sino un funcionario público asignado para esa labor, debería advertirle al político de que, si al emperador la muerte le arrebataba el poder, ahora, cuando los ciclos de la vida pública son tan fugaces, debería encarar el cargo asumiendo que habrá un futuro cercano en que la nube de pelotas y aplaudidores se esfumará y el hoy poderoso pasará a habitar ese universo grisáceo donde conviven los que algún día fueron alguien. Tengo edad como para haber asistido al ascenso y caída de algunos emperadores de nuestro tiempo: al ostentar el poder eran incapaces de centrar la mirada, y al perderlo volvían a buscar implorantes la atención del prójimo.

Las noches electorales siempre dan buena cuenta del caprichoso comportamiento humano de los jefes de la tribu. Tanto es así que no se entiende por qué los medios no piden a los profesionales de la psicología que escriban la crónica. Yendo a lo concreto, sería curioso estudiar por qué si el jefe dice estar satisfecho con unos resultados que no han sido tan malos como esperaba el adversario, luego no comparece con la que ha sido su candidata. Es incongruente declarar que se celebran unos resultados si la puesta en escena es desangelada, de público ralo y nula alegría. Daba la impresión, escuchando la noche del 9-J a Teresa Ribera, de que hasta le habían escatimado bombillas, como cuando en El verdugo el monaguillo les apaga las velas a los novios pobres.

En campaña, los líderes tratan de convencernos de que sus candidatos son imbatibles, pero luego se reservan el derecho a quedarse viendo la tele si la cosa no sale como esperaban. Del caso de Estrella Galán ni hablamos: se elige a una persona casi desconocida y nada consensuada, se la somete a la trituradora de una campaña para después dejarla sola en la derrota. Creo que no son conscientes de que contribuyen a la decepción de esos votantes que, habiendo renunciado a alguno de sus principios para apoyarles, se encuentran con que solo se aprecian sus votos en la victoria. Habría que saber si es el poder el que construye tan extrañas psicologías. Si desde que te levantas por la mañana tus acólitos te celebran, ya no tolerarás que alguien no respalde un comportamiento errático. Abundan hoy los casos en que cuando las cosas se ponen feas o hay que enfrentarse a una crisis los líderes se rinden, pero, no queriendo asumir que les supera la derrota, tratan de revestirlo de nobleza, o bien, para cuadrar con los tiempos, de humana vulnerabilidad. Pero, en cualquier terreno de la vida laboral en el que se embarca a mucha gente y se juega con las esperanzas colectivas, hay que tragarse el orgullo y enfrentar los tiempos difíciles. Nos vuelven locos si un día expresan una alegría desmedida, aplausos, besos, declaraciones cursis de amor hacia el pueblo, y al día siguiente no se hacen responsables, como si todo hubiera sido una función de malos actores. Nos dicen, por un lado, que el momento es crítico y, por otro, contribuyen con sus insufribles conflictos internos a que lo sea aún más.

Pero nosotros también fortalecemos al monstruo. Alvise, por ejemplo, ha tocado la gloria esta semana en 20 titulares. Si engordamos su ego reproduciendo cualquiera de sus ocurrencias, cómo no van a acostumbrarse a ser continuamente escuchados. Permitimos que asistan a un acto cultural cediéndoles el protagonismo y pasando la cultura a un segundo plano. Imbuidos de su propia importancia, hablan a menudo en tercera persona, como portavoces de sí mismos, como si fueran Raphael, cuando Raphael no hay más que uno. Imponen un lenguaje de calderilla y se lo contagian al pueblo, hasta que llega el día en el que nos vemos escribiendo: espacio, espacio político. Y ya entonces estamos perdidos.

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Biel Aliño
<![CDATA[Rigor, verdad y emoción]]>https://elpais.com/opinion/2024-06-09/rigor-verdad-y-emocion.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-06-09/rigor-verdad-y-emocion.htmlSun, 09 Jun 2024 03:00:00 +0000Lo escribía el novelista Richard Ford esta semana, que no cree que su país, a pesar del delirante estado de polarización, llegue a un enfrentamiento civil. Y eso no quiere decir que no se respire violencia, al contrario, la mala política contribuyó a crear monstruos que a su vez han alimentado la mente de los conspiranoicos. Pero, se preguntaba Ford, ¿quién está dispuesto hoy a tomar las armas que cuelgan en el trastero para marchar al frente? Se asume, de tanto en tanto, una matanza en un instituto o un asalto al Congreso (tal vez no sea el último), pero hoy las batallas se libran rumiando la rabia delante de una pantalla. Hace más de siglo y medio de la guerra civil americana, hace mucho tiempo que a los gobiernos, sean del signo que sean, les renta más externalizar las guerras alistando a inmigrantes como soldados, una especie de integración violenta en la patria soñada. En ocasiones, la guerra entra en las campañas electorales, pero no así en las casas de la población, aunque algunas guerras, como entonces la del Vietnam o ahora la de Gaza, puedan convertirse en decisivas al animar a una juventud, ya de por sí desencantada, a negarle el voto a Biden y, por tanto, regalarle el apoyo al grotesco payaso. Un viejo agresivo contra un viejo de mente errática. Todo emana un aire a comedia shakesperiana, carente, eso sí, de la más mínima nobleza.

Es resbaladizo extrapolar la política americana a la nuestra, pero en algo tiene razón Ford: es difícil hoy imaginar un enfrentamiento civil en países como el nuestro, aunque eso no quiera decir que la imposibilidad de un debate civilizado en las instituciones no haya arrastrado a la población a la simpleza partidista: desde algo tan bobo como una canción eurovisiva al reconocimiento del Estado palestino. Ya no hay causas pequeñas, y cualquier estupidez nos anima a la gresca, con lo cual, las grandes causas quedan diluidas en este ambiente miserable. Si vistes los colores de un equipo, has de asumir el pack entero sin que haya espacio para la más mínima disidencia.

Escribo esta columna sin saber qué sucederá este domingo, pero segura de que no se puede reprochar al ciudadano que no le interese Europa, porque Europa ha sido la gran ausente del debate. La derecha, ahormada ya por la ultraderecha, ha decidido ahorrarse el trabajazo de presentar ideas acordes con la complejidad del proyecto europeo y, perezosamente, ha resumido su programa en dos patadas o en dos palabras: Begoña Gómez. Que lo más grave que ha ocurrido en España en materia de corruptelas haya sido la firma de la mujer del presidente en dos cartas de recomendación da una idea del nivel de bajeza que se ha instalado en el hábitat político.

Pero este sainete no es un género exclusivamente español, no nos martiricemos. Toda Europa se enfrenta a esta estrategia: la rentabilidad de alimentar el odio. La astucia del cínico que, libre ya del corsé de la moderación, deja que el matón haga el trabajo sucio. Pero no acabo de ver claro cómo la izquierda responde a esta amenaza. Con tantos asesores que rodean al presidente me pregunto si ante tal desafío no debería pronunciarse un discurso más solvente. No puede ser que se repitan con machaconería frases modeladas para que arrecien los aplausos de los ya convencidos. En algún lado debe esconderse una mente brillante, un consejero o consejera que más que producir eslóganes carentes de sustancia, escriba el discurso que la ciudadanía necesita; una persona que, lejos de engolfarse en cansinos avisos de que viene el lobo, nos explique por qué es urgente que la ultraderecha no avance como así ha ocurrido en Italia o en Francia, por qué España, que siempre se escuda en un tópico pesimismo histórico, no puede liderar, junto con otros países que han jugado un papel segundón, el rescate de esa Europa herida. Una mente que lejos de engolfarse en maniobras defensivas escriba discursos con rigor, verdad y emoción.

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Álex Zea
<![CDATA[¿Tú también vas a terapia?]]>https://elpais.com/opinion/2024-06-02/tu-tambien-vas-a-terapia.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-06-02/tu-tambien-vas-a-terapia.htmlSun, 02 Jun 2024 03:00:00 +0000La periodista pregunta, “¿Cuál es tu persona favorita?”; la actriz responde, “hace un año te hubiera dicho dos o tres, pero ahora que voy a terapia te diré que mi persona favorita soy yo”. No digo el nombre de la artista porque en esta alarmante moda de presentar el egoísmo como el máximo logro de una terapia no hay día en que no nos topemos con un nuevo ejemplo. La duda es si es que todos van al mismo terapeuta o si se trata de una nueva corriente psicológica consistente en exacerbar el ego de quien, a buen seguro, ya lo tiene en cantidades ingentes. Da la impresión de que en esas misteriosas sesiones jamás se plantea esa disciplina saludable de mirar hacia fuera para descansar de nosotros mismos; lo que se impone es el ejercicio de doblar el tronco hacia delante hasta alcanzar con la vista ese asombroso catalejo que es el ombligo para bucear entonces por el profundo mar de nuestro propio yo, donde podemos encontrar traumas que hasta el momento no nos habían atormentado y un catálogo de reproches hacia quienes nos criaron o hacia los que no nos trataron con la consideración que nosotros, proyectos de genio, merecíamos.

Hasta el momento no se ha dado el caso de que una persona célebre confiese que tras un año de terapia ha llegado a la cruda conclusión de ser un gilipollas, un bobo preocupado tan solo por su bienestar, por sus sentimientos, experto en hacer la vida imposible al prójimo, incapaz de comparar su privilegio con la precariedad de otros y de considerar que lo que le pasa es solo un contratiempo y que la vida consiste en eso, en sortearlos. Pero los términos de la salud mental se han abaratado hasta tal punto que cualquiera padece un trauma o una depresión, cualquiera ha sido víctima en mayor o menor grado. No ha ocurrido tampoco que a la ya tópica cuestión sobre la terapia, alguien responda que si va y se somete a ella es porque ha de refrenar esos impulsos de chulería que le hicieron temible para los más débiles del patio del colegio.

Queríamos visibilizar la salud mental y el resultado está siendo extraño: solo tenemos noticias de aquellas personas que lidian con la exhibición pública, que disfrutando ya de una considerable atención se muestran vulnerables para ser perdonados por el éxito. Con muy buen criterio, Miguel Mihura se inventaba una enfermedad cada vez que se enfrentaba a un estreno. Hoy se habla sobre todo de la salud mental de personas que han de afrontar neurosis, estrés o inseguridad, como es lógico, pero que tienen la suerte de desahogar sus tormentos por medio de la creación, algo que no está al alcance de cualquiera. Tampoco está al alcance de todos los bolsillos pagarse un terapeuta, y ahí está la clave: fuera de la atención sanitaria privada quedan todos aquellos que han de colocarse en penosas listas de espera porque la saturada sanidad pública ha de priorizar entre los más graves y los que pueden resistir un poco más sin asistencia; quedan las que no pueden desprenderse del trauma lacerante; aquellos a los que la depresión no deja levantarse cada mañana; quedan personas que rumian su dolor por la calle porque no encuentran a quien las escuche y que aprecian el rechazo silencioso que provocan en la gente con la que se cruzan; quedan fuera de esa supuesta conversación sobre salud mental las que sufren soledades no deseadas; también las madres y padres que cuidan de un hijo esquizofrénico, ellos sí que saben del estigma del enfermo mental. Son personas a las que nadie entrevista, que no necesitan quererse más a sí mismas sino que la sociedad las ampare por ser su eslabón más débil. Está claro que no todo el mundo necesita terapia, aunque si puedes pagarla y te beneficia, bienvenida sea, pero ha de quedar claro que al hablar de las sesiones en público y de paso afirmar que has aprendido a quererte, no estás haciendo una labor social sino sobándole el lomo a tu insaciable yo.

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Westend61
<![CDATA[Ellas, las irreductibles]]>https://elpais.com/opinion/2024-05-26/ellas.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-05-26/ellas.htmlSun, 26 May 2024 03:00:00 +0000Cuando tenía cinco años una vecina del poblado me abrió la puerta. Ella echaba de menos a sus hijas y yo echaba de menos alguna amiga con quien jugar. Éramos pioneras de aquel pantano entonces sin poblar. La mujer me tomó tan en serio en nuestra conversación que, fascinada con ese trato, acudí cada día a la misma hora como si fuera una cita. Fue la gran enseñanza de mi vida: las amistades no tienen edad y quien lo cree y solo se relaciona con los de su quinta pierde en perspectiva y experiencia. Otra amiga, en este caso una mujer entrada en los ochenta que fuera catedrática de Física, confiesa que si a su edad le cuesta salir y relacionarse es porque en las tiendas, en la peluquería, en la farmacia, al dirigirse a ella la gente eleva el tono de voz, como si fuera tonta o menor de edad, y ese tonillo que la rebaja a no se sabe qué condición inferior ha acabado por condenarla a no disfrutar de conversaciones interesantes. No se sabe a qué edad se empieza a considerar que una persona no entiende bien los mensajes, tal vez cuando alguien abandona del mercado laboral. O cuando se tiene la edad para recibir la tarjeta dorada. Si fuera así, no estaría de más que con dicha tarjeta se le entregara a la beneficiada o beneficiado una señal para coserse en la chaqueta, a modo de estrella de David, con distintas prerrogativas: preferencia para sentarse en los transportes públicos y en los pocos bancos de la calle que van quedando, pero incapacidad o exención de tener una voz en el debate público. Las cosas claras.

El caso es que me cuesta imaginar cómo se va a compatibilizar el hecho de ganar la medalla de oro al país más longevo del planeta con el edadismo creciente que desprecia la opinión de sus mayores: el desdén de una minoría productiva a una mayoría que anda viviendo ya su tercer acto; y el futuro de una población femenina entrando en la vejez mientras cuida a su vez a personas que están a punto de abandonarla para siempre. Ese es el panorama.

¿A qué viene entonces tanta arrogancia por parte de esos jóvenes maduros que viven como si el futuro no les fuera a alcanzar? ¿Están tan ciegos con su presente que no imaginan que ellos van a ser el próximo reemplazo? Lo pensaba el pasado domingo observando el discurrir de la manifestación por la sanidad pública, una riada de gente que bajaba por la calle de Alcalá para llegar a Cibeles y de paso confluir con esa otra convocatoria que protestaba contra la presencia de la extrema derecha, por ser el mismo día en el que Milei bramaba contra la “aberrante” justicia social. Pensaba yo en las edades de la vida paseando entre esos manifestantes que jamás se rinden, porque lo que veían mis ojos eran personas, en su mayoría, que sobrepasaban los cincuenta, y de ahí en adelante. Así suele ser: las causas generales que afectan al conjunto de la población movilizan menos que aquellas que definen nuestra identidad; triste, sí, cuando la sanidad o la educación deberían ser el paraguas bajo el que nos protegiéramos todos. Pero algo se ha hecho mal, desde luego, para que las generaciones no se fundan en el mismo grito. De la misma manera que las mujeres no somos un colectivo, sino la mitad de la población, la gente mayor tampoco lo es, aunque esta época favorezca esa odiosa segregación. Hablamos de las mujeres mayores como motor de las actividades culturales, pero ¿no es cierto que se observa el fenómeno con condescendencia? Sabemos que son las que frenan con sus votos el auge de la ultraderecha, ¿por qué entonces se las ignora en el discurso político? Tanto que hablamos de esos señores que una vez ostentaron el poder y que ahora pasean su resentimiento por las teles, ¿por qué no nos fijamos en aquellas que nunca mandaron pero hoy siguen saliendo a la calle a defender el derecho irrenunciable al aborto, a la sanidad para todos, a la esquilmada educación pública? ¿No es su voz más necesaria que nunca?

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Juan Barbosa
<![CDATA[Ama de casa busca tiempo para escribir cuentos]]>https://elpais.com/opinion/2024-05-19/ama-de-casa-busca-tiempo-para-escribir-cuentos.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-05-19/ama-de-casa-busca-tiempo-para-escribir-cuentos.htmlSun, 19 May 2024 03:00:00 +0000Alice Munro murió esta semana en una residencia con la mente perdida en no se sabe qué senderos, tal vez los mismos que transitaba en sus primeros cuentos y que nunca abandonó del todo, los de su infancia en el Ontario rural y miserable de la gran depresión. Su extrema coherencia la ha llevado a morir como una más de sus personajes, como esos ancianos a los que una hija visita con una mezcla de amor y remordimiento. Con la excusa de preparar una conferencia, he estado unos meses inmersa en su obra, redescubriéndola, porque si Munro pensaba que “en cada década ves el pasado de manera diferente” también las lecturas cambian con la edad. Ahora puedo comprender mejor que antes el devenir de las mujeres a lo largo de sus vidas. A la escritora le molestaba que se la definiera como retratista de la gente corriente. Tenía un problema con esa palabra, corriente, porque no se ajustaba a la consideración que ella sentía hacia sus personajes: todas las vidas son extraordinarias, solía decir; y aunque algunas están sujetas a ocupaciones no precisamente emocionantes, son personas que viven en contra de sus deseos, pero que no por ello carecen de mundo interior. Tampoco estaba de acuerdo con la idea que los pueblos son opresivos. Si ella situó a sus personajes en zonas rurales, como su Wingham natal, fue porque consideraba que en pequeñas comunidades encontraba una destilación de las actitudes humanas.

El primero que la comparó con Chéjov fue su segundo marido, Gerald Fremlin, cuando leyó los cuentos de aquella chica de pueblo publicados en revistas estudiantiles. Aunque haya coincidencias con el cuentista ruso en un estilo puro y preciso, a mi juicio lo que ambos tienen en común es una incorruptible fidelidad a su origen humilde que los distingue de otras vidas literarias. La peripecia de Alice Munro transcurre paralela a sus cuentos: de la chica de pueblo que sueña con escribir y huir de los lazos que la atan a la madre enferma a la mujer moderna de los sesenta que, aun siendo ama de casa, se deja seducir por la irrupción de la contracultura; de la madre negligente que se abandona a una pasión extramatrimonial a la mujer madura que observa cómo los hijos se convierten en extraños. La marca del origen se aprecia hasta en la manera en que encaró el oficio: tantas veces escuchó en la sociedad luterana en la que se crio aquello de “no te hagas la lista”, “no destaques” o el célebre “quién te crees que eres”, que durante años ocultó su pasión por la escritura por no parecer arrogante ante sus vecinas. Eran los primeros sesenta cuando un periódico tituló así una entrevista con ella: “Ama de casa saca tiempo para escribir cuentos”, un desdén propio de la época que pudo haberla desalentado si no hubiera sido por su tozuda autenticidad. A partir de los setenta se convierte en una especie de símbolo nacional por haber levantado un universo literario donde nadie había previsto, en la tierra más pobre y más olvidada. Este paralelismo entre vida y obra está contado de la mejor manera en la singular biografía que su hija Sheila le dedicó, Growing Up with Alice Munro. La unanimidad ante la importancia de su obra no cambió su manera de vivir; y aunque el paisaje urbano se hiciera presente en el devenir de sus personajes siempre había en sus cuentos un tiempo para volver a los viejos caminos. En el último párrafo que escribió, este sí confesional, escuchamos su voz y parece la de cualquiera de las mujeres que inventó: “No fui a ver a mi madre en la última fase de su enfermedad, tampoco a su entierro. Tenía dos niñas pequeñas y nadie en Vancouver con quien dejarlas. No podía permitirme el viaje y mi marido sentía un desprecio por los formalismos. ¿Por qué habría de culparle? Yo era igual. Son cosas que no pueden ser perdonadas o que no nos perdonamos a nosotros mismos. Pero las hacemos. Las hacemos todo el tiempo”.

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George Waldman
<![CDATA[El misterio de los cinco días]]>https://elpais.com/opinion/2024-05-05/el-misterio-de-los-cinco-dias.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-05-05/el-misterio-de-los-cinco-dias.htmlSun, 05 May 2024 03:00:00 +0000Cada cierto tiempo me sumerjo en Wakefield, ese cuento de Nathaniel Hawthorne que en pocas páginas te enfrenta a un misterio que se hace más hondo conforme cumples años. Wakefield es un hombre corriente, pero al que le gusta cautivar un halo misterioso que le hace sentirse interesante. Un día Wakefield le dice a su mujer que se marcha al campo y que no se preocupe si tarda más de tres días en volver. En realidad, nuestro hombre se ha alquilado un apartamento frente a su hogar para saborear los efectos de su desaparición. Su mujer, visitada en los primeros meses por médicos que alivian su desesperación, acepta al fin que el marido no ha de volver de ese extraño más allá que lo engulló y reaparece en sociedad encarnando una dignísima viudedad. Wakefield, el desaparecido, sale de vez en cuando a la calle y mezclándose entre la multitud observa este proceso de olvido que borra su figura hasta hacerla inexistente incluso en la memoria de los suyos. Una noche de invierno se detiene ante la ventana iluminada de su casa. Llueve, el hombre tiene frío, se imagina frente al fuego, cobijado por el calor del hogar y entonces decide entrar: sube los escalones con los torpes andares de viejo y se dispone a hacer como que nada hubiera ocurrido. Y así acaba este cuento prodigioso que deja al lector rumiando con qué gestos y palabras el marido justificará esa ausencia de años. Nuestro Wakefield particular, el presidente, cumplió su palabra y a los cinco días estuvo de vuelta, pero en la vida hay que tener cuidado con que el género elegido para el relato que contamos no se nos vaya de las manos. En un primer momento el cuento del presidente era de misterio: cabía imaginar al hombre abatido paseando por los salones de ese palacio desangelado que es la Moncloa, o al hombre en terapia de grupo, siendo el grupo su familia, o al hombre observando al gentío que se dirigía a él desde la calle, destacando entre la multitud los puños de la vicepresidenta, muy Ana Magnani, que parecían salirse de la pantalla. A partir de ahí, lo que había comenzado como un relato casi gótico que llamaba a la reflexión se descontroló de tal manera que acabó transformado en melodrama con algunos toques de comedia de enredo como el protagonizado por la socialista Carmen Romero, exesposa del expresidente González, banderita en mano, apoyando al presidente que su ex detesta.

En términos cinematográficos casi todo en España deriva en ese género tan nuestro que es el berlanguiano y así fue. Al tercer día a mí al menos me entró un pánico escénico delegado al no saber cómo podría salir el presidente airoso tras haber provocado semejante confusión. Decía Hitchcock, y de esto lo sabía todo, que cuando en una historia el misterio planteado es excesivamente poderoso cualquier desenlace nos parecerá pedestre o insuficiente. Mientras que en el cuento de Hawthorne crece la tensión narrativa precisamente al dejar en manos del lector el final de la historia, en la realidad el protagonista ha de dar la cara. Quién no ha soñado alguna vez con huir de su vida por un tiempo, quién no ha fantaseado morbosamente con ser echado de menos, con las lágrimas que provocaría nuestra ausencia, con asistir incluso al propio entierro, con leer las necrológicas, con la idea de que nuestra desaparición provocaría un pequeño o gran derrumbe. Nuestro particular Wakefield necesitaba sentir el calor de los suyos porque, ciertamente, los tiempos son ingratos y proclives a un odio que, de alguna manera, nos acaba salpicando a todos, pero los narradores saben que el verdadero peligro de un desafío tan extraordinario es no dejar luego a nadie satisfecho porque nada cambie tras tu aventura. Mientras cabe imaginar que la mujer de Wakefield, una santa, ayudara a su ya anciano marido a entrar en calor tras 20 años de ausencia, los cinco días de Sánchez requieren un mejor final. No cabe aquello de aquí no ha pasado nada.

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Juan Medina
<![CDATA[La concordia de los desmemoriados]]>https://elpais.com/opinion/2024-04-28/la-concordia-de-los-desmemoriados.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-04-28/la-concordia-de-los-desmemoriados.htmlSun, 28 Apr 2024 03:00:00 +0000Hemos dejado que nos arrebaten las palabras que más apreciábamos. ¿Qué significa la palabra libertad si es veneno en boca de quien celebra una libertad avasalladora que ignora la fragilidad del otro? ¿Qué significa la palabra verdad cuando está continuamente vulnerada por la sacrosanta opinión personal o por el burdo fanatismo? Ahora le ha tocado el turno al término concordia usado de manera taimada con el odioso fin de no reparar injusticias pasadas, mostrando a la vez desdén hacia cualquier tipo de acuerdo en el presente. Siendo nostálgicos, como aseguran ser, de épocas mejores en las que reinaba la libertad, la verdad y la concordia, no se acuerdan de nada. Su memoria no alcanza a aquel país de mi juventud en el que una persona conservadora y otra de izquierdas podían compartir incluso amistad. No se acuerdan de que el comunista Carrillo departía con Herrero de Miñón, no se acuerdan ni saben de cuando un republicano ácrata como Fernán Gómez recibía la medalla del trabajo de manos de un rey y se lo brindaba a su madre monárquica, no se acuerdan, pero muchos de nosotros sí, de que un cómico podía declararse comunista y al mismo tiempo ser aplaudido por todo tipo de público, no se acuerdan de que en cualquier película de Berlanga los bulliciosos planos secuencia estaban habitados por cómicos de distinto signo, no se acuerdan de aquellos ya irrealizables debates de La Clave en los que conseguían escucharse unos a otros hablando de temas aún tiernos e inexplorados, del asesinato de Lorca, por ejemplo.

Fue un momento insólito, del que hay cosas que celebrar, como esa conversación posible, aunque si uno decide ser fiel a la verdad reconoce que quedaron asuntos que abordar que hoy la derecha considera divisorios. En la superficie había cierta concordia, sí, pero la limpieza del fondo se dejó para más adelante: aquel no era el momento. El momento de sacudir la alfombra se aplazó, hoy se prefiere una desmemoria parcial e ideológica. Estos días pasados han ocurrido dos cosas vergonzosas que han quedado sepultadas bajo el manto de lo que era más urgente: dos de los cómicos más queridos de este país, Paco Rabal y Asunción Balaguer, han visto retirados sus nombres del callejero de Alpedrete (Madrid) por un Ayuntamiento del PP y Vox. La plaza de Francisco Rabal se ha convertido en Plaza de España y el Centro Cultural Asunción Balaguer en La Cantera. Se ha hecho de tapadillo, para no dar explicaciones. Esto es como llegar al escalón más bajo del ensañamiento. Grandes artistas que tras morir Franco pudieron expresar abiertamente lo que pensaban porque creían conquistado un país en el que la libertad era eso.

Para redondear el ignominioso capítulo de las placas, la señora Ayuso ha reiterado que no habrá una para homenajear a los que fueran torturados en la antigua Dirección General de Seguridad (DGS), hoy presidencia de la Comunidad de Madrid. Recordar a las víctimas del franquismo divide, dice, y ella solo apuesta por las placas que nos unen. ¿A quiénes? Poco le falta para retirar el cabezón de Goya por afrancesado. Hace un año se manifestaron allí más de veinte asociaciones de represaliados de la dictadura y pegaron en uno de los muros un humilde cartelillo que rezaba: “En recuerdo a todas las personas aquí detenidas, encarceladas, torturadas y asesinadas en la DGS durante la dictadura por defender la libertad, la democracia y la justicia social”. Libertad de pensamiento, sexual, de expresión. Libertad bien entendida. Qué triste ver cómo se niega este humilde homenaje a quienes aún han visto reconocida su papel esencial en la lucha por la democracia. Como es lógico, reclaman esta reparación en el lugar en el que actuaron los torturadores Roberto Conesa y Billy el Niño. Es perverso observar cómo quienes les niegan el reconocimiento ocupan hoy aquellas siniestras estancias. En otro país habría sido el lógico lugar para un centro de memoria, en otro país.

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Claudio Álvarez
<![CDATA[Llamar a las cosas por su nombre]]>https://elpais.com/opinion/2024-04-21/llamar-a-las-cosas-por-su-nombre.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-04-21/llamar-a-las-cosas-por-su-nombre.htmlSun, 21 Apr 2024 03:00:00 +0000El lunes pasado, vivimos una jornada brillante. El periodista italiano Mario Calabresi nos visitó para debatir en la Institución Libre de Enseñanza sobre la banalización de la cultura popular. Teniendo como referencia a Silvio Berlusconi, pionero de un populismo bendecido por la televisión, nos preguntábamos cómo hemos llegado hasta aquí, a un tiempo en que se confunde lo popular con lo masivo y hay una rendición del espíritu crítico ante quien vende más libros, llena estadios o reina en la competición televisiva. Si hubo un pasado en que las críticas ponían el acento en la calidad ahora se han rendido a la cantidad porque ya se sabe aquello de las 100.000 moscas. Berlusconi se ríe desde su tumba: aquel momento en el que el simpático líder se presentó como referente aspiracional para la gente del pueblo prometiendo bajar impuestos y aumentar la diversión, resumió el programa político que se ha replicado en el universo mundo.

Inevitable en la cena posterior no preguntarle a este hombre cordial que es Calabresi sobre su impactante libro Salir de la noche, que desde que se publicó en 2007 se ha convertido en referencia ética para un país que aún no había escuchado las voces de las víctimas de los años de plomo del terrorismo italiano. Hasta entonces, contaba Calabresi, uno miraba en los estantes de las librerías y solo encontraba testimonios de los terroristas, que habían tenido la oportunidad de disertar en la tele y en las aulas de universidades sobre la retórica ideológica que alimentó la violencia. Como es sabido por muchos, el padre de Mario era el comisario Luigi Calabresi, señalado en el año 1969 como autor del asesinato en dependencias policiales del anarquista Giuseppe Pinelli. Durante dos años, sin investigación por medio, el comisario fue víctima de un acoso mediático de tal calibre que su asesinato en 1972 no tomó por sorpresa ni al propio policía que salía a la calle desarmado porque, según confesó a su mujer: “Para qué, si me matan será con un tiro en la nuca”. Así fue. Se le dedicaban manifiestos acusatorios, chistes, incluso Darío Fo desplegó su arte en Muerte accidental de un anarquista. Puede decirse que una parte de la clase intelectual se erigió como jurado para rematar a un hombre que ya aceptaba su triste destino.

Pasaron años antes de que se determinara la inocencia del comisario, que no estaba en las oficinas cuando Pinelli murió. Mario Calabresi ha querido restituir la memoria de su padre en unas páginas entregadas a la indagación de la verdad: “Se necesitaría una sensibilidad generalizada, pues carecemos de un sentimiento colectivo al respecto, y todo esto no puede ser un asunto privado. Todavía cuesta trabajo pronunciar palabras claras que condenen la violencia política”. Siete años después de que el periodista publicara este valiente e iluminador testimonio, se puede asegurar que ha tenido un efecto benéfico en cómo la sociedad aborda el dolor de las víctimas. Mario Calabresi tenía dos años cuando su padre fue asesinado. Solo atesora un recuerdo, el de haber asistido días antes con él al desfile de una banda de música. No quería contárselo a su madre por si se trataba de una fantasía suya. Pero no, era cierto que aquella mañana soleada fue a hombros del padre entre la multitud. Su madre lo corroboró, y ese recuerdo brilla hoy en su memoria. Ese momento del niño aferrado a la cabeza paterna da sentido a este ensayo que ha resultado balsámico para las víctimas y pedagógico para los jóvenes. Esperemos que algún día escriba sobre la conversación que mantuvo con el asesino de su padre. Mientras, aquí en España nos servimos de su libro para compensar los que no hemos escrito. Quién sabe si en un futuro el nieto de un guardia civil asesinado que no pudo tener un digno funeral indagará sobre la soledad en la que vivieron el dolor. Se romperán odiosos tabús que aún impiden llamar a las cosas por su nombre.

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Samuel Sánchez
<![CDATA[La boda de la furiosa impaciencia ]]>https://elpais.com/opinion/2024-04-14/la-boda-de-la-furiosa-impaciencia.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-04-14/la-boda-de-la-furiosa-impaciencia.htmlSun, 14 Apr 2024 03:00:00 +0000Me doy mi garbeo mañanero escuchando la radio como hacía mi suegro paseando entre las olivas. Él no tenía auriculares, llevaba el transistor en la mano, sin eliminar la música de los sonidos del campo. Más saludable, sin duda. Escucho las crónicas de sociedad de Martín Bianchi, que me hacen sonreír. He seguido gracias a él los preparativos de la boda del año, la de Martínez Almeida y Teresita (siempre según palabras del cronista) y la lista de bodas, que al parecer era pública. Será su manera de entender la transparencia. El problema de escuchar la radio en directo, a la antigua usanza, es que a cualquier descuido te pierdes un detalle esencial, y yo me quedé sin saber por qué demonios aparecía en la lista de los novios algo referente a “la zona de secado” del baño, una expresión que de desconocerla absolutamente ha pasado a ser familiar para mí. Ahora oigo hablar de la zona de secado en cualquier esquina. Me gustó que narrando la boda el cronista dijera que no compartía eso de centrarse solo en señalar la delirante psicomotricidad de los contrayentes a la hora de abordar el chotis, un baile sin duda desafiante, aunque puestos a practicar la ortodoxia castiza deberían haberlo bailado sobre un ladrillo. Visto lo visto, mejor sin ladrillo. Dijo Bianchi, no sin razón, que a él le parecía más escandalosa la elección de la iglesia, San Francisco de Borja, por toda la simbología franquista que contuvo y contiene, funerales en honor a Franco, del funeral de Carmen Polo y así. Puede que lo más chistoso fuera el tocado de Esperanza Aguirre o el pedete lúcido que llevaba su marido al volante, pero no lo más destacable en una ceremonia en la que con golpes de humorismo cañí se envolvió un soberbio mensaje político.

Recordarán aquel primer alcalde que fue Almeida, tuvo su momento de campechanía. Fue breve. Parecía que se iba a saltar la aspereza partidista para abrazar ese talante acogedor que se le concede a esa figura local más que a cualquier otra en política, pero no, el partido llamó a rebato y Almeida se colocó en primer tiempo de saludo. Escribió Jordi Amat sobre el inevitable eco de la histórica boda de la hija de Aznar en la que El Escorial pretendía ser el escenario de un renovado sueño imperial y acabó sirviendo de paseíllo para tantos que luego entrarían en los juzgados como aquel día en la basílica. Pero la boda del alcalde de Madrid ocurre hoy en un momento delicado para la ciudadanía en el que las exhibiciones de clase, poder e influencias sobran porque dividen sociedades que están tendiendo a agrietarse ideológicamente sin hacer pie ni encontrar puntos de encuentro. Es inaudito que el alcalde de una ciudad como Madrid, de la que se supone, o al menos de eso presumen, diversidad y tolerancia, no acogiera en su fiesta más que a personas de la derechota, a personas de reconocida influencia económica, a aristócratas, y que para colmo esa demostración impúdica de clase se hiciera en el santo lugar de la élite, en el meollo del cogollo que tan bien retrató Longares en su novela Romanticismo, con su consabida cohorte de vasallos a las puertas del templo, creyentes en las leyes de la sangre, siempre prestos a aplaudir a reyes y marquesas. Cómo no adivinar una intención extraña en exhibir a una parte de la Casa Real, la que rodea al emérito, para que fuera jaleado en la calle y más aún dentro, en un ambiente que excluye a las Letizias que han distorsionado la idea que los monárquicos tienen de la Monarquía. Viva el Rey y su corte, viva Ayuso y la suya, viva un mundo que ya no es de ayer porque parecía caduco, pero lo están reviviendo. Valle Inclán y Arniches en una misma función en la que los personajes andan sacando pecho, excluyendo sin pudor a todo aquel que no pertenezca a esa élite y todo ello alentado por una furiosa impaciencia por hacerse con el mando. Ese es el argumento de la obra: la impaciencia.

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Ana Beltran
<![CDATA[El comodín de Franco]]>https://elpais.com/opinion/2024-04-07/el-comodin-de-franco.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-04-07/el-comodin-de-franco.htmlSun, 07 Apr 2024 03:00:00 +0000A Domingo, el abuelo de la artista María Herreros, le gustaba ir al campo con peladuras de fruta para echárselas a los animales, que le salían al paso porque lo conocían. Luego regresaba trayendo hierbas para las vecinas, lavanda, espliego, manzanilla. A la nieta, ese abuelo que prefería la libertad de los paseos solitarios al gregarismo del bar le provocaba fascinación. Con los años ha podido desentrañar el misterio: la madre de la ilustradora puso en sus manos el diario que el abuelo escribió en guerra, el relato de un muchacho todavía adolescente al que el 36 sorprendió haciendo la mili en Valencia. Durante los siguientes cinco años ya no pudo soltar el fusil: después de la guerra, el castigo por haber luchado en el bando republicano. El diario ilustrado, Un barbero en la guerra, es el testimonio único de un joven al que la contienda y la represión le arrebatan la juventud, también la narración del compañerismo, de la conciencia del chico de pueblo por las cosechas sin recoger y del cariño que siente hacia los animales que acompañaban al batallón. El relato de un soldado pacifista. María ha descubierto al joven que escribía cartas de amor a su novia, al muchacho que tras presenciar el horror ya no pudo volver a ser el mismo. Dice Herreros que por momentos lloró al ilustrar estas palabras, y no extraña: el corazón de dos generaciones late acompasado en el relato del joven soldado y en los dibujos de María, que traduce con arte unas palabras que suenan a riguroso presente.

Otro ejercicio ejemplar de memoria ha sido el que ha surgido de la colaboración entre el dibujante Paco Roca y el periodista Rodrigo Terrasa. El abismo del olvido sigue los pasos de Pepica, una anciana que lucha contra las rocosas barreras burocráticas para que se exhumen los restos de su padre, fusilado tras la guerra y arrojado a una fosa común en el cementerio de Paterna, población valenciana en la que se fusiló a 2.238 personas; el lugar, después de Madrid, con más ejecuciones de España. Esta novela gráfica es la historia de Pepica, de tantas otras, y del sepulturero que trata, jugándose la vida, de ordenar los cadáveres y rescatar objetos de los muertos, un botón, un cordón, un sonajero, que se han de convertir en talismanes del dolor para las familias. El dibujante cuenta con maestría por qué saber dónde están los restos de nuestros seres queridos apacigua nuestro dolor. La crueldad con la que fueron tratados los familiares de los derrotados debiera ser el principal motivo por el que la derecha española tratara de compensar tanto escarnio. No es así. Se comportan como dignos herederos de unos vencedores sin piedad.

Hay un tercer cómic, Contrapaso. Los hijos de los otros, de la autora Teresa Valero, que nos sitúa en el Madrid de los cincuenta en el que dos periodistas, un hijo de republicano y otro de falangista, investigan sucesos y nos introducen en las miserias de la dictadura: de la psiquiatría como instrumento de control a la construcción clandestina de chabolas en la periferia, de seguir el rastro a un asesino de mujeres a las primeras publicaciones prohibidas que salían de las cárceles. Si quieren visitar ese Madrid de posguerra piérdanse en estas páginas tan bien documentadas.

Estos y otros dibujantes han encontrado en las historias de sus abuelos un tesoro argumental y sus libros están conquistando a lectores insospechados. No son panfletarios, ni partidistas, no están haciendo campaña sino justicia. ¿Por qué la derecha española es tan reacia a recompensar a los vencidos? No perciben que hay ahora una generación que desea rescatar del olvido a sus antepasados, sacarlos, aunque sea a través de sus dibujos, de la fosa común de la historia. Pero cómo esperar sensibilidad en quien dice (el inefable García-Gallardo) que el Gobierno para tapar sus miserias “recurre al comodín de Franco”. No es Sánchez, amigo, es una parte del pueblo.

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<![CDATA[Nuestro pasado a subasta]]>https://elpais.com/opinion/2024-03-31/nuestro-pasado-a-subasta.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-03-31/nuestro-pasado-a-subasta.htmlSun, 31 Mar 2024 03:00:00 +0000Me escribe Jesús, lector desconsolado, porque en el pueblo de su padre, allá donde luego regresaban a pasar los veranos, han subastado los pupitres de la vieja escuela. Echa cuentas Jesús y calcula que estas mesas escolares albergaron los sueños, miedos y fallidas ilusiones de criaturas desde los años veinte del siglo pasado. Son pupitres cuya madera recia y veteada no solo contiene los recuerdos de los que estudiaron sino también de aquellos, como el padre de Jesús que ahora cuenta 90 años, a los que la pobreza arrancó del estudio y arrojó por los campos de Castilla a pastorear; son pupitres que nos cuentan la historia de una generación a la que la pobreza y la guerra condenó con apenas nueve años a ingresar de golpe en la vida adulta. Los objetos cotidianos tienen su propia voz, potente y honda para quien quiera oírla, y dan prueba material de cómo era la vida de aquella generación que está a punto de desaparecer; deshacerse de ellos denota ignorancia sobre lo que debería ser un tesoro antropológico.

Los que tenemos edad para gozar de cierta perspectiva fuimos testigos del desprecio con el que, en las décadas de los setenta, ochenta o noventa, era tratado lo viejo, como si fuera irreparable y no cupiera una segunda vida para su uso. A la gente de los pueblos, sobre todo a las personas mayores, se les hizo el trueque, se les cambiaron cosas nobles que habían soportado el paso del tiempo por cacharrería de baja calidad y mobiliario de plástico o skai; allá donde daba sombra una parra aparecieron esos tejadillos de uralita ahora justamente denostados. Pero en esas décadas de progreso irreflexivo ya se caricaturizaba a aquellos que trataban de advertir de la valía de todos aquellos objetos que acababan en el rastrillo o en la hoguera. No existía entonces el término buenismo, pero hubiera sido el insulto ajustado para aquellas personas que percibían, en contra de la corriente dominante, la belleza y sostenibilidad de objetos que habían resistido indemnes el azote del tiempo. Pero entonces se veía esa lucha por la conservación como el capricho de personas que se negaban tontamente al progreso; se tachaba de romanticismo aquella defensa de lo antiguo por considerar que se había quedado rancio. Se descartaba un objeto tanto como se despreciaba un paisaje. Un paisaje. Me llega un mensaje de Carmen, soriana que integra alguna de las asociaciones que defienden el campo al que cantan los versos de Machado, y que hoy se encuentra amenazado por las excavadoras que a punto están de urbanizar una de las zonas naturales más bellas de España. Algo hemos aprendido, al menos ahora, aunque siempre es difícil paralizar un proyecto inmobiliario, hay paisanos que se indignan, se organizan y reclaman ayuda a los que tenemos una tribuna. “No podemos pasar a la historia”, escribe Carmen, “como la generación de sorianos y lectores de Machado que permitió machacar su paisaje: ‘álamos del amor cerca del agua/ que corre y pasa y sueña, / álamos de los márgenes del Duero/ conmigo vais, mi corazón os lleva!”. No se trata de la nostalgia enfermiza del pasado, muy al contrario, es la conciencia de que hay que trabajar para que en un futuro no haya que lamentarse por aquello que dejamos que se perdiera.

Pienso en estos mensajes que me llegan de un tiempo a esta parte con frecuencia denunciando talas, derrumbes, demoliciones, y pienso que algo tiene que ver con que se respira en el aire el sentimiento de que no está en nuestras manos la deriva del mundo, que otros decidirán por nosotros si el infierno aumenta o se reduce y, ante tal perspectiva, necesitamos defender lo que sentimos como nuestro, como si en esos árboles que “tienen en sus cortezas/ grabadas iniciales que son nombres/ de enamorados, cifras que son fechas”, estuvieran escritas las historias de lo que se fueron y de los que vendrán, y en ese pupitre subastado la infancia de todos los niños que no pudieron estudiar.

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Santi Burgos
<![CDATA[Kate en un mundo sin piedad]]>https://elpais.com/opinion/2024-03-24/kate-en-un-mundo-sin-piedad.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-03-24/kate-en-un-mundo-sin-piedad.htmlSun, 24 Mar 2024 04:00:00 +0000No hace falta declarar que se es o no monárquica, ni tan siquiera participar de la preocupación por el futuro de la realeza británica; no es necesario comenzar diciendo que en el temible rumor bélico que sacude al mundo poco intervendrá la salud de una princesa; sin embargo, la manera en que se ha especulado sobre la desaparición de la escena pública de Kate Middleton se ha convertido en paradigma de cómo medios de comunicación y redes en las que participa el creativo pueblo soberano se retroalimentan para provocar esas teorías conspiranoicas de las que luego tanto nos quejamos. Una mujer, se da el caso de que es princesa, es sometida a una cirugía abdominal y tras ella guarda silencio durante dos meses. Por mucho que desde la institución a la que pertenece se haya manejado con torpeza la comunicación de su salud, cualquier mente sensata y poco dada a las fantasías mórbidas podía deducir que la recuperación estaba siendo lenta o que algo se había complicado en el proceso. Pero esa deducción no da likes ni clics, y la avidez por atraer lectores a tu perfil o a tu medio fomenta todo tipo de fantásticas teorías. En realidad, dicen, se trata de una crisis matrimonial provocada por una infidelidad del príncipe Guillermo y para certificarla se da a conocer la identidad de la amante, se la persigue y la dama en cuestión tiene que defenderse del acoso. Otra hipótesis desvela que Kate tiene una doble, es un rumor que nace en las redes, pero que replican las revistas del corazón, en ellas se informa hasta de la mensualidad que recibe la doble por reemplazar a una princesa harta de la exposición pública. Fundadas teorías van más allá y muestran pruebas, un poco al estilo de los testimonios ufológicos, que demuestran que la princesa ha muerto y que por alguna razón que se nos escapa se está dilatando el momento de hacer pública la noticia; otros sostienen que Middleton está perturbada hasta tal extremo que no pueden ni enseñarla en una foto. Aunque parezca increíble, la idea de una princesa trastornada a la que encierran en la torre más alta del palacio resuena en la imaginación de los británicos, tanto por el trágico destino de alguna reina convertida en leyenda como por el gótico que desplegaron novelas como Jane Eyre. Mujeres locas bajo un candado de silencio. Un terror no sin base real. Hay, en este fango, otras explicaciones más banales, son esas que suelen ofrecer los que se erigen como expertos o expertas en monarquías y casi resultan más irritantes que las teorías fantasmagóricas: dicen los especialistas en cosas de palacio que Guillermo y Kate son una pareja de frívolos que detestan las obligaciones que su puesto acarrea. Ay, cuánto vamos a echar de menos a la reina Isabel, añaden. Y todo eso acompañado de bromas y memes, otro festival del humor. La imaginación popular se dispara y se crean montajes delirantes sobre el desafortunado montaje fotográfico de la madre con sus tres niños. Visto ahora, desvelada la verdad, provoca compasión más que cualquier otra cosa.

Pero es la compasión lo que se ha perdido, o la piedad, palabra denostada por una sociedad virtual que no la concibe cuando escupe su opinión. Ahora será fácil echarle toda la culpa al gabinete de comunicación monárquico para no reconocer la crueldad propia. Los miles de palabras innecesarias que se vertieron sobre este asunto se irán por el sumidero y ninguno de estos opinadores de pacotilla que son expertos de no se sabe qué reconocerán que suelen hablar sin tener ni puta idea, que agrandan y alargan los temas para sacar tajada. Unos lo hacen desde el salseo sin complejos y otras revistiéndose de conocedoras de la cosa monárquica. Eso sí, el Día Mundial contra el Cáncer sacarán su lacito, puede que incluso tengan la bondad de ponérselo del color que corresponda a la enferma y, si cabe la posibilidad de convertirla en mártir, como a Lady Di, contribuirán a su leyenda.

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Samir Hussein
<![CDATA[De donde nace el resentimiento]]>https://elpais.com/opinion/2024-03-17/de-donde-nace-el-resentimiento.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-03-17/de-donde-nace-el-resentimiento.htmlSun, 17 Mar 2024 04:00:00 +0000Últimamente escucho teorizar sobre las razones que provocan que haya hombres que se sienten excluidos, ninguneados, alimentados por el resentimiento, las ideas conspiranoicas, el rencor hacia las mujeres, la nostalgia de un pasado que creyeron sólido. Pero lo teórico, sea de orden sociológico o filosófico, se mueve con frecuencia en terrenos demasiados abstractos. Lo que hace la ficción es el mecanismo contrario: en vez de observar a un colectivo, concentra la mirada en seres humanos concretos; por eso cuando hablamos de verdad literaria nos referimos a estar sintiendo en ella los latidos de un corazón. He estado viendo las dos asombrosas versiones que sobre El tío Vania de Chéjov ha escrito y dirigido Pablo Remón, interpretadas por un excelente reparto, y en ellas he encontrado tanto los ecos de la verdad chejoviana como una manera poco frecuentada de contar el presente. Hay algo paralelo en aquel 1900 en que Chéjov estrenó su función y este 2024 que ahora nos atenaza. Un escritor tan intuitivo como él debió presentir, a cuatro años de su muerte, que un cambio brutal se iba a producir en Rusia, dado que sus personajes parecen estar al borde siempre de un abismo vital: no paran de rumiar deseos incumplidos, frustraciones, son protagonistas de biografías nada épicas que en algún momento de la juventud prometieron cierta grandeza. El tío Vania de esta doble función se convierte en un tío Iván del campo español, un hombre que se ve entrando en la vejez habiendo errado todos los tiros. No es un estúpido, intuimos en él trazas de hombre sensible, pero la suerte no le ha sonreído: las mujeres hermosas lo han rehuido y ha vivido alimentando los proyectos de otros, resignándose a una existencia estrecha que ahora le pesa como una losa. A pesar de que las tierras que administra no le han permitido vivir holgadamente, él ha perdido la vida ayudando a su cuñado, el pomposo intelectual, con la creencia de que valía la pena financiar a quien posee el conocimiento. Vania sobrelleva con humildad esa existencia de escasas emociones hasta que un verano aparecen por allí pontificando, dándoselas de no se sabe qué, el hombre de letras y su hermosa mujer, y entonces todas las rutinas que sostienen su día a día se desmoronan: el rencor le empuja a hacer recuento de su vida miserable.

El tío Vania, tan nuestro como ruso, está interpretado por Javier Cámara, que lo ha convertido en campesino riojano, dejándose mecer por sus propios recuerdos hasta el punto de que en cada función el cómico se nutre del espíritu de su padre, el hombre que fuera músico y agricultor en Albelda de Iregua, y quién sabe si es hasta posible que gracias a ese juego actoral algo se le haya desvelado del alma paterna, eso algo misterioso que jamás entendemos de los padres, y que aquí se nos descubre gracias a amalgamar el discurso de un campesino ruso con el de un agricultor español. Vania o Iván, ruso o riojano, es un pobre hombre que no entiende el presente y que observa la injusta diferencia entre aquellos que llegan de la ciudad, sea Madrid o San Petersburgo, sintiéndose profundamente estafado. Es al considerar el notable contraste entre los forasteros y los que se quedan cuando a este soñador frustrado la realidad se le desmorona. La literatura, al menos la buena, no juzga, sino que asiste asombrada a la comedia humana, mostrándose compasiva con la peripecia del que lleva las de perder, incluso en sus irritantes errores. Viendo este Vania entra uno de lleno en el corazón de un resentido.

Dice Vania, “Día y noche, como un espíritu maligno, me sofoca la idea de que he gastado mi vida sin remedio. No tengo un pasado, todo él lo he derrochado tontamente en fruslerías, y el presente me aterra por lo absurdo”. Cuando escucho una disertación sobre a qué responde la rabia de los que se creen olvidados, procuro imaginar los delirios de un hombre concreto.

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VANESSA RABADE
<![CDATA[Ayuso humorista]]>https://elpais.com/opinion/2024-03-10/ayuso-humorista.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-03-10/ayuso-humorista.htmlSun, 10 Mar 2024 04:00:00 +0000Cuando Isabel Díaz Ayuso accedió al poder en 2019 mediante un pacto que la convertiría en lideresa de la derecha en toda su extensión, tendimos a subestimar su potencial; era entonces algo común pensar que su desacomplejada manera de ejercer el cargo, con declaraciones chocantes y burlescas, estaba dictada por un hombre que le susurraba al oído esas ocurrencias que poseían la facultad de hacerse populares y que habrían de convertirla en icono pop de la derecha madrileña, aún no se sabe si exportable al resto de España. Pero estos cinco años de reinado han confirmado que partíamos de un error: por mucho que su entrenador se empleara a fondo, la presidenta se ha desvelado como una mujer no solo capaz de liderar la derecha macarra sino de fracturar las normas de lo aceptable con discursos en los que bascula entre lo despreciativo y lo humorístico, a veces mezclando los dos tonos como parte de su estratagema. El poder la ha empoderado, algo que suele sucederle a quienes ostentan el liderazgo durante el tiempo suficiente como para regodearse en su astucia. Ya no es la mujer en manos de un perverso ventrílocuo, ya no necesita que le escriban el guion porque la astracanada sale de manera natural de su boca. Ella es rotundamente ella.

Solo una vez se la ha visto descolocada: cuando un periodista en absoluto agresivo como Carmelo Encinas apeló a la humanidad de la presidenta para preguntarle por los ancianos muertos en las residencias. Es probable que, dado que se encontraba en un medio favorable, no se esperara el puro cuestionamiento de su falta de piedad y respondió furiosa, desabrida, afirmando que nadie tiene derecho a hacerle ese tipo de preguntas. Pero la realidad es que Ayuso ha encontrado su estilo, un estilo desprejuiciado que se ha saltado las normas de lo que hasta ahora ejercían los políticos conservadores. Ayuso se sirve de la broma como si fuera una humorista, se salta los límites de cualquier cortesía asumida en el espacio público y al hacerlo genera una complicidad con aquellos que dicen sentirse constreñidos por una corrección en el habla que les provoca ira. Esta utilización tramposa del humor que permite decir cualquier grosería en nombre de la libertad es homóloga de un estilo transnacional que está dando asombrosos resultados y de la que Trump es, sin duda, la estrella rutilante a la hora de destrozar el consenso democrático. Como escribe el periodista Fintan O´Toole en Laugh riot (el motín de la risa), un ensayo publicado en The New York Review of Books sobre el uso del humor como arma política en el discurso de Trump, lo que consigue el expresidente cada vez que recurre a bromas despreciativas es hacer desaparecer los tabús a fin de crear una comunidad en la que los que se sienten excluidos puedan expresar barbaridades sin ser señalados. Entre el vodevil y el insulto todo es permisible. Si alguien se molesta en exceso queda el recurso de decir: “¡Si solo era una broma!”.

De esa manera podría responder Ayuso a las que nos hemos llevado las manos a la cabeza al escuchar su grotesco discurso del 8 de marzo: hay más hombres asesinados que mujeres, dijo, más conductores muertos en accidentes, dijo, más soldados víctimas de guerra. Siendo esta la realidad, concluyó, ¿por qué no un Día del Hombre? Ella sabe que cada una de esas afirmaciones en nada contradicen la verdad demostrada, que hay una violencia que se ejerce contra las mujeres por el hecho de serlo y que si atendemos a las guerras, miremos a Gaza, son las mujeres y los niños los que engrosan masivamente el número de víctimas. De los conductores que hable la DGT. Yo tengo mi teoría, pero no viene a cuento.

Ella sabe que en este reivindicar un día para el hombre hay una burla sobre el feminismo que tiene aún más impacto por expresarla en un día tan señalado. Lo sabe y se relame, porque hay hombres que le ríen la gracia y piensan, al fin alguien lo ha dicho.

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Borja Sanchez-Trillo
<![CDATA[La cuadrilla de Koldo]]>https://elpais.com/opinion/2024-03-03/la-cuadrilla-de-koldo.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-03-03/la-cuadrilla-de-koldo.htmlSun, 03 Mar 2024 04:00:00 +0000Recuerdo el brevísimo paso por el Ministerio de Cultura del escritor Máximo Huerta. Conviene echar la vista atrás hoy por varias razones: primero, porque el entonces recién estrenado Gobierno, buscando distinguirse de un Partido Popular con graves causas de corrupción pendientes, trazó una línea moral tan severa, advirtiendo que no permitiría que alguien que hubiera tenido problemas con Hacienda formara parte del Ejecutivo, que puso en bandeja de plata la cabeza de un hombre que provenía del mundo de la cultura. Daba igual que las deudas estuvieran saldadas y que ya no cotizara a través de esas sociedades con las que, en los noventa, avispados asesores fiscales llevaron a tantos artistas a la ruina: muchos de los que ustedes aplauden y admiran se vieron sometidos a multas brutales que esquilmaron sus cuentas. El pueblo justiciero, como suele, aplaudió el castigo y Huerta se convirtió en el símbolo de la exigencia de estricta pureza en el expediente. Cruel error a nivel humano y cruel a nivel político; hipócrita, porque esa supuesta pureza se la saltan a la torera no pocas de sus señorías que operan con mucha más habilidad que el incauto que llega de nuevas. Aquella fue la muestra de que la política es un hábitat hostil al que solo deberían entrar los que se curten en las juventudes de partido, los que han sido educados para dar y recibir, los que se protegen con un caparazón de tal grosor que pueden soportar los golpes sin romperse. Los políticos no son santos y, sin embargo, aquel fue un momento de insólita santidad.

Con la corrupción puede ocurrir algo parecido. Erradicarla debería ser el objetivo no ya de un partido sino del Parlamento, pero si la lucha contra ella encabeza un programa político puede conducir a un callejón sin salida en cuanto se descubre que las grietas asoman por todas partes. Los días oscuros de la pandemia fueron tan duros que aún no acertamos a calibrar las consecuencias psicológicas que habitan en cada uno de nosotros, a pesar de que el olvido se emplea a fondo en su labor sanadora. Pero otra cosa es eludir la responsabilidad política de lo que se hizo, donde no cabe el olvido, y es obligado el rastreo de la verdad, algo imposible cuando se deja en manos de laxas comisiones de investigación. Vamos viendo que hubo aquí y hubo allá sinvergüenzas que se aprovecharon de la situación para hacer caja con la desgracia y que, mientras España se pobló de héroes y heroínas civiles que asistieron a los enfermos y a los necesitados, también alentó la consabida codicia de esos personajillos que gracias a la amistad, al simple peloteo o a los lazos familiares se las arreglan para hacerse un capital. La corrupción sistémica española que alimentó los episodios de Galdós sigue ahí, como un virus latente que aparece en cuanto encuentra una flaqueza en el sistema inmunológico. Que el enriquecimiento de Koldo y su cuadrilla sirva ahora para que populares y socialistas se señalen las vergüenzas es un espectáculo que nos deberían ahorrar. Es evidente que aquí algo no funciona: una falta de controles que favorece el amiguismo, el trapicheo y la vista gorda, unida a la ceguera del poder sostenido en el tiempo y a la falta de cuidado en las amistades, algo que condujo a la digna renuncia del portugués António Costa y que, sin embargo, no ha doblegado la voluntad de un empecinado Ábalos, que no calibra el patetismo de su presencia en el congreso de los diputados.

La corrupción está tan ligada a nuestras costumbres que solo la sabemos detectar cuando trae como consecuencia un burdo enriquecimiento como el que se produjo a cuenta del material sanitario, pero está fuertemente imbricada en la cultura española: trapicheos, devolución de favores, enjuagues, premios y castigos; un insano ejercicio del poder que debería abordarse con una voluntad común. Pero no será así, este sainete acaba de comenzar.

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SERGIO PEREZ
<![CDATA[Cuando nuestra burbuja explote]]>https://elpais.com/opinion/2024-02-25/cuando-nuestra-burbuja-explote.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-02-25/cuando-nuestra-burbuja-explote.htmlSun, 25 Feb 2024 04:00:00 +0000“Si cada español hablase de lo que entiende, y nada más, habría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio”. La frase, bien conocida, es de Manuel Azaña y la pronunciaba un siglo antes de que las grandes plataformas nos hubieran concedido la tramposa libertad de poder mostrar a diario opiniones innecesarias e indocumentadas a la vista de cualquiera, orgullosamente, sin pudor y con afán de exhibición, porque yo lo valgo y porque se van a cagar, porque hoy toca unirse a un linchamiento y no quiero quedarme sin lanzar esta piedra que rematará al que ya anda moribundo. Concluyendo, todo lo contrario de lo que pregonaba el viejo republicano. Al nuevo modelo de negocio le conviene el ruido y está borrando de nuestro vocabulario los conceptos de prudencia, reparo, compasión. Si se da el caso de que a alguien se le descubre en un renuncio, en una metedura de pata, o aún más, en un delito, cómo no sumarse a la gran fiesta de la crueldad, porque la crueldad, de eso nos hemos olvidado, no se ejerce solo cuando se ataca a un inocente, crueldad es también el ensañamiento innecesario con el culpable. Si existe la justicia, por imperfecta que esta sea, es porque necesitamos un mediador que nos evite la venganza personal o colectiva. Pero hoy, gracias al gran Dios de las redes, asistimos a un juicio permanente, situados siempre en los asientos del jurado y temiendo en secreto vernos algún día en el lugar del reo. Olvidada queda aquella vieja progresía que detestaba a los que levantaban los brazos delante de los juzgados, a esas personas tan carentes de emociones en sus vidas que se cargaban de adrenalina yendo a escupir y a insultar a los detenidos mucho antes de que se produjera el juicio. Aquellas ideas de convivencia que promulgaban la atemperación de las emociones se han quedado caducas y ahora no hay penas de cárcel que nos satisfagan, no hay insulto que esté a la altura de nuestra ira ni metedura de pata a la que no queramos hincarle el diente.

Siempre tuvo la derecha un afán represor y reprendedor, y para ello contaba con las iglesias de turno, que hacían el trabajo sucio de colarse en las vidas íntimas castigando pecados de pensamiento, palabra, obra u omisión. Pero resulta preocupante que hoy la izquierda, con tanta faena por hacer en un mundo cada día más amenazante, pierda tanto tiempo en reprimendas estúpidas afeando conductas a personas que, en muchos casos, se encuentran muy cerca de sus postulados, aunque de pronto hayan tenido un renuncio y se hayan desviado de la plantilla que marca el manual de las buenas opiniones. Es un pecado antiguo de la izquierda: arremeter con virulencia contra el camarada que opina por libre, salir de inmediato en defensa de una supuesta virtud. No hace falta ser pesimista para advertir que el panorama que se nos avecina, flanqueados por Putin al este y es posible que por Trump al oeste, con una coincidencia pavorosa de hombres sin escrúpulos en cada punto estratégico del mapa, nos obliga a tener una gran entereza de ánimo. En este momento el engolfamiento en debates estériles es un claro reflejo de que estamos dispuestos a apurar hasta el último trago de nuestro privilegio. Ante esta tozuda ceguera, la pensadora Naomi Klein reflexionaba sobre el viraje juvenil a la derecha, al hilo de su último libro Doppelganger, en el que escribe, entre otras cosas, de esta izquierda paralizada ante la fuerza arrolladora de un mundo virtual que transmuta personalidades: “Tiene que ver con la pasión censora de la izquierda, con esa vigilancia del discurso y la crueldad que despliegan cuando alguien se pasa de la raya. Ojalá pensáramos más en cómo engordar nuestras filas que en cómo depurarlas”. Ocurre que perdidos en un momento de autocomplacencia, seguiremos flotando en la pequeña burbuja que nos aísla del mundo, hasta que de pronto explote y nos quedemos flotando en el vacío.

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Grant Harder
<![CDATA[De la mano de Fernando Delgado]]>https://elpais.com/cultura/2024-02-18/de-la-mano-de-fernando-delgado.htmlhttps://elpais.com/cultura/2024-02-18/de-la-mano-de-fernando-delgado.htmlSun, 18 Feb 2024 19:52:26 +0000Es posible que durante cinco años Fernandodelgado y Manolito fueran la pareja más popular de la radio española. Eran muchísimos los oyentes que los sábados y los domingos a las doce menos diez se quedaban sentados en la cocina escuchando el diálogo medio loco, tierno o impertinente de aquel señor de voz extraordinaria y el niño carabanchelero. Con la misma concentración con que nuestras abuelas se arrimaban al aparato a escuchar el serial, seducidos por la misma magia de antaño. Aquellas conversaciones son hoy valiosos recuerdos para varias generaciones que inauguraban los fines de semana con la voz del Pequeño Ruiseñor entonando Campanera. Fernando había escuchado al Gafotas en la madrugada de RNE y se le ocurrió que aquellas historietas de un niño con acento de barrio podían ser la chispa de su A vivir que son dos días. A la guionista que era yo le sorprendió la propuesta porque no veía claro cómo podían entonar aquellas dos voces. Pero la radio es puro milagro, más aún cuando no se veía a través de los móviles, y aquel dúo de seres tan dispares fue encajando y transformándose en una pareja clásica de payasos: el grandón sabelotodo y el pequeño que le saca ventaja con su rapidez verbal.

Ahora creo que el secreto del éxito de aquella pareja cómica fue que Fernando creía ciegamente en la existencia de Manolito. Él mismo era como un niño, uno de esos niños inocentones que se creen hasta los trucos más torpes del mago. Su actitud era tan sincera que no dejaba de sorprendernos: era capaz de reírse de verdad, de emocionarse de verdad y de enfadarse de verdad. Alguna vez, tras una intervención del niño impertinente se quedó mustio y la guionista del espacio que yo era lo llamaba por la tarde y le decía: “¡Pero Fernando, que es de broma!”.

No fue necesario convertir a Fernando en personaje porque en sí ya lo era: se trataba de un hombretón con el alma de un crío con la extraordinaria cualidad de hacer que todas las personas que trabajaban con él lo protegieran, se implicaran en sus problemas cotidianos y le trataran como se trata a un tío torpón al que hay que mimar y cuidar para que no se le caigan las cosas de las manos y no provoque un desastre doméstico. Cuando Fernandodelgado y Manolito representaban su teatrillo en el estudio los compañeros dejaban sus tareas y se quedaban pegados al cristal. Era esa emoción en estado puro que solo se produce en un estudio de radio. Al acabar, tirábamos los guiones a la papelera y emprendíamos el camino a casa. Vivíamos muy cerca. A Fernando no le cabía en la cabeza que una vez terminado el espacio el niño se hubiera esfumado y, no miento, me tomaba de la mano o del hombro con esa fuerza descontrolada de los hombres grandones para cruzar la calle. De nada me valía desprenderme de su mano, había algo que aquel personaje logró despertar en él, una especie de sentimiento de paternidad ante el que yo me rendía.

Cada vez que lo vi a lo largo de estos años se despertaba entre nosotros un eco de aquella tiernísima complicidad. Escribo ahora esto con gran dolor de corazón. Puedo verlo alejarse, aliviando su cojera en el bastón y llevando de su mano a un niño.

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Cadena SER
<![CDATA[Mañana os mataré a todos]]>https://elpais.com/opinion/2024-02-18/manana-os-matare-a-todos.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-02-18/manana-os-matare-a-todos.htmlSun, 18 Feb 2024 04:00:00 +0000A un abuelo llamado Manuel se le muere trágicamente su mujer. Se ve abocado a vivir en el piso de su hijo, con la nuera y la nieta. El abuelo no encaja, farfulla en la soledad de su cuarto, habla con espíritus, a su nuera le parece que trama algo. Un día, a la hora de la cena, Manuel rompe su silencio y hace una advertencia: “Mañana os voy a matar a todos”. Este es el comienzo de Viejos, película española de terror cuya historia estaba escrita antes de la pandemia, pero a la que lógicamente los guionistas añadieron aspectos inspirados en una época tan trágicamente relacionada con la vida de los ancianos. No pienso escribir “nuestros mayores” porque ese plural implica un compromiso ético que nuestra sociedad incumple en mayor o menor grado con esa parte de la población. Hiela la sangre escuchar el tono de Isabel Díaz Ayuso hablando de la irremediabilidad de la muerte en aquellos días de pesadilla, como si lo único que debiera importar de esos ciudadanos es que estuvieran vivos o muertos y no así de qué manera daban el último paso de su existencia. A los que sufren se les ayuda a morir, pero qué esperar de políticos sin escrúpulos que difamaron al doctor Montes por defender la muerte digna.

Se diría que la presidenta madrileña no es consciente de que el tono chulesco es insólito en este asunto. Tiene mil oportunidades para emplearlo en otros debates, pero da la impresión de que confía en que ese habla castiza y faltona es la clave de su éxito y ya no sabe distinguir entre los distintos registros del lenguaje que nos llevan a hablar más bajo o más alto según donde estemos y coloquial o gravemente conforme al tema que abordamos. Esa conciencia del tono en que se habla se está perdiendo: si a una mujer o a un hombre la chulería les da rédito y votos en política emprenderán un camino sin retorno. Pero este asunto es de una gravedad extrema: hablamos de personas al borde de la muerte que se aferraban a los barrotes de una cama desesperadas por la asfixia. Lejos de sus hijos, lejos del viejo hogar y del barrio donde desarrollaron sus vidas. Dentro de los mil debates estúpidos y encendidos que alimentan nuestro día a día y que al final lo único que denotan es que la indignación es parte de nuestro privilegio, debiéramos pararnos a pensar qué papel cumplen los viejos en esta comedia, y sí, digo viejos porque la considero una palabra más pura y más noble que todas esas otras que envueltas en el corsé de la corrección esconden en el fondo una mirada condescendiente que nos libra de un firme compromiso.

¿Qué pasaría si volviera una pandemia, fatalidad que entra dentro de lo posible? Nada ha cambiado. Nos llevamos las manos a la cabeza cuando nos enteramos de que en una residencia se ha recibido comida con moho o con gusanos. Los familiares están atentos, hacen lo que está en su mano, pero debiera tratarse de un asunto de primer orden. Todos estamos siempre a punto de ser viejos, aunque en esta sociedad de juventudes alargadas hay muchos incautos que viven ignorándolo. Viejos y viejas, que en un gran porcentaje enfrentarán solos ese futuro que ya llega, sin descendencia que se ocupe de los cuidados y apartados de cualquier debate público. Porque ser viejo es eso, que tu voz no cuente, que otros hablen por ti, que se te dirijan al oído con un tonillo infantiloide, que se te considere un ser sin deseos, sin voluntad propia, sin soberanía, a expensas de la entrega de las hijas o de lo que te permitan los ahorros.

Me decía mi amigo el guionista Javier Trigales hablando de Viejos, que el género de terror es incluso más veraz que el cine social porque, en definitiva, habla de nuestros miedos y el miedo es en gran parte lo que condiciona nuestra manera de estar en el mundo. Una noche, en la cena, el viejo Manuel advierte, “mañana os mataré a todos”. Esa frase es la voz de una venganza colectiva que no debiéramos tomar a la ligera.

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Fernando Sánchez
<![CDATA[Canciones con mensaje]]>https://elpais.com/opinion/2024-02-11/canciones-con-mensaje.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-02-11/canciones-con-mensaje.htmlSun, 11 Feb 2024 04:00:00 +0000Me encanta que las galletas lleven mensaje. Tras el crunch delicioso de la masa crujiente, se esconde el papelillo con una de esas frases luminosas: “Si comes algo y nadie te ve comerlo, no tiene calorías”, “No te tomes la vida demasiado en serio. No saldrás de ella con vida”. “No renuncies a tus sueños. Sigue durmiendo”. Son profecías universales, que tienen la magia de servir a cualquiera. Entre los buenos augurios y el glutamato es imposible salir de un restaurante chino sin disfrutar de una felicidad fugaz. Pero cuidado, si lo de las galletas es fantasía que acaba coincidiendo con la realidad, el inevitable mensaje que te cuelan ahora en cualquier expresión cultural y que de inmediato provoca debates encendidos se está volviendo insufrible. Ya lo decía Billy Wilder: “Cuando quiero enviar un mensaje, utilizo el servicio de correos”. Bien sabía el genio de la comedia humana que la obviedad de los mensajes en una película puede abaratarla y que la más honesta pretensión de quien cuenta una historia debería ser que el espectador reconozca en ella una verdad que le perturbe y le conmueva. Sabemos que no estaba en la cabeza de Wilder plantear reivindicaciones como el abuso de poder, la subordinación de las chicas, el rijosismo, la humillación, la inocencia vulnerada, las ilusiones rotas. Y, sin embargo, en toda su obra estas penalidades marcan a fuego la existencia de sus personajes.

Ocurrió siempre que había expresiones artísticas tan supuestamente elevadas que juzgaban al público antes de que este se atreviera a disentir. Si algo no te gustaba, ay, es porque no tenías altura intelectual. Lo extraordinario es que ahora este fenómeno inquisitorial se ha contagiado a la cultura popular, que debería ser el terreno para sentirse libre a la hora de decidir si te comes o no la galleta que te ofrecen. Pamela Paul, columnista de The New York Times, analizaba hace poco este fenómeno que cunde aquí y allá en sociedades polarizadas: si no te gusta, por ejemplo, Barbie, se te acusará de no tener sentido del humor, de desdeñar el poder del patriarcado o de despreciar el feminismo moderno, o aún peor, de ser antifeminista o demasiado feminista o de no ser como deberías y sanseacabó.

El peligro de que sea la obra de arte la que juzga a quien mira y no al contrario es que el público se acaba sometiendo a lo que dicta su grupo y no arriesga una opinión sino que repite consignas. Se supone que una va al cine, lee un libro o escucha una canción no para engullir el mensaje trillado sino para poner en suspenso alguna convicción. La maravilla de Perfect days de Wim Wenders es que usted y yo, espectadores, no salimos pensando lo mismo del cine, no somos testigos de un mensaje unánime: a usted le puede parecer que es un canto a la vida humilde y rutinaria, mientras que a mí me perturba la idea de que un pasado oscuro puede llevar a un ser atormentado a aferrarse a las rutinas como tabla de salvación. Las dos lecturas sirven, se complementan, y es muy posible que prevalezcan la una sobre la otra según sea el historial íntimo de cada espectador, que por naturaleza entiende la ficción como un espejo. Se trata de algo complejo, no es un mecanismo de identificación sino una manera de reflexionar sobre uno mismo. Pero está claro que vivimos tiempos de unanimidades en los que resulta más cómodo adherirnos sin sentido crítico a las causas en las que creemos. Sufre, por supuesto, quien no traga con un discurso simplón. Que una canción irrelevante que se presenta a un festival pueda desatar adhesión, ira, rechazo o incondicionalidad es preocupante. Que se manifieste sobre ella incluso el presidente del Gobierno es insólito. ¿De verdad no lo vemos?

Pensaba en esto la otra noche, en el concierto de Coque Malla, con un Circo Price abarrotado y entre un público que no coreaba consignas sino que aplaudía entregado por un profundo amor a la música.

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<![CDATA[Íñigo Errejón quiere viajar en tren]]>https://elpais.com/opinion/2024-02-04/inigo-errejon-quiere-viajar-en-tren.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-02-04/inigo-errejon-quiere-viajar-en-tren.htmlSun, 04 Feb 2024 04:00:00 +0000Si Max Aub afirmaba con buen tino que uno es de donde ha hecho el Bachillerato, yo diría que soy de donde estaba mi primer trabajo, en el barrio de las Letras, o de Huertas, como lo llamábamos los periodistas más alegres que documentados que trabajábamos en aquella radio que se asomaba a los tejados de Madrid. Allí me gradué en callejerismo, gané mi primer sueldo, tartamudeé ante un micrófono; allí, rondando sus bares de barrio castizo, bebí vermú, ligué, bailé, jugué con soltura al billar y vi amanecer comiendo churros en algún bar de taxistas. Edifiqué mi patria grande muy lejos de las aulas, en un entramado de calles donde, a pesar de tener que sortear el acoso de algún yonqui, siempre me sentía más segura que en los pasillos de mi casa. Poco queda de aquel barrio de menús baratos: si el centro mugriento se fue haciendo goloso para jóvenes que reformaron los viejos pisos galdosianos, hace ya un tiempo que ha ido quedando en manos de un turismo que abarrota las calles en festivos y hace casi imposible la vida social.

Muchos vecinos hay con ganas de rendirse, pero aún quedan resistentes, entre ellos, esos que se agrupan en torno a la asociación de vecinos y que persisten tozudos en la defensa de aquello que aún puede salvarse. Dice Víctor Rey, su presidente, con el que compartimos cañas tras un club de lectura, que hasta le ha llamado The Guardian para indagar sobre la fiebre arboricida del Ayuntamiento de Madrid. Ellos plantan cara y se manifiestan por los árboles amenazados de nuestra querida plaza de Santa Ana. Yo escucho a estos vecinos admirada, pensando que siempre hay alguien que antepone la acción a la desesperación. Benditos sean. Cuenta Víctor que en los mustios días de la pandemia sintió de pronto una honda emoción al ver brotar musgo en las grietas del asfalto, versión urbana de los versos de Violeta Parra: la prueba de que la naturaleza lleva las de ganar en este pulso que mantenemos con ella.

Dice otra vecina, Marian Garrido, que en algún momento ella se creyó aquello de que saldríamos mejores. Ahora observa cómo esa vana ilusión se ha convertido en objeto de burla de los cínicos. Es cierto que lo más difícil hoy es creer que se puede ganar alguna batalla al deterioro medioambiental. El problema ya no son los negacionistas del cambio climático, sino este sistema imparable y acelerado de consumo que arrastra a los gobiernos a embarcarse en proyectos que fomenten más consumo y más récords turísticos.

Al Partido Popular le resulta fácil decir que los socialistas odian el turismo y a los socialistas, difícil sostener un discurso medioambiental con el desafío que supone. Un día, confiamos en la brillante determinación de Teresa Ribera por la defensa de un universo sostenible y al siguiente aparecen cifras triunfales que colocan al turismo como locomotora de nuestra economía; Pedro Sánchez anuncia una ampliación del aeropuerto de Barajas de la que ignoramos las razones y al tiempo se nos informa del gasto de agua que provoca el turismo masivo en una comunidad que sufre una brutal sequía. A las críticas de Íñigo Errejón sobre el proyecto contesta Óscar Puente, ministro de Transportes, con un sarcasmo más propio de un bromista rancio que de un ministro socialista: “Íñigo quiere ir a Buenos Aires en tren”.

Comprendo que el reto de este tiempo es mantener un discurso medioambientalista y hacerlo compatible con la justicia social y el optimismo económico, pero es urgente de cara a un futuro que ya se ensaña con la naturaleza en estos calurosos días de invierno. Yo también quiero viajar en tren, señor ministro, no a Buenos Aires, sino por España, y me conformo con que no haya averías o insólitos retrasos. También quisiera defender la vida de un árbol que es defender aire y sombra. Suena pueril, pero ya sabemos que no, que no lo es.

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ALEX ONCIU
<![CDATA[Carlos Vermut, lo que contaba ‘Mantícora’]]>https://elpais.com/opinion/2024-01-28/lo-que-contaba-manticora.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-01-28/lo-que-contaba-manticora.htmlSun, 28 Jan 2024 04:00:00 +0000Hay columnas que se rumian a lo largo de una semana, pero luego se desvanecen a la hora de enfrentarte a la pantalla. En un mundo que nos obliga a expresar nuestras certezas de inmediato, abrazar alguna duda es un último reducto de libertad de pensamiento. Hace unos meses me disponía a escribir un artículo sobre Mantícora, la película de Carlos Vermut, ese hombre que hoy aparece en todos los medios no por su obra sino por haber ejercido, según el testimonio de tres mujeres, violencia sexual contra ellas. El propio Vermut lo explicó afirmando que siempre ha practicado el sexo duro. Infligir dolor provoca placer en algunas personas, tanto como a otras ser apalizadas o humilladas, hay vieja literatura sobre ello Pero el sádico ha de encontrar a quien sienta placer con el sufrimiento, si no es así lo que se produce es claramente un delito. Parece obvio, pero no lo debe de ser tanto cuando la Universidad de Virginia, que a tantas acusaciones de abusos sexuales ha tenido que responder, ha publicado un protocolo para establecer límites consensuados a una violencia que se puede ir de las manos. Ya se sabe que en el universo estadounidense la existencia de reglas escritas tranquiliza el alma de una sociedad por sistema desconfiada. Pero además, el porno violento ha puesto en boga la presión asfixiante sobre el cuello de las mujeres, algo que ya practicaban ciertos hombres en la masturbación, pero que ha venido convirtiéndose en una práctica usual, tanto como para que en una sorprendente noticia de The Guardian en 2019 se hablara de una mujer muerta por estrangulación en Gran Bretaña cada dos semanas a manos de un compañero sexual.

La lectura del reportaje sobre la violencia con que Vermut desplegaba en sus encuentros sexuales me provocó un profundo desconsuelo; me vino de nuevo a la memoria Mantícora, esa historia de un joven exitoso autor de videojuegos, que calma su pulsión sexual secreta creando un avatar de un niño a imagen y semejanza del que vive en su mismo rellano. El creador no busca las imágenes reales pedófilas que abundan en internet para satisfacerse su deseo, sino que crea la imagen de ese niño cuya atracción le tortura. Presentimos un asomo de culpa en ese hombre que mantiene su perversión contenida en el terreno de la virtualidad. Pero ocurre entonces que la empresa descubre su repugnante creación y lo expulsa del estudio. Inevitablemente, sentimos piedad por el monstruo; su fantasía es sucia pero de momento no ha cometido más delito que excitarse en el terreno de la ficción. Eso sí, cuando ese deseo turbio amaga con dar el salto a la realidad, es el propio monstruo el que se castiga a sí mismo. La historia me provocó muchas dudas morales, algo insólito en un cine tendente a las conclusiones mascadas: ¿Es siempre un deseo aberrante una premonición de lo que puede ocurrir en la realidad o es posible mantener nuestras crueles pulsiones a raya gracias al disfrute de “una ficción”? ¿Alguien que se masturba ante el avatar de un niño acabará siendo un violador? Son preguntas que necesitan respuesta en un mundo virtual en el que podemos acceder a cualquier fantasía aberrante. Lo que pensé y así se lo manifesté una tarde en la Academia de Cine a su director fue que había puesto sobre la mesa algo tan desagradable como de necesario debate. Ahora la película tiene un oscuro aire premonitorio.

Me sorprendió que algún medio reprochara a los trabajadores del cine el haber respondido tímidamente a esta sórdida historia. Parece que la prudencia se ha convertido en el gran pecado de nuestro tiempo. La cuestión es que en un entorno que ha cedido tanto espacio al capricho, incluso a la crueldad de los genios, hay todo un sistema por airear. Si reducimos el problema a la violencia sexual dejaremos que aquellos que con tanta desenvoltura han humillado, ninguneado o vejado de mil perversas maneras a sus subordinados se vayan de rositas.

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<![CDATA[El único camino para ser amado]]>https://elpais.com/opinion/2024-01-21/el-unico-camino-para-ser-amado.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-01-21/el-unico-camino-para-ser-amado.htmlSun, 21 Jan 2024 04:00:00 +0000El problema de la izquierda es que lleva años asombrada. Quien dice la izquierda, dice el centro izquierda, o lo progresista de una manera inconcreta, o aquellos que no votan a la derecha. Y en ese no salir de su asombro ha encontrado su hábitat y está dispuesta a no salir a la calle por si coge frío o se topa con alguien desagradable. El problema es que una mañana lee o escucha los resultados de una encuesta de CIS sobre la percepción que tiene la población de los avances de las mujeres y se lleva las manos a la cabeza. Al parecer, más de un 40% de hombres piensa que nos hemos pasado de frenada y que esta nueva realidad les perjudica. No hablamos de lo real sino de la percepción que tenemos de lo que ocurre, de lo que sentimos, algo que no es raro tras años de entrenamiento en la imposición de las emociones sobre las evidencias. En literatura se entiende muy bien porque siempre fue así. Ya decía el escritor Juan Carlos Onetti que los hechos en una novela no son nada en sí mismos si no observamos cómo los personajes reaccionan ante ellos. El problema es que tras hacerse pública la encuesta, que no extraña si de vez en cuando sales de tu club de colegas, se ha producido una reacción indignada, como si algo se estuviera cociendo a nuestras espaldas. Curiosamente, quienes expresan con más vehemencia ese disgusto son hombres jóvenes de carrera ascendente y feminismo acelerado, que quieren mostrar enseguida sus credenciales de cristiano viejo, y desde esa posición acomodada califica de estúpida o ignorante a esa masa informe de varones a los que están seguros de no pertenecer. No se considera necesario estudiar qué factores alimentan un resentimiento creciente, se prefiere ignorar aquello que ya podríamos haber aprendido de otras experiencias en las que desde una posición progresista se despreció o directamente ignoró a un sector de la población que no sabía encauzar su rencor. A Hillary Clinton le salió caro: cuando en la campaña de 2016 adoptó la expresión “cesta de deplorables” para referirse a la mitad de los votantes de Trump, sus palabras pusieron en bandeja al candidato tramposo un discurso que victimizaba a esa parte del electorado arrancando el voto a los indecisos. La misma Hillary consideró tiempo después que la frase de desprecio había alimentado su derrota.

Nadie dijo que los avances sociales no conlleven retrocesos y movimientos reaccionarios, pero hoy sabemos que dividir a la sociedad entre esas dos cestas, la de los deplorables y la de los justos, no impulsa el progreso sino que se convierte en un potente generador de odio. Hay hoy, y no podemos eludirlo, una sensación de desamparo provocado por un mundo que más que nunca percibimos como confuso. Si a ese estado de confusión una parte de la población une la precariedad o el sentimiento de exclusión se convierte en presa fácil de aquellas ideologías que fomentan la búsqueda de culpables, sean las mujeres a las que achacan la pérdida de puestos de trabajo, sea esa población inmigrante a la que creen que se concede más atención y ayuda públicas. Díaz Ayuso ha contribuido esta semana a nutrir el rencor con sus declaraciones sobre menores sarnosos y violadores en potencia.

El asombro por esta realidad es estéril, una pose más que una verdadera preocupación; el insulto denota simpleza y arrogancia.

Hay unas palabras de la activista norteamericana bell hooks en las que expresaba, sin rendirse al pesimismo, de qué manera entendía ella la lucha feminista. Las he buscado por ser su discurso siempre integrador y más que nunca necesario: “Los hombres deben involucrarse en entender qué es el sistema llamado patriarcado, un sistema cultural que no solo discrimina a las mujeres sino uno en el que la identidad masculina ha sido fracturada porque la vulnerabilidad es imperdonable y la dominación el único camino que ellos encuentran para ser amados”.

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Alejandro Ruesga
<![CDATA[Perdón por la nostalgia]]>https://elpais.com/opinion/2024-01-14/perdon-por-la-nostalgia.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-01-14/perdon-por-la-nostalgia.htmlSun, 14 Jan 2024 04:00:00 +0000Una chica de 17 años ansiosa de certezas en el Madrid suburbial de 1978. Le gusta un tío, por supuesto mayor que ella, por supuesto dueño de esas certezas que ella tanto anhela, que afirma que la palabra “entrañable” es infecta, que hay que borrarla del discurso, por cursi, por referirse al tipo de persona que uno nunca debería ser. Para colmo, la dichosa palabra es pronunciada a diario por un célebre locutor que ciertamente abusa de ella. No es que hasta ese momento el adjetivo formara parte del vocabulario de la chica, pero temerosa de caer en la tentación de usarla, la descarta de su habla y de su incipiente escritura. Aún hoy, siendo ya aquella chica esta columnista que les escribe, pasado casi medio siglo de aquel momento de aleccionamiento léxico, cuando trata de definir a personas que sin lugar a duda son entrañables, no puede evitar, no puedo evitar disculparme un poco si de mi boca brota esa palabra, como hacía mi padre ante sus hijos antes de soltar un taco. Reconozcamos que lo entrañable está gafado: adquirió la categoría de sustantivo al atribuírselo al rey emérito —luego vino lo de campechano— y a sus amantes, a las que se definía con retranca como entrañables amigas.

Pobres palabras, las manoseamos hasta que pierden su sentido. En menos de dos años hemos dejado maltrecho el término “relato” y aún hay quien lo usa como si se le acabara de ocurrir. Hace unos días escuché que Israel estaba perdiendo la batalla del relato y pensé, qué puto relato es ese que se lleva por delante a más de 25.000 personas. Sospecho que el uso de las expresiones en boga se antepone a la dolorosa realidad debido a la absurda importancia que se le concede a usar la jerga de tus pares, entendida como un salvoconducto. Es como pensar que para definir una novela conviene usar la palabra “artefacto”, para alabar un buen guion recurrir a “mecanismo de relojería” o para elogiar una película realista hablar de “un puñetazo de realidad”. Vivimos subyugados por nuestros deseos de pertenencia y hay en la asunción del lenguaje de los expertos un ansia por no parecer advenedizos.

La otra noche, en el teatro Colón de A Coruña, inaugurando el ciclo As mellores películas da historia con El apartamento de Billy Wilder proyectada en pantalla grande y celuloide, mientras percibía la respiración de 700 personas que trataban de verla, tal y como les habíamos pedido, con la inocencia de una primera vez, me sentí invadida por una emoción que podría denominar nostalgia: tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida, tal y como la define la Real Academia. Me sonreí en la oscuridad al pensar que ahora, cada vez que se usa en público dicha palabra, nostalgia, parece obligado disculparse para marcar distancias con aquellos que añoran otros tiempos políticos, con los nostálgicos de la Transición o del franquismo, con la panda que acude al circo de la calle Ferraz, con los nacionalismos de cualquier sesgo. Pero no, permítannos usar la palabra nostalgia por nostalgia de cuando podía pronunciarse sin disculpas previas, tan solo para rememorar un pasado en el que vivimos experiencias que dejaron rastro en nuestra memoria. También escuché en la radio hace unos días a un tipo que enormemente satisfecho de su denso pensamiento afirmaba que la melancolía es un sentimiento reaccionario; lo decía como si las palabras solo pudieran ser comprendidas desde una perspectiva política y se les pudiera negar el sentido que las une a lo más íntimo. ¿Qué palabra les queda entonces a los psiquiatras para referirse a los estados previos a la depresión? Cómo podría definir yo lo que sentía el público coruñés viendo aquellas imágenes temblorosas de una película que crece en hondura según se cumplen años, cómo definir esas dos horas de respiración colectiva que nos retrotraían a las sesiones dobles de los setenta. Cientos de niños alimentando su cinefilia, que volvían a casa rumiando fantasías.

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Sunset Boulevard
<![CDATA[Hablemos del amor (una vez más)]]>https://elpais.com/opinion/2024-01-07/hablemos-del-amor-una-vez-mas.htmlhttps://elpais.com/opinion/2024-01-07/hablemos-del-amor-una-vez-mas.htmlSun, 07 Jan 2024 04:00:00 +0000No deja de ser irónico que estos tiempos en los que abundan las declaraciones diarias contra el amor romántico sean tan productivos en ese género literario. Creíamos que la novela romántica había entrado en una imparable decadencia tras la muerte de Corín Tellado y Barbara Cartland, aunque Danielle Steel mantenía viva la llama del amor edulcorado, pero una nueva generación de autoras, que en España optan por nombres anglosajones, ha venido a renovar el estilo incluyendo sexo explícito y, cómo no, una dosis correctora de feminismo que empodera a sus heroínas. El éxito del este boom es abrumador: nadie vende tanto como ellas. Las lectoras son chicas voraces que pueden consumir cuatro novelas al mes, alimentando sueños que no sé de qué manera intervienen en sus expectativas amorosas. Todo está por estudiar porque, de momento, parece que la teoría académica complace, describe o instruye a un tipo de mujeres, pero tiende a ignorar lo que hace vibrar a un sector de la población muy amplio al que la actual batalla contra el amor romántico no parece afectarle. Me impresiona la claridad de alguna de estas autoras, como Elena Armas, auténtica triunfadora internacional de este fenómeno que desvela el secreto de su fórmula y asume que trabaja bajo el dictado de un patrón. Armas confiesa crear romances que van calentando el deseo de sus lectoras a fuego lento hasta que se materializa el sexo provocando un desenlace casi orgásmico.

Lo que me pregunto, igual que me ocurre cuando algunas madres repiten con frecuencia que la maternidad no era como les habían contado, es cuáles fueron las fuentes que generaron ese desengaño referido al amor o a la maternidad ñoña, si es que tal vez solo recurrieron a la novela romántica o al relato comercial de algunas influencers, porque si hay algo que de sobra nos ha ofrecido la literatura ha sido el amargo sabor de la decepción. Puede que al volver a Emma Bovary veamos cómo el deseo desatado anula la razón; puede que observemos en la pobre Fortunata a la chica que se entrega sin condiciones a un hombre, o en la burguesa Jacinta a la joven esposa a la que se le derrumba la idea del matrimonio; puede que las mujeres de Alice Munro nos cuenten cómo el afán de independencia chocaba y choca con las obligaciones domésticas o cómo la crianza de los hijos anula la llamada de la pasión; puede que las Chicas felizmente casadas de Edna O´Brien nos hagan entender cuál era la altura del desengaño que provocaba en otros tiempos una vida marital que no colmaba ilusiones alimentadas desde la adolescencia; puede que leyendo los pensamientos de María Luisa Arroyo, alter ego de Elena Fortún, sepamos de la amargura de quien no vive abiertamente su condición sexual, o que la idealista Dorothea, personaje de George Eliot alejado de las virtudes supuestamente femeninas, nos recuerde que las novelas están profusamente habitadas por mujeres a las que educaron en unos valores que las condenaban a la infelicidad.

Estas historias y tantas otras vibran en la historia de la literatura, y por encima de todas, la del fracaso al que nos arroja una educación sentimental en el que las expectativas son falsas, cursis y generadoras de frustración. Por tanto, cabe preguntarse si el mejor antídoto frente a las fantasías es recurrir a la ficción, a novelas que a través de sus inolvidables mujeres nos han avisado de la trampa de lo convencional. Por otra parte, quien nos advierta de los peligros del amor romántico debería ser consciente de que esa idea, ya convertida en lugar común, no es una invención reciente. Dicha rueda ya estaba inventada. Porque más allá del relato idealizado hubo siempre autores y autoras que percibieron la insatisfacción que golpea a las mujeres no dueñas de su destino. Esto dejando a un lado que me gustaría saber qué encuentran las jóvenes que hoy leen novela romántica, si un entretenimiento, un modelo o un sueño que saben irrealizable.

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<![CDATA[Cuando muere quien nos cuida]]>https://elpais.com/opinion/2023-12-31/cuando-muere-quien-nos-cuida.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-12-31/cuando-muere-quien-nos-cuida.htmlSun, 31 Dec 2023 04:00:00 +0000Mucho hemos hablado estos dos años pospandémicos de la salud mental, de romper el tabú o el estigma, del derecho a la asistencia, de cómo el mordisco de la ansiedad, la depresión e incluso las tendencias suicidas han azotado a los jóvenes más que a ninguna otra capa de la población. Mucho se ha escrito de quien acude a un especialista en busca de consuelo, para librarse de obsesiones y pensamientos intrusos, pero en esta historia de fragilidades, qué poco nos acordamos de los depositarios de nuestra angustia, los que tratan de que sepamos convivir con ella. Hace unos días murió una mujer admirable, Mariela Michelena, psicoanalista venezolana que llegó hace 40 años a España, y aquí desarrolló el grueso de su carrera prestando una cálida atención a tantos pacientes que acudimos a su consulta. Mariela no parecía una psicoanalista. No es que exista una apariencia establecida para quien ejerce ese oficio, pero la singularidad exuberante de esta mujer de humor caribeño, elegante, siempre con los labios pintados de rojo y esa sonrisa abierta con la que te recibía, rebajaba sin duda la aprensión que produce destapar ante una desconocida el frasco de una vulnerabilidad que a menudo avergüenza.

Mariela Michelena ejercía como psicoanalista y escribía libros sobre la materia con un lenguaje que, como ella misma definía, todo el mundo podía entender, pero a raíz de un cáncer que la dejó sin pechos comenzó a practicar una escritura confesional que nos fue desvelando quién era esa mujer que preservaba con discreción su vida porque consideraba que la que importaba era la de sus pacientes. Aquella profesional, que por no contar ni había querido decirle a un niño al que trataba cuál era su signo del zodiaco para que no la definiera con disparatados rasgos astrológicos, narró en Anoché soñé que tenía pechos cómo se las arregló para no rendirse a un cáncer muy agresivo. Valiéndose siempre de un humor imbatible, afrontaba la enfermedad haciendo tal acopio de alegría que nunca se me pasó por la cabeza que fuera a morirse. Creo que lo mismo les ocurrió a tantos pacientes que se sentaron en el mismo sillón que yo. Ahora trato de descifrar cuál era el secreto para que tanta gente venerara su ayuda y creo no desacertar si afirmo que no borraba su humanidad cuando te escuchaba, no era neutra, no era fría, no eludía una opinión si pensaba que con ella podía abrirte los ojos. Pude comprobar el cariño que se le profesaba el pasado septiembre cuando en una abarrotada librería Rafael Aberti presentó su última confesión, Lo que alcancé a contarte, el recuento de una juventud convulsa que comenzó su andadura con el amor ciego y fatal por un hombre que la arrastró al aborto del único embarazo del que disfrutaría. Michelena nos cuenta su vida sin rencor pero mirando de frente a sus penas: la de no haber tenido hijos, la de no ser abuela, la de quedarse sin pechos. La de morirse, porque aquella tarde emocionante la persona que tanto nos había cuidado se despidió con una valentía que nos hizo agitarnos de la risa al llanto contenido.

Creo que muchos supimos decirle a tiempo cuánto le agradecíamos su ayuda. Una mañana, acabando la sesión, le dije, nos vemos después del verano. No podrá ser, murmuró, me estoy muriendo. Hoy parece que sigue ahí, en su sillón, escuchando unas veces, respondiendo otras a tantas preguntas que le hice en torno a asuntos de los que yo andaba escribiendo, la prevalencia del trauma infantil a lo largo de la vida, los síntomas del abuso, las heridas que nunca cierran. Con mi habitual propensión a acercar al prójimo a mi terreno intenté sin éxito que me tuteara, pero la rectitud se imponía a su carácter afectuoso y me dijo que si comenzaba a tutearme yo no la iba a llamar cuando la necesitara. No podrá ser. Pero me queda su último mensaje: “Ni caso a quien no lo merece”.

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Plataforma Editorial
<![CDATA[Lo que Bárbara Rey nos muestra]]>https://elpais.com/opinion/2023-12-24/lo-que-barbara-rey-nos-muestra.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-12-24/lo-que-barbara-rey-nos-muestra.htmlSun, 24 Dec 2023 04:00:00 +0000Confieso que tan solo esperaba vaciar mi mente de realidad y entregarme a un entretenimiento de evasión sin culpa. Como se hojea una revista del corazón en la peluquería. De hecho, elegí la hora de la siesta, el momento ideal para cabecear los documentales. Pero, poco a poco, la historia de la chica espectacular de Totana que llegó a Madrid para ser artista en los primeros setenta se fue convirtiendo en el relato veraz de aquella España sórdida, y me atrapó. Los terribles dichos españoles suelen definir la naturaleza mezquina que a menudo adorna al ser humano, y ahí está aquel terrible de “la suerte de la fea, la guapa la desea” para mostrar que, en un país como aquel de entonces, una mujer poco agraciada podía ser motivo de burla, pero no era menor el peligro que corría una chica si la belleza la convertía en permanente objeto de deseo. No le fue difícil a la murciana María García, bautizada artísticamente como Bárbara Rey, llamar la atención en las discotecas de la Gran Vía en las que bailaba como gogó. La chica rubia, de larguísimas piernas y pechos pequeños, que se plantó ante las cámaras poniendo morritos y pronunciando cada sílaba como si temiera que se le escapara el deje murciano, parecía una extranjera en un universo cañí que se le fue poblando de moscardones convencidos de que tenían el derecho de catar aquel pastel.

Me sorprende escuchar voces que la definen como una adelantada a su tiempo. Es la manera actual que tenemos de dignificar a una mujer, adornarla con un barniz medio ideológico para excusar nuestro interés. Había, sin duda, en aquella época muchas jóvenes que rompieron barreras, desde la lucha sindical o la universitaria, por sus audaces decisiones vitales y por su afán de independencia, pero Bárbara Rey representaba el paradigma de la mujer al servicio de los deseos masculinos más rijosos, que cuando los presenciamos hoy tan exactamente narrados en el cine del destape nos provocan sonrojo. No hay manera de salvar de la pira del tiempo ni una de esas películas en las que una mujer espectacular e invariablemente cachonda se muere por ser poseída por tipos de aspecto ridículo y vulgares, que jamás ponen en duda su propio atractivo o sus dotes amatorias. Y ahí, en cualquiera de esos argumentos, estaba ella, recibiendo el cuerpo del español caliente cuyo matrimonio se pone a prueba por lagartas de ese cariz. No sé de qué manera esos estereotipos podían hacer progresar la libertad de las españolas; más bien perpetuaban el atraso con una supuesta apertura sexual que solo beneficiaba a los varones. Fue entonces cuando llegó el rey Juan Carlos a este cuento y, desde la impunidad que le otorgaba su posición, persiguió su capricho y consiguió a la presa: ¿Quién iba a negarle algo a la máxima autoridad del Estado? Por otro lado, también hay que contar con el morbo, tan cercano siempre al deseo, que animó a la de Totana a ser la amante de un monarca, aunque este la invitara a las casonas cutres de Franco, a yacer en camas de mierda (así las define) y, para rematar la faena, sin recompensarla con los regalos o el soporte económico que siempre acompañaba a estas relaciones secretas y desiguales.

Del egoísmo del todopoderoso amante pasó al maltrato del domador de circo, el único que le pidió matrimonio, cuya brutalidad fue aireada con no poca sorna en los programas en que dejaban que ese individuo se desahogara. Al fin y al cabo, ¿no estábamos en el país en que toda mujer bella es, en el fondo, una puta? Como ocurre con muchos documentales, hay demasiadas opiniones y poco rigor en ciertos aspectos: al final no llegamos a saber quién chantajeaba a quién con el material comprometedor entre el Rey y su amante. Todo es cutre, abusivo, ni un atisbo de belleza. Ella nos provoca la compasión hacia las mujeres que en aquella época eran llamadas fulanas. Encima.

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JUAN BARBOSA
<![CDATA[En contra de la libertad ilimitada]]>https://elpais.com/opinion/2023-12-17/en-contra-de-la-libertad-ilimitada.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-12-17/en-contra-de-la-libertad-ilimitada.htmlSun, 17 Dec 2023 04:00:00 +0000Recuerdo que hace apenas tres años, justo antes del confinamiento, un amigo más joven que yo y de naturaleza sensible desdramatizaba el porno consumido hoy por los chavales, comparándolo con las revistas y pelis que la generación millenial veía a espaldas de los padres, razonándome que eran entretenimientos casi educativos que servían a los adolescentes para hacerse unas pajillas, sin que eso introdujera un elemento patológico en su desarrollo sexual. Las cosas que se hacen a escondidas también educan, decía. Eso puede ser una gran verdad; como no serlo. Recuerdo haber rumiado dudas sobre si sería lo mismo aquel porno que este, porque la alarma sobre el creciente acceso adolescente a contenido violento llevaba sonando desde hacía tiempo, pero me callé, como se calla una ante el temor de quedarse atrás en la comprensión del mundo, sea por razones de edad, del célebre aburguesamiento o qué sé yo. En mi descargo diré que a las chicas de la generación ochentera se nos debió quedar clavado a fuego en algún lugar de la memoria aquel calificativo tan usado entonces: estrecha, que más bien era una amenaza, la de expulsarte del dudoso pódium de chica liberada, progre. Ahí permanece aquel miedo estúpido a no estar a la altura de tu época. Ha hecho falta que profesionales de veras preocupados por la situación real y no cegados por el papanatismo tecnológico nos hayan abierto los ojos ante una realidad que debería estremecernos: el confinamiento sirvió para que los adolescentes reafirmaran su dependencia de las pantallas, y con ella comenzaron las fobias a la interacción social, se acrecentaron los problemas de autoestima, sobre todo en chicas, y aumentaron las visitas a los vídeos de pornoviolencia, que recrean escenas de humillación colectiva de un grupo de varones a una chica indefensa. La consecuencia de este porno popular ahora entre algunos adolescentes varones (aún no sabemos cuál es el porcentaje de población estudiantil que accede a esto) no son unas saludables pajillas sino la emulación de una “hazaña” sexual que contiene la excitación de reunir a colegas con los que perpetrarla, eligiendo a una víctima que suele ser conocida, del mismo barrio y todavía más joven que el grupo atacante (una de las chicas violadas en Badalona tenía apenas 11 años).

Engolfados en la idea, válida para adultos experimentados en el consumo cultural, de que el espectador entiende la diferencia entre la ficción y la realidad, nos hemos olvidado de cómo asimila ese tipo de escenas una mente aún tierna que sobrevive a su libre albedrío en una zona degradada económicamente, no goza del amparo de una comunidad o de su propia familia, está siendo adiestrado por contagio social en un ambiente de una masculinidad agresiva y, para colmo, no recibe en su centro educativo algo parecido a la tan reivindicada por unos, o demonizada por otros, educación sexual.

Está claro que los movimientos de padres y madres que tratan de prohibir o limitar el uso del smartphone son progenitores implicados en la educación de sus hijos que asumen su responsabilidad y estudian de qué manera podrían contrarrestar el influjo de este elemento disruptivo en la vida de los adolescentes, pero reducir este asunto a aquello que les sucede a nuestros hijos sin abordarlo como un tema social que afecta más aún a quienes menos armas tienen es un nuevo paso en la creciente segregación entre muchachos de primera o de segunda categoría, con la indeseable consecuencia de reservar a las chicas el papel de víctimas cuando provienen de un entorno desestructurado. Urge tomar medidas, dejar a un lado nuestros hermosos principios de blindaje de la libertad, y aceptar que poner límites es una manera de proteger a quien carece de un amparo básico. No podemos cederlo todo al castigo cuando se produce un hecho condenable, hay que ser valientes, comprometerse con una abierta educación sexual, tanto en los centros públicos como en esos concertados a los que permitimos que acuda un exministro a dar el mitin contra el aborto.

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<![CDATA[Y Aznar mandó a Greta a la escuela]]>https://elpais.com/opinion/2023-11-05/y-aznar-mando-a-greta-a-la-escuela.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-11-05/y-aznar-mando-a-greta-a-la-escuela.htmlSun, 05 Nov 2023 04:00:00 +0000No subestimemos jamás lo que pueda hacer o decir un niño. Una niña. Aunque sea por esa vieja creencia que reza que en sus labios siempre está la verdad, aunque ocurra que no poseen el lenguaje necesario para expresarla. Sucedió con la Greta Thunberg de 15 años, que nadie podía creer que una adolescente tuviera un discurso suficientemente articulado como denunciar la emergencia climática. Aquella célebre frase (que popularizo Chirac en 2002) pronunciada por ella, “nuestra casa está en llamas”, fue tan singular, tan verdadera y dramática que provocó un formidable impacto en el universo juvenil que aún no había encontrado cuál era la causa a la que entregar su descontento. La otra noche, en una magnífica entrevista televisiva realizada por Gonzo, pudimos conocer la voz sosegada de Greta, más allá del gesto serio que suele adoptar cuando se encuentra tras la pancarta ante una cumbre del clima o cuando se colocaba de niña frente a la puerta del colegio. Greta ya es mayor de edad y gracias a ella hemos aprendido algunas lecciones que no debemos olvidar: se suele criticar a los adolescentes por esa entrega inagotable a su ego, pero cuando observamos a una chavala salir a la calle para luchar por un futuro habitable, optamos por señalarla y hacer mofa de ella; sabemos que aquellos que tan jocosamente se burlan de la niña Greta son o bien negacionistas del cambio climático o bien ese tipo de individuos que jamás movería un dedo por una causa colectiva; estamos seguros de que los que dicen sentir pena por una criatura que padece un trastorno y culpan a los padres de permitir que se exponga de esa manera, ni tan siquiera se plantean que el asperger sea un síndrome que no anula la legítima voluntad de quien lo posee; leemos a individuos afirmando que alguien susurra al oído de Greta lo que ha de decir en público, dado que consideran imposible que una niña, ahora joven, haga tal acopio de inteligencia y valentía como para sostener un discurso radical, sin olvidar tampoco a aquellos que pretenden anularla como líder del movimiento ecologista difundiendo que cobra de empresas verdes, que es la hija secreta de Georges Soros, que los padres están haciendo una fortuna con ella o que recibe dinero de productores alimenticios que la usan en su publicidad como gancho para vender.

En toda la respuesta mundial que ha recibido la joven activista se contienen grandes enseñanzas: los mismos que compadecen a Greta por estar perdiendo su juventud con asuntos de mayores, a un tiempo la temen por decir verdades incómodas y procuran anularla ridiculizando su manera de estar en el mundo. La lección que nos ha dado Thunberg es que sus protestas no eran el resultado de una indignación fugaz, porque ahí sigue, pragmática y sincera, trufando su discurso con toques de un peculiar sentido del humor, que procede precisamente de su incapacidad para mentir. Cuando la activista sueca nos confiesa que el asperger ha jugado a su favor, nos está señalando la honestidad visceral de su discurso, que no admite atajos, dobles sentidos ni medias verdades. Con sus palabras literales, Thunberg ha inspirado a jóvenes de este planeta en estado de emergencia, y se ha granjeado el respeto de activistas que llevan toda una vida entregados a la causa. Es muy difícil ser Greta porque su personalidad rechaza la mentira y se arriesga hasta el punto de ser cuestionada, víctima de mofa, amenazada o detenida.

Esta joven admirable puede colgarse además una gran medalla, la de haber sido objeto de desprecio de los tipos más chulescos y peligrosos del universo mundo: para la historia quedan las burlas crueles de Trump y de Bolsonaro, y aquellas palabrillas de Aznar, siempre tan humorístico, que la mandó a la escuela. ¡A la escuela! Tan autosatisfecho está nuestro ex que no percibe que nuestra ya insustituible Greta lleva toda la vida aprendiendo a detectar a un embustero. Esa es su arma, y no de destrucción masiva.

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<![CDATA[¿La amnistía o ‘Luna de papel’?]]>https://elpais.com/opinion/2023-12-10/la-amnistia-o-luna-de-papel.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-12-10/la-amnistia-o-luna-de-papel.htmlSun, 10 Dec 2023 04:00:00 +0000Siempre hay quien se engolfa con los temas candentes y no quiere leer sino un artículo más sobre, sin ir más lejos, la amnistía. Es comprensible ese engolfamiento, porque la polarización también nos ha arrojado a los que escribimos al discutible formato del monográfico, regidos por el cual todas, todos y todes escribimos de lo mismo, vaya a ser que nos pongan falta los nuestros. También te reprochan tus entrañables troles que si no escribes sobre la amnistía es porque debes de tener miedo a que te caiga la del pulpo si estás a favor o, aún peor todavía, a que no le guste al inefable Sánchez y te expulse de esa corte de la que, al parecer, formas parte. Me gustaría contestarles que servidora ya se siente muy bien representada por lo que han escrito otros. ¿Quiénes? Si doy nombres ya me tienen pillada. Dicho lo cual, aunque me tienta dedicarle un artículo a este Mayor Oreja al que permiten expandir la teoría conspiranoica del 11-M a los niños en colegios pagados por los contribuyentes, no lo haré de momento; aunque me gustaría expresar el miedo que me provoca la falta de humanidad del alcalde de Madrid o de González Pons cuando de la boca les brota la palabra Gaza y son capaces, en nombre de su guerra ciega contra Sánchez, de mostrarse en contra de lo que todas las organizaciones humanitarias están clamando, que pare ya la matanza de niños, no lo haré: ahí queda para la historia su inusitada crueldad; aunque se me ocurre que mejor papel haría el verificador de los acuerdos con Junts en las reuniones de mi comunidad de vecinos, lo dejaré para el último domingo del año, a fin de dar el campanazo.

Pero como no estamos aquí para dar gusto a nadie, he decidido guardarme mi último párrafo para alguien que acababa de morir dejando una estela de interpretaciones inolvidables. Ocurre que en España hay tal abundancia del género folclórico-necrológico que, de pronto, se muere alguien a destiempo y se queda sin nadie que le escriba. Eso puede ocurrirle a Ryan O’Neal, el actor milagroso. Pruebe usted a mirar fijamente en el rostro hoy ya difunto del actor y observará que en sus paletas refulge un brillo fugaz. De O’Neal aseguraron los críticos, no una sino mil veces, que era un pésimo actor al que solo el atractivo físico asistía. Les debía de sentar fatal que un mal intérprete estuviera espléndido en Luna de papel, en ¿Qué me pasa, doctor? o en Barry Lyndon, película que habría que ver una vez al año para admirar a un O’Neal pleno de belleza y de melancolía. Mientras recuerdo al gran actor tildado de mediocre, releo unas palabras de George Steiner: “Mis colegas universitarios nunca me perdonaron que apoyara la tesis de que la distancia entre quienes crean la literatura y quienes la comentan es enorme; cierta crítica estrictamente académica no aceptó que me burlara de su presunción de ser, a veces, más importantes que los autores de los que estaban hablando…”. De igual manera podría decirse de cualquiera que creyéndose capacitado para elevar al paraíso o condenar al infierno anteponga sus prejuicios a la obra de quien ya por el simple hecho de crear se arriesga. Lo que queda hoy de aquellas tres o cuatro películas que protagonizó el bellísimo O’Neal ―su actuación es inseparable de ese rostro de eterno adolescente― es una imagen ya icónica que tan bien representa al pícaro al que todo se le perdona, al que quisiéramos prevenir de sus imperdonables errores. Como es fácil encontrar hoy en día la encantadora Luna de papel de Bogdanovich, no estaría mal renunciar de una vez a las típicas películas navideñas para sumergirnos en esta historia de los años de la Depresión en la que un golfo que no quiere ser padre y una niña huérfana que necesita amparo se sientan en una luna de papel de una feria de pueblo y se dejan fotografiar para lo que es ya historia del cine.

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CBS Photo Archive
<![CDATA[Enzensberger en Moratalaz ]]>https://elpais.com/opinion/2023-12-03/enzensberger-en-moratalaz.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-12-03/enzensberger-en-moratalaz.htmlSun, 03 Dec 2023 04:00:00 +0000Un sábado de tantos, a la hora de comer, llegó mi padre a casa con el cuento de que había visto paseando por Moratalaz al notable poeta, riguroso editor, preciado novelista y agudo pensador alemán Hans Magnus Enzensberger y que no era la primera vez que se lo encontraba en lo que iba de semana. Lo tomamos como uno más de sus insólitos delirios y procuramos no darle bola a la historia. Él captaba perfectamente mi escepticismo y, desafiante, insistió en el asunto. Enzensberger, contaba, paseaba por Moratalaz seguido de un hombre joven al que mi padre bautizó como el mayordomo. Pero ¿es que va vestido de mayordomo?, preguntó mi marido. “No, no”, respondió mi padre, advirtiendo de que no admitía bromas, “pero se nota que el hombre está a su servicio”. Se convirtió en habitual que durante un tiempo se le preguntara por Enzensberger y el mayordomo, del que ya sabíamos, por cierto, que caminaba dos pasos por detrás del pensador alemán. A mi padre le parecía que el que Enzensberger hubiera elegido Moratalaz como lugar de estancia era un síntoma más de su asombrosa inteligencia. Bautizado por la vecindad como “el barrio del bastón”, dada la cantidad de jubilados que lo habitan, Enzensberger había ido a recalar en un distrito donde, cuando un conductor se detiene ante un semáforo en rojo, no puede calibrar el tiempo que habrá de estar detenido porque una nube de bastones, sillas de ruedas y ancianas empoderadas con andadores se harán las dueñas de la calzada. Sin duda Enzensberger, pensador de edad provecta, se sentiría en la gloria en la Florida madrileña.

La broma se alargó como todas las boberías familiares, y pasábamos el rato imaginándonos a Hans, porque para nosotros ya era Hans, tomándose una caña en el Azul y Oro o esquivando balones en los pasadizos de la Lonja. El caso es que un día mi hijo me llamó para contarme algo alucinante que le había ocurrido: iba leyendo en el autobús, camino de Moratalaz, ojo, El filántropo, una novelita que Enzensberger dedicó a Diderot, cuando desde los asientos de delante le llegó el rumor de una conversación en alemán. El cogote del viajero era, desde luego, el de un anciano. Quiso el destino que bajaran en la misma parada y, entonces, mi hijo miró la foto de la solapa y comprobó maravillado que se trataba del mismo, unos años más viejo. En este caso iba acompañado de una anciana. La pareja se perdió entre la gente que a esa hora de la tarde frecuenta las tiendas y bares de la calle Marroquina. Hans andaba por allí, como uno más.

No pasó mucho tiempo cuando el periodista Juan Cruz, el hombre que más historias atesora sobre la intelectualidad, nos contó haber servido de cicerone al sabio sin barreras, ni ideológicas ni físicas, que había venido a Madrid a saber cómo era eso del 15-M y anduvo entre los acampados de la indignación no sin luego dar cuenta de un cocido en Lhardy, porque con los años hay que premiar al estómago, que siente como el corazón y piensa como el cerebro.

Mi padre no mentía, aunque fuera un fabulador nato; lo raro es que no hubieran compartido un vino, porque nuestro héroe hablaba con mucha soltura el español. Me acuerdo de todo esto ahora, leyendo un libro curioso, Artistas de la supervivencia, en el que Enzensberger resume la biografía de un puñado de artistas e intelectuales que vieron su vida sacudida por los envites de un siglo de guerras, purgas y enconadas ideologías a las que Brecht, Sartre, Grossman, Ajmátova, Cela, García Márquez, Pasternak y tantos otros respondieron con mayor o menor dignidad. Son viñetas sencillas en las que de pronto el sabio se despacha con una frase que define la bondad o mezquindad del retratado. El tiempo nos dice que la naturaleza de esas mentes elevadas no les libró de estar a la altura del montón. Y de eso lo sabía todo nuestro amigo Hans.

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DPA vía Europa Press
<![CDATA[Una navajita en el bolsillo]]>https://elpais.com/opinion/2023-11-26/una-navajita-en-el-bolsillo.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-11-26/una-navajita-en-el-bolsillo.htmlSun, 26 Nov 2023 04:00:00 +0000Esta historia es el esbozo de una novela que probablemente jamás será escrita. El protagonista es Lucas, hijo de una amiga escritora que vive en Nueva York. Si Lucas hubiera nacido en los años sesenta, habría sido definido como inquieto, un poco impertinente, inconformista y peleón, pero como ha nacido en el siglo XXI y en Nueva York, a punto estuvieron de medicarlo en sus primeros años escolares para corregir su carácter indómito. Por fortuna, sus padres prefirieron encarar los inconvenientes de educar a un inconformista precoz. Lucas ha llegado a la preadolescencia con intereses muy relacionados con su meticulosidad: desea saber las leyes que rigen nuestras vidas, toca el violín con destreza y cocina con modos de gran chef. Desde niño nuestro héroe había estado obsesionado con tener una navajita automática, en parte porque sus padres les han inculcado, a Lucas y a su hermano, el amor a la naturaleza y en las excursiones veraniegas a Colorado se le fue despertando desde muy pronto un afán de explorador. Llevaba años pidiendo el chaval la dichosa navajita para su cumpleaños, pero su madre se resistía, por si al manejarla se cortaba. Las madres que hemos tenido hijos que maquinan aventuras que rozan el peligro o el desastre, sabemos del desgaste emocional que supone criar a un niño que siempre está a punto de liarla. Se trata, además, de criaturas tan empecinadas en sus deseos que planean sus hazañas en secreto, con una tenacidad que los convierte en sabios de saberes a menudo inútiles. Eso lo dirá la vida.

Lucas llegó a los 14 años sin navaja, pero descubrió que al lado de su escuela había una de esas tiendas neoyorquinas que son como diminutos bazares de maravillas. Allí brillaba esa joya que tanto anhelaba.

Buscó en internet las leyes que regían la compra del ansiado instrumento y, sintiéndose amparado por la ley, comenzó a ahorrar hasta reunir la suma necesaria. Una mañana, en la hora del recreo, va a la tienda y le pide al dependiente que le enseñe varios modelos. Los estudia, los sopesa como un profesional. Lo que no sabe Lucas es que una clienta está observando la operación con inquietud. Esa mujer, rigurosa defensora del bien, alerta rápidamente a la dirección de lo que ha visto y del aspecto del estudiante. No es difícil describir a Lucas: su indumentaria es la de un rapero, la de cualquiera de esos chicos que viven 50 calles más arriba, en Harlem. Cuando el niño, feliz de poseer el objeto tanto tiempo soñado, llega al colegio, ya lo está esperando el director que, tras comprobar que el arma está en el bolsillo del chico, le ordena recoger sus cosas e irse a casa. Irse a casa para siempre. Ni tan siquiera su madre podrá gozar de una reunión presencial. En un encuentro virtual le comunican que no quieren tener a un niño que puede atacar a otros o autoagredirse. Lucas se queda sin centro a final de curso. Le conceden, eso sí, el boletín de notas, pero lo dejan seriamente traumatizado. A menudo preguntará a su madre: ¿Pensaban que me iba a suicidar?, ¿creían que mataría a mis compañeros?

Las madres jamás claudican, por eso el mundo sigue girando. La madre de Lucas le pide al profesor de violín del niño que le permita asistirle en sus clases. Lucas se convierte así en ayudante del músico mientras prepara el ingreso en la escuela artística en la que ahora estudia. ¿Es este un final feliz? No tanto. Esta experiencia ha inoculado en el chaval una desconfianza hacia el mundo, la certeza de que puedes ser castigado con una crueldad implacable a pesar de ser inocente y que a cuenta de no ver contaminado su prestigio, una escuela de ejemplares ciudadanos es capaz de confundir travesura con delincuencia. Y de esta manera esa buena gente pensará que hace algo por disminuir la terrible violencia que sacude un país lleno de almas solitarias que acumulan fusiles de asalto en los sótanos.

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JOE RAEDLE
<![CDATA[Una guerra contra la infancia]]>https://elpais.com/opinion/2023-11-19/una-guerra-contra-la-infancia.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-11-19/una-guerra-contra-la-infancia.htmlSun, 19 Nov 2023 04:00:00 +0000Fue durante un paseo meditabundo cuando a la británica Eglantyne Jebb se le ocurrió una idea revolucionaria que había ido madurando desde la Primera Guerra y que cambiaría por completo la concepción que tenemos de la infancia. De pronto, a Eglantyne, que ya había sido juzgada en 1919 por difundir fotos de la devastación que el bloqueo británico había causado en los niños austriacos, se le ocurrió que la consideración que se tenía de la infancia debía cambiar y convertir a los niños no solo en objeto de protección, sino en sujetos de pleno derecho, merecedores de un bienestar que les permitiera desarrollar una vida plena. Consideró además que estos derechos debían tener carácter universal y eso fue lo verdaderamente extraordinario: para esta valerosa activista, un niño o una niña jamás deberían considerarse enemigos, aunque sean hijos de quien sí lo es. De aquella poderosa idea de la señora Jebb nació en 1924 la Declaración de Ginebra, el primer texto histórico que reconoce los derechos específicos de los niños y las niñas y la obligación de los adultos de cumplirlos a un nivel internacional.

Este recordatorio de la que fuera fundadora de Save the Children puede parecer obvio, ¿verdad? ¿Quién se atrevería a mostrarse en contra de los 54 artículos que conforman la Convención sobre los Derechos del Niño? Suenan tan hermosos y justos al leerlos que nadie sería tan rastrero como para corregirlos o para afirmar que no todas las criaturas inocentes merecen vivir en paz. ¿Cree usted que los hijos de sus enemigos no merecen vivir?, sería la pregunta. La respuesta es que una vez y otra aquellas ideas de Eglantyne Jebb vuelven a cobrar una sórdida vigencia porque a diario se pisotean las vidas infantiles. A diario, desde el 7 de octubre, mueren tantas criaturas en Gaza que ya superan la cifra anual de niños y niñas asesinados en zonas de conflicto desde 2019. A diario, la Unión Europea se encoge de hombros y, por no atreverse a frenar esta masacre contra la infancia, ni se atreve a considerar un alto el fuego y sugiere pausas humanitarias. En estos momentos, una pausa humanitaria precisaría al menos de dos semanas para ser mínimamente efectiva. A diario, el tiempo que se pierde en debates estériles que avergonzarán a Europa en un futuro se traduce en pérdida de vidas humanas, en niños que quedan huérfanos, en chiquillos muertos de miedo que quedarán traumatizados de por vida. A diario se les opera sin anestesia, a diario sobreviven bajo el riesgo de contraer cólera, disentería o a morir de hambre. A diario, se desplazan a pie a un lugar que creen seguro huyendo de una muerte que les pisa los talones. A diario, las madres escriben en el brazo de los niños sus nombres para reconocerlos si estos son sepultados por los escombros. A diario, las organizaciones humanitarias han de recordar, para disipar una y otra vez cualquier duda, que también condenan el terrorismo de Hamás, pero que ahora se trata de frenar un asedio que parece estar maquinado contra la infancia, ya que esta representa más del 40% de los muertos, un porcentaje monstruoso de Gaza al que hay que sumar también los muertos en Cisjordania, y al que también habría que añadir el miedo con que esos niños han de acudir ahora (y antes) a la escuela por ser pasto de maltrato por parte del ejército israelí o de los colonos.

Cada día, la comunidad internacional tacha con su inacción uno de los cinco puntos básicos que aquella mujer valiente que fue Eglantyne Jebb redactó tras observar que hay algo tan primitivo y tribal en las guerras que hace brotar en quienes maquinan la estrategia un desprecio hacia el dolor de los otros, una inquina hacia los hijos que no son propios, que renueva, con aterradora insistencia, el episodio bíblico de la matanza de los inocentes. No hay perdón para quien ve matar a un niño y no se interpone ante semejante aberración.

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MOHAMMED SALEM
<![CDATA[Doce uvas o doce sapos]]>https://elpais.com/opinion/2023-11-16/doce-uvas-o-doce-sapos.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-11-16/doce-uvas-o-doce-sapos.htmlThu, 16 Nov 2023 14:49:49 +0000Por comenzar con una apreciación positiva: la palabra España está colándose en los discursos políticos y va adquiriendo el tono de normalidad que jamás debería haber perdido, porque lo único que se consiguió sustituyendo el nombre de nuestro país por el antipático término “Estado” fue conseguir que otros se apropiaran de lo que es patrimonio común e hicieran un catálogo rancio de sus esencias. España y los españoles, sin necesidad de estar diciendo a cada momento españoles y españolas, un tiquismiquismo que ralentiza los discursos sin llegar a sumar igualdad a la igualdad. Así que volvamos a situarnos en la España machadiana, aquella en la que caben todas las Españas, por volver al poeta que tan humorísticamente fue citado el miércoles en las Cortes. Hay que reconocerle a los cantautores que en un país en el que casi nadie cita a los poetas de memoria hayan conseguido que algo de la letrilla se nos haya quedado gracias a la música. La cultura googlelesca, como pudimos ver en la tribuna del Congreso, nos informa de los versos muchísimo peor.

España no se ha roto, ni se romperá. Yo diría que, si existe algo parecido al carácter nacional, los españoles nos movemos de un lado a otro del mapa entre la cordialidad y la aspereza, entre la franqueza y la chulería, entre la sinceridad y la mala educación. Y esa mezcla de virtudes y defectos siempre en liza se ha escenificado con literalidad en una sesión de investidura en la que no ha faltado lo bronco y lo grosero, el insulto y la mala baba, pero también la sinceridad de confesar, por parte del ya presidente, que no cabe otra en España que negociar con todas las Españas, como por otra parte han hecho y harán todos, como así hará el PP si en algún momento consigue desencadenarse de su versión fanática y opta por volver a los apretones de manos con aquellos con los que, por razones económicas, comparte más terreno en su defensa de las clases privilegiadas.

De alguna manera, Pedro Sánchez ha conseguido que sus votantes se traguen el sapo de asistir a un espectáculo irritante en el que quien recibía una medida de gracia, además de no sentirse agradecido, exigía y exige que la historia se cuente a su manera y amenaza con romper el trato en cuanto se le cruce el cable. Puede que, sin pretenderlo, Sánchez haya allanado el camino para que un Feijóo futuro e hipotético logre ser presidente con el apoyo de Junts sin tener que hacer frente a esas hordas de Ferraz que ondean símbolos franquistas con el fin de salvar a España de la dictadura democrática. Todo muy loco, oiga. Lejos de mí la intención de dar consejos al líder popular, pero sería más inteligente hacer una oposición menos macarra y desde la barrera observar cómo se las arreglan quienes dicen apoyar una investidura poniendo por delante tantas condiciones que suenan a advertencias severas.

Será una legislatura difícil, dicen los expertos. Las que no somos expertas no solo tememos una dificultad que impida la aprobación de leyes, sino que el enconamiento político lo invada todo, columnas, tertulias, información, hasta el punto de que tal vez, en algún momento, se cuele en nuestra convivencia y la ensucie. Esa furia ya se ha desatado. A cien metros de mi casa, en la misma acera, hay un grafiti que reza “Sánchez rata”, siguiendo el estilo del “hijo de puta” que susurró Ayuso en el Congreso, o el de tantos insultos que han atufado el aire de Ferraz todos estos días pasados. Si la única manera de hacer oposición del PP va a ser deslegitimar en su discurso al presidente, estamos apañados; si entre los partidos que apoyan al Gobierno se impone el guirigay, vamos listos; si son incapaces entre unos y otros de darle un poco de sosiego al país, de darnos una tregua, conseguirán que (como pasó en Cataluña) guardemos silencio en Navidad por miedo a enemistarnos con la familia y en vez de doce uvas nos traguemos doce sapos.

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Sergio Pérez
<![CDATA[Ni tan siquiera Portugal es perfecto]]>https://elpais.com/opinion/2023-11-12/ni-tan-siquiera-portugal-es-perfecto.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-11-12/ni-tan-siquiera-portugal-es-perfecto.htmlSun, 12 Nov 2023 04:00:00 +0000Imaginemos un país que, a pesar de lindar con el nuestro, nos hiciera viajar más allá de la realidad, nos trasladara al territorio donde se materializan nuestros deseos. Imaginemos aterrizar en Lisboa y, una vez superada la única experiencia que convierte a los portugueses en bravucones, su incongruente manera de conducir, lleguemos a esa maravilla del mundo que es el Campo de Ourique: el barrio sereno, lejos del bullicio turístico, que nos hace sentirnos inmersos en una especie de retiro espiritual. A partir de ese momento, el único esfuerzo al que enfrentarse corresponderá a nuestras piernas, en ese interminable subir y bajar cuestas que se verá compensado por una sopa en una de las tascas en las que se imita la receta secular de las abuelas. Imaginemos que el camarero nos reconoce desde la segunda vez que nos sentamos en su tasca y que nos pasa, con cordialidad y delicadeza, la mano sobre el hombro. Se obra el milagro: nos sentimos en casa con el alivio añadido de no estar en casa. Estamos rodeados de portugueses de pelo recio que aman su paisiño tanto como para no saltarse ni una sola de sus rutinas nacionales. Tras dar cuenta del arroz caldoso que acompaña a la mejor fritura de pescado del mundo, se zamparán, no sabemos dónde les cabe, uno de esos postres dulcísimos donde se dan cita el huevo, el azúcar, la leche, el pan o el arroz. E invariablemente comentaremos cómo nos gustaría que nuestro país se pareciera un poco a este, que rebajara el ruido insoportable, el de la vida pública y el de la convivencia, el que escupen los medios y el que se soporta en los bares. Un poco de silencio a la portuguesa, aunque este silencio de comida menestral siempre conlleve su toque de melancolía, la sensación de tiempo detenido. Es un ritmo sin ritmo que favoreció la escritura de Pessoa, la poesía de Sofia de Mello Breyner, el cosmopolitismo sin arrogancia de Eça de Queirós, o que inspira la música del prodigioso António Zambujo.

Una cultura poco exhibicionista, que aún propicia las palabras dichas a media voz, que usa el usted y la suave cadencia del idioma para no soliviantar al prójimo. Parecernos a ellos, cuántas veces lo habremos dicho. No solo nosotros, son muchos los españoles que al visitar el país vecino advierten que están hablando a un volumen invasivo y se van contagiando, si son sensibles, de sus maneras exquisitas al relacionarse. El caso es que esta educación innata que tanto admiramos nos ha hecho crearnos toda una mitología en torno a la cultura lusa a la que ellos contribuyen: no hay nada que le guste más a un portugués que Portugal. Los tenemos por políglotas, porque hablan el portuñol mucho mejor que nosotros, que somos perezosos y acomplejados; elogiamos su estilo de hacer revoluciones sin cortar cabezas, con flores, toma ya; no deja de sorprendernos que las celebraciones del 25 de abril sean una fiesta que no provoque disensos y cuya cartelería de niñas con claveles inunda los espacios públicos; incluso, hemos asumido la extraordinaria versión de que su colonialismo fue suave, sin sombra de brutalidad, aunque ahí están autoras como Dulce María Cardoso o Isabel Figueiredo para desmentirlo; denunciamos, con razón, nuestra bronca en relación con el pasado, pero entendemos el silencio portugués referido a sus colonias como un rasgo de pacificación; valoramos esa pasión suya por lo propio que ha permitido preservar lo viejo como no hemos sabido hacer nosotros y por no ver no advertimos ni sus problemas sociales.

Pero no hay país ideal, aunque pensar que vivimos al lado del paraíso estabiliza nuestro ánimo en cuanto pisamos las calles de suelo empedrado. Por continuar con la idealización deseamos concluir que la dimisión de António Costa ha sido un gesto de dignidad. Y es cierto. Pero también lo es que un primer ministro ha de cuidarse de las amistades peligrosas. Esa segunda lectura, ay, nos enturbia un poco el cuento.

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JOSE SENA GOULAO
<![CDATA[Nuestras mentes ya están destrozadas]]>https://elpais.com/opinion/2023-10-29/nuestras-mentes-ya-estan-destrozadas.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-10-29/nuestras-mentes-ya-estan-destrozadas.htmlSun, 29 Oct 2023 04:00:00 +0000Recuerdo aquel momento, en Días de radio de Woody Allen, en el que el niño protagonista, trasunto infantil del director, pega su oído contra el aparato para sentir aún más cerca las voces. Su padre le riñe por lo que considera un vicio inapropiado y el niño se queja con razón, “¡Vosotros también la escucháis!”. A lo que el padre responde con una réplica genial, “¡Ya, pero nuestras vidas ya están destrozadas!”. Algo parecido he pensado cuando esta semana leía que la Fiscalía de Estados Unidos ha conseguido armar un caso de gran enjundia contra la compañía tecnológica Meta por el daño que está provocando en la salud mental de niños y jóvenes. Mi inmediata reacción fue pensar que también está teniendo un efecto malsano en adultos de cualquier edad, incluyendo ancianos que, a pesar de no manejarse bien en el universo digital, se sumergen horas en su pequeña pantalla, abandonando hábitos en los que fueron educados como la ya arcaica costumbre de mirar por la ventanilla o pegar la hebra con desconocidos. A los adultos que andamos también enganchados a esas redes no se refiere esta demanda conjunta de 41 Estados. Tal vez piensen, como el padre de Woody, que nuestras existencias ya están destrozadas. Nos queda, pues, salvar a los inocentes.

En estos días anda circulando el texto de un grupo de profesores de varias universidades europeas que ha sido bautizado como el Manifiesto de Liubliana por la lectura atenta en el que se defiende la necesidad imperiosa de la lectura profunda, intensiva, paciente que solo los textos largos, es decir, los libros, pueden aportar. El manifiesto es una llamada desesperada al mundo de la escuela y al universitario por cuanto es allí donde se crean los hábitos de lectura y el pensamiento crítico. Definen estos profesores la lectura que hacemos hoy a través de las pantallas como insuficiente y superficial, consistente en ir picoteando titulares que nos provocan una inmediata reacción irreflexiva. La lectura que no nos exige atención plena, paciencia y desconexión de otros estímulos tiene la fatal consecuencia de estar robándonos la posibilidad de crear una opinión genuina que nos arme como ciudadanos y nos impida engullir discursos simples que no exigen el sano ejercicio de la duda. Aunque no hayamos sido nativos digitales, los adultos también vamos perdiendo habilidades lectoras, y los niños empiezan por no adquirirlas. Si la información es a través de canales que priorizan el titular; si lo que recibimos es un picoteo de vídeos que acortan las entrevistas convirtiéndolas en fragmentos que definen injustamente a los personajes; si el algoritmo nos hace llegar imágenes que reflejan solo el dolor de los nuestros; si nuestra paciencia ya no resiste un reportaje o un artículo de fondo, ¿cómo estamos construyendo nuestras opiniones? ¿Nos adherimos sin fisuras a nuestro batallón? ¿Asumimos como verdades los discursos simplistas de políticos que apelan a lo más visceral de nuestro carácter? Esto es algo particularmente peligroso en momentos como el que vivimos, en el que deberíamos leer antes de hablar, o de escribir.

Si no proporcionamos las armas de la cultura escrita a quienes estamos educando, no podrán defenderse de un mundo a punto de dar un giro todavía más dramático hacia posiciones primitivas e irreconciliables. Entre esos elementos educativos está, desde luego, la literatura, que a menudo se ofrece a los alumnos simplificada y resumida, como si fuera un tormento que hubiera que evitarles. La consecuencia es que les estamos privando de lo que constituye el mayor tesoro de la invención literaria: una demostración de la complejidad del alma humana, que no responde en la peripecia de una vida a respuestas fáciles. El manifiesto de Liubliana se cierra con una célebre cita de Margaret Atwood: “Si no hay lectores y escritores jóvenes, dentro de poco no los habrá viejos. La cultura de la palabra escrita habrá muerto, y con ella, la democracia”. En un mundo tan belicista no podemos dejar a nuestros niños desarmados —de palabras—.

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Maria Moratti
<![CDATA[La terrible y odiosa venganza]]>https://elpais.com/opinion/2023-10-22/la-terrible-y-odiosa-venganza.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-10-22/la-terrible-y-odiosa-venganza.htmlSun, 22 Oct 2023 03:00:00 +0000Cómo no acordarse de la dulzura de aquellas mañanas de otoño de 2001. Como el animal que aun temeroso intuye que ya puede asomar el hocico a la intemperie, la gente se atrevía a pisar la calle de nuevo. Vacía de turistas, Nueva York parecía recuperar la esencia de una vieja ciudad provinciana que permitía los andares lentos y los paseos reflexivos. El dolor iba dejando espacio a la actividad urbana y, aunque aún quedaban rastros de aquella espiritualidad que se había practicado en las plazas de Manhattan, más pronto que tarde los pasos de los viandantes se aceleraron y los buenos propósitos fueron sepultados por un nacionalismo furioso que invadió las aceras. Una ola de banderas cubrió la ciudad. Se exhibían en los lugares más diversos, tiendas, bares, bancos, coches de bebé, jersecitos de niño, gorras, correas de perros, marquesinas, pubs, iglesias, escuelas, balcones, en el torso de hombretones orgullosos de pertenecer a país tan enorme. Por la noche, el miedo volvía a acechar gracias a las sirenas de bomberos y ambulancias que rompían el silencio a pesar de que ya se sabía que no había un cuerpo que rescatar.

Recuerdo aquel domingo de octubre zascandileando por el mercadillo de la entonces apacible Columbus Avenue. Los tenderos seguían las noticias en los transistores que colgaban de sus puestos. No sin razón estaban atentos a los movimientos del Gobierno de George W. Bush, que llevaba un mes masticando el hierbajo de la venganza. Fue entonces, aquella mañana del 7 de octubre, cuando de un ya extinto transistor brotó la noticia: Estados Unidos invadía Afganistán. Hubo un murmullo de honda desolación. Objetivo militar: desmantelar Al Qaeda, como luego lo sería en la invasión de Irak encontrar las dichosas e inexistentes armas de destrucción masiva, para lo que contaron con vergonzosos aliados europeos que ayudaron a inaugurar el nuevo siglo expandiendo un desastre que aún persiste. La mentira y la venganza se aliaron para contribuir a hazañas bélicas que dejaron a su paso un rastro de muerte y escombros.

Estos días, me acuerdo de mi viejo barrio, el Upper West, una zona donde aún se pueden sentir los ecos del viejo Nueva York. Ese entramado de calles que sigue el curso del río Hudson sirvió de inspiración a músicos, humoristas, cineastas, profesores, escritores judíos que huyeron de una muerte segura en la Segunda Guerra. Mi casa estaba cerca de la calle Isaac Bashevis Singer, novelista que permaneció fiel a su idioma materno, el yidis, y en él escribió grandes obras de la literatura del exilio entre las que destaca, por encima de todas, Sombras sobre el Hudson. Recuerdo una de sus frases singulares: “No habrá justicia mientras haya un hombre de pie con un cuchillo o una pistola dispuesto a destruir a los más débiles”. Singer, curioso infatigable de la psicología humana, solía retratar a un hombre atormentado que huye de los preceptos religiosos que amargaron su infancia para desprenderse de la culpa y alcanzar el placer. Bajo el influjo de los escritores judíos que convirtieron el drama en ironía sentimos el latir de aquella emigración judía que alimentó la cultura del siglo XX. A muchos de los que hemos aprendido de su compasiva y poco severa mirada a un defectuoso género humano nos parece obsceno vulnerar su buen nombre defendiendo la legitimidad de la venganza. Llamar antisemitas a quienes reclaman de una vez por todas un Estado palestino y la paz por encima de esta guerra que masacra inocentes es estar muy alejado de aquella tradición tan noble. Cuando ahora, sin que se les caiga la cara vergüenza, muestran su apoyo a un Gobierno ultraderechista, racista, invasor; cuando echan mano hasta del Holocausto para hacer su odiosa contribución a esta escalada de violencia, sus palabras ensucian todo lo que la portentosa cultura judía nos cedió. La Biblia dice: “El hombre que tiene conocimiento retiene sus palabras; el hombre que tiene discernimiento mantiene la calma”. No gozan ni de una cosa ni de la otra.

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DOUG KANTER
<![CDATA[¿Qué podríamos hacer las mujeres?]]>https://elpais.com/opinion/2023-10-15/que-podriamos-hacer-las-mujeres.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-10-15/que-podriamos-hacer-las-mujeres.htmlSun, 15 Oct 2023 03:00:00 +0000Pecamos de ingenuos. O de idiotas. Pensábamos que la última palabra estaba en manos de una madre naturaleza que había acelerado su respuesta a tantos años de abuso, maltrato y arrogancia antropocéntrica, y resulta que estamos dispuestos a ganar la partida destruyéndonos los unos a los otros. Ha tenido el mundo épocas de masacre, la diferencia es que la capacidad de destrucción del hombre se ha hecho ilimitada, así que no caben comparaciones. A pesar de la Segunda Guerra Mundial, de la Guerra Fría, incluso a pesar de ese bautismo de la destrucción masiva que fue la bomba atómica, el ser humano se guardó siempre bajo la manga esa carta que contenía la esperanza de una redención. Es inútil comparar el presente con aquel siglo XX en el que cupo, a pesar de los millones de muertos, la creencia de la nueva oportunidad, de la paz, la piedad y el perdón, porque jamás ha habido en este mundo tal confluencia de imbéciles violentos con semejante capacidad de devastación. Desde los frentes políticos: los Bolsonaro que azuzan a los violentos cuando pierden; los emergentes Milei, que incitan al caos y al egoísmo asocial; los Orbán, que cercenan libertades y derechos; los Putin, saqueadores de su pueblo a fin de satisfacer ansias imperiales; los Kim Jong-un, capaces de mantener al 20% de su población masculina de los 17 a los 54 años esclavos en el ejército; los Trump y los aún más fanáticos aspirantes que esperan desbancarle; los Netanyahu, que con su estúpida arrogancia no conocen otra respuesta al terrorismo que la matanza de inocentes que claman el derecho, históricamente vulnerado, de tener un lugar en el mundo. Todos ellos sabiéndose poseedores de una capacidad de destrucción que nos mantiene en permanente alerta, arrojándonos a vergonzosas trifulcas locales sobre quién atesora más derechos para ejercer la violencia.

Y, como siempre, las mujeres y los niños, primero: primeros en morir, primeras en sufrir humillaciones, primeras en padecer miedo, primeras en proteger con sus cuerpos el cuerpo de sus hijos, primeras en temblar bajo las bombas. El planeta dirigido por estos tipejos que propagan el odio a través de las armas o por esos otros que poseen nuestro cerebro expandiendo desde sus redes bulos que elevan la violencia, los Musk, Bezos, Zuckerberg, tanto da, teniéndonos engatusados con debates estériles para que nos creamos que gozamos de libertad de expresión. Todavía escucho a quien afirma que la inteligencia artificial es como la imprenta y que los seres humanos siempre hemos tenido miedo al progreso tecnológico. Claro que tenemos miedo, aunque solo sea por ver en qué manos estamos, por estar abrumados ante tal despliegue de poder insensato, por desconocer si en algún momento algún acontecimiento aún más terrible de los que se están produciendo hará que estos millonarios sin escrúpulos desaparezcan de la faz de la tierra.

A menudo me pregunto qué hacemos las mujeres. Si somos conscientes de ser las que más sufrimos de la locura violenta siempre liderada por hombres, si aun sin ser madres tenemos la conciencia de que otras lo son y de que sus criaturas necesitan que velemos por ellas, ¿por qué no actuamos?, ¿por qué andamos enredadas, en esta mínima y privilegiada parte del mundo, en debates inútiles, cansinos, que atienden más a juegos conceptuales que a la vida real de esas otras a las que la discusión por la terminología no las salva ni les mejora la vida? Veo las viejas fotos de las activistas que engrosaron el movimiento pacifista durante la guerra del Vietnam, que alzaron los brazos frente a la Casa Blanca: no defendían solo la vida de los suyos, sino la de madres y niños que estaban en el otro extremo del mundo.

Solo faltaba el discurso del decepcionante Biden: con la boca pequeña advierte de que no hay que matar civiles y con la grande insta a reforzar la guerra. Y Von der Leyen. Es una broma macabra. Para nosotras la paz es un estado de primera necesidad, urgente.

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EDUARDO MUNOZ
<![CDATA[He aprendido a quererme (a mí misma)]]>https://elpais.com/opinion/2023-10-08/he-aprendido-a-quererme-a-mi-misma.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-10-08/he-aprendido-a-quererme-a-mi-misma.htmlSun, 08 Oct 2023 03:00:00 +0000A los cómicos se los ama, pero tal vez no se aprecia el complejísimo mecanismo por el cual logran hacernos reír. Entendemos lo trascendente como algo sublime que refleja el pensamiento de la época, pero no somos conscientes de que nada como la farsa para describir el sentir de una sociedad. La serie Poquita fe llegó de manera humilde a las pantallas, sin bombardeo publicitario, pero se ha ido ganando nuestra risa a fuerza de hacer un retrato social que el reparto, encabezado por Esperanza Pedreño y Raúl Cimas, borda; ahora somos ya un buen batallón los que repetimos los lugares comunes de esta pareja de barrio que habita una existencia con pocas satisfacciones, entre la resignación y el amor. Lo fascinante es que los guionistas, con gran oído para las frases trilladas, han trabajado con tanto tino el viejo humorismo español, que bascula entre el costumbrismo y el absurdo, que cuando dejamos de ver la serie descubrimos atónitos que en algún momento del día estamos calcando actitudes y diálogos de Poquita fe, y es que al final todos tenemos un poco de esos pobres individuos que a falta de algo inteligente o provechoso que decir sueltan una chorrada para rellenar el vacío y la dejan ahí, flotando en el aire, con una mezcla insólita de bochorno y orgullo.

Suele ocurrir que lo que alguna vez fueron pensamientos sublimes terminan como baratijas en boca de todos, y eso es lo que acaba siendo un tesoro en manos de un humorista. Cómico es que unos personajes que no llegan a fin de mes apelen al Carpe diem y repitan el latinajo como si no tuvieran otra manera de expresar que a pesar de ser unos pringados tienen el deber de disfrutar de la vida. También recurren con frecuencia a expresiones psicológicas que han invadido nuestro discurso cotidiano, pero mientras en boca de nuestra entrañable pareja (Berta y José Ramón) provocan risa, ternura y compasión, suelen volverse irritantes cuando las escuchamos a diario en famosos de toda índole que dan la impresión de habitar en un manual de autoayuda. Lo peor del lugar común es que quien recurre a él piensa que está inventándolo en ese momento.

Así, en esta insoportable cultura del ego que nos ha tocado en suerte, escuchamos a personajes y personajillos afirmar, por ejemplo, que por fin han aprendido a quererse, que tras muchos años de darlo todo al prójimo, han comenzado una nueva fase, la de conocerse a sí mismos. También se estila el decir que por fin han conseguido, tras años de terapia, mirarse al espejo y gustarse, no como antes, que eran crueles sin motivo, y común escuchar que mientras antes se arreglaban para los demás ahora lo hacen solo por puro disfrute de su santa egolatría. Recordarán ustedes el tiempo en que se llevaba aquello de “en el fondo soy un gran tímido”, pronunciado siempre por seres de una sociabilidad extrema, bien, ahora ha sido superado por “tengo el síndrome del impostor o de la impostora”, que pronuncian con desparpajo personas que suelen ser el centro de las miradas. Al menos, por decoro, deberían dejar el dichoso síndrome para quien de verdad se ha colado en una fiesta y teme con razón ser descubierta. Hay bellezones que afirman que cuando eran pequeñas tenían complejos de feas y cuerpazos que presumen de múltiples complejos y encima tienes que admirar su resiliencia. Y como todo es subjetivo en el bobo universo de “porque yo lo valgo” hay que asumir que cualquiera tiene el derecho a ser víctima. En tiempos en los que tanta víctima real necesitaría ser escuchada o que se les prestara un tiempo de ayuda terapéutica, los hay que abaratan la palabra “trauma” y llaman así a cualquier inconveniente de la vida. Eso sí, todos dicen haberlo superado, porque solo mola el dolor que pertenece al pasado. Son como renacidos que a fuerza de mirar solo su ombligo han encontrado en él la maravilla del mundo.

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<![CDATA[Entre el Congreso y la realidad]]>https://elpais.com/opinion/2023-10-01/entre-el-congreso-y-la-realidad.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-10-01/entre-el-congreso-y-la-realidad.htmlSun, 01 Oct 2023 03:00:00 +0000Como no consigo involucrarme emocionalmente en ese grave y hasta el momento irresoluble problema territorial que dicen tiene España, siento que todas las presiones al posible gobierno de coalición que ya nos urge son lizas entre políticos que no sirven más que para alimentar la conversación repetitiva de tertulianos, que tratan de interpretarnos cada gesto con una precisión soviética. A los no avezados nos asaltan las dudas: ¿Qué se es antes, de izquierdas o independentista? ¿A quién se llevaría Esquerra a una isla desierta, a Junts o al Gobierno progresista? ¿Qué es más urgente, el marco territorial o los problemas que asfixian a los ciudadanos? Me sumerjo en la prensa y es como si me enfrentara a dos países diferentes, el de los que se toman un tiempo irritante en deshojar la margarita y el de aquellos a los que, por sufrir una situación vital angustiosa, el tiempo se les hace eterno. No es de extrañar que este arte de marear la perdiz provoque desafección en votantes, que no se sienten concernidos por este intercambio de cromos.

Pero la vida sigue, no igual, incluso empeora. De analizar el nuevo desafío indepe salto a las páginas de Sociedad en las que últimamente con inquietante frecuencia aparecen menores agrediendo sexualmente a menores. Y aunque urgiría sentarse a analizar con la cabeza fría este sórdido asunto que ha aumentado exponencialmente desde el final del confinamiento, siempre hay un micrófono erecto para que el político de turno improvise una ocurrencia sobre una realidad de la que no tiene ni puñetera idea ni le interesa. El micrófono, en el caso de los menores de Crevillent que agredieron a una niña con discapacidad, recogió las palabras del presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, que declaró la siguiente lindura: “Espero que no sea un efecto llamada de todo lo que estamos viendo durante estos últimos meses, porque hemos visto cómo incluso a los miembros de La Manada se les han reducido las penas, cómo están saliendo violadores y abusadores a la calle”. Ya solo la utilización de la expresión “efecto llamada”, bastante repulsiva por cuanto se refiere a la llegada de inmigrantes animados por medidas laxas en las fronteras, denota una tremenda carencia de humanidad. También una mezcla de cinismo e ignorancia interesada. Ahora resulta que estos menores que delinquen lo hacen animados porque a uno de los agresores de La Manada le han reducido un año en una condena de 15. De lo cual Mazón deduce que estos muchachos, que viven desnortados, encuentran un momento para concluir que si el castigo son solo 14 años de cárcel merece la pena engatusar a una chiquilla, llevársela a una caseta en ruinas y violarla. Más les llegará, intuyo, ese odioso lugar común de que los delincuentes entraban por una puerta y salen por la otra, transmutado ahora en violar sale gratis. La palabra reinserción ha desparecido del vocabulario. Parece casi un término de los tiempos de Concepción Arenal.

La Fiscalía General del Estado viene advirtiendo de la curva ascendente de la violencia en menores. No solo son delitos sexuales, pero impresiona la emulación de las agresiones en manada. El cuidado de la víctima por un lado y el imprescindible seguimiento de los menores delincuentes cuesta un dinero que algunas comunidades, entre otras, Madrid, están reduciendo en sus partidas presupuestarias. Intervienen en este horror una suma de factores: haber dejado la iniciación sexual en manos del porno, la negativa de PP/Vox a que exista educación en los colegios, la violencia intrafamiliar, los pésimos o nulos referentes masculinos y la creciente exclusión social. Todo ello nos pide a gritos un plan integral que proteja a víctimas y que evite que los perpetradores se entreguen a una delincuencia de por vida. Pero para ello es necesario una asunción general de nuestra responsabilidad, dejarnos un poco ya de disquisiciones filosóficas en torno al consentimiento y saber que tenemos un gravísimo problema de violencia en la capa más vulnerable, los menores, los invisibles.

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PACO PUENTES
<![CDATA[No es la edad]]>https://elpais.com/opinion/2023-09-24/no-es-la-edad.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-09-24/no-es-la-edad.htmlSun, 24 Sep 2023 03:00:00 +0000Suele decir el filósofo Emilio Lledó que a él ya no le queda futuro, que solo le queda pasado. Lo dice este hombre nacido en el año 27, con una mezcla de resignación y de alivio, como si se hubiera librado del peso fatigoso del mundo. Pero, como es lo contrario a un cínico, sigue predicando, aunque a veces sea en el desierto, los saberes que han dado sentido a su vida. Cuando escuchamos a un viejo (en el sentido noble de la palabra) afirmar, sin rasgo de amargura, que se ausentará en breve, tenemos la fortuna de presenciar qué sucede dentro de una mente lúcida cuando ya no tiene expectativas a largo plazo; de alguna manera nos está avisando, como en una vanitas barroca, que nosotros llegaremos, antes o después, al mismo lugar, que también somos mortales. Pero ocurre con demasiada frecuencia que no estamos atentos a la hondura de lo que se nos dice y solemos practicar una sutil condescendencia hacia los ancianos, cariñosa, si es que los queremos y sarcástica si los detestamos. Si un anciano o una anciana opina algo con lo que estamos radicalmente en desacuerdo, enseguida atribuimos su dislate a una decadencia física y mental, y así, de un plumazo, nos ahorramos el esfuerzo de llevarles la contraria. En este mundo en el que tan atentos estamos a que a nadie se le falte el respeto, tratamos a los viejos como a los niños, como si su palabra valiera menos.

En este caso, la burla venía dada: unos octogenarios González y Guerra se arrojaban el uno en brazos del otro tras casi medio siglo de encono en una imagen que recordaba a Statler y Waldorf, la pareja de ancianos refunfuñones de los Muppets que, desde su palco del teatro, se mofan de los chistes malos de Fozzie el oso. Cambiemos al osito que constituye el blanco de los comentarios sarcásticos de la pareja por Pedro el perro y ya tenemos las risas. La diferencia es que unas marionetas, a pesar de que hagan continua gala de su crueldad, acaban siendo amadas por un público que no espera de ellas más que una caricatura entrañable de la ancianidad.

No estamos en absoluto ante el mismo espectáculo y no debiera encontrarse en la edad una explicación a su furia, porque eso sería algo parecido a una justificación condescendiente. La misoginia de Alfonso Guerra no es una deriva inaudita como consecuencia del paso del tiempo, sino que ha sido una de las características que han adornado su muy célebre manera de desacreditar a sus adversarios. A Rajoy le llamó mariposón, que está a un paso del mítico apelativo maricomplejines. No es la edad la que le ha colocado ante el público que hoy le aplaude, sino el ego, la necesidad de ser aplaudido aun a costa de ser desleal con los suyos, añadido a una forma de entender el ejercicio del poder hipermasculinizada, donde jamás cupo ni la diferencia ni la diversidad, es decir, donde la España actual era ignorada. Tal vez esta ha sido la última oportunidad de Guerra, al que llamábamos Alfonso, de despertar un interés público que se había ido desvaneciendo. Solo de vez en cuando aparecía y jamás para ejercer algún tipo de autocrítica, siempre para exponer un juicio desabrido hacia el presente. No es el caso así de Felipe González, que ha sido venerado por los socialistas de toda época hasta el punto de disculpar sus errores como consecuencias inevitables de los tiempos en que gobernó y escuchar su verbo incesante sin rechistar.

No es la edad sino la ceguera ante una serie de problemas acuciantes que nos amenazan y que intervendrán más dramáticamente en la vida de las generaciones venideras si nos gobiernan quienes los niegan. La sabiduría que dan los años debería servir para percatarse de cuándo se está malbaratando el crédito prestado y para asumir sin rabia que los errores, ahora, les pertenecen a otros. Y vivir liviano, vivir aligerando el ego.

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Samuel Sánchez
<![CDATA[Empoderarse ¿para qué?]]>https://elpais.com/opinion/2023-09-17/empoderarse-para-que.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-09-17/empoderarse-para-que.htmlSun, 17 Sep 2023 03:00:00 +0000A este verano se le ha llamado el del poder de las chicas, así lo han bautizado los principales diarios económicos que al fin han encontrado una razón de peso con la que incorporarse al tren del feminismo. No hablan del poder de las mujeres, término que apelaría a una mejora de la igualdad social, sino al empoderamiento concreto de algunas estrellas de la cultura popular, Beyoncé, Taylor Swift, Greta Gerwig, a las que se celebra como dinamizadoras del consumo, tanto por sus espectáculos en sí como por todos los productos derivados: maquillajes, brazaletes, botas, disfraces, barbies feministas e incluso operaciones estéticas que añaden culo, pómulos o tetas. Los medios norteamericanos aplauden este girl power que ha impulsado en 8.500 millones de dólares el PIB de Estados Unidos y toman esas cifras como la prueba de que si las chicas se salen del gráfico ya no podemos ignorarlas.

Podríamos datar el primer producto a escala internacional del feminismo pop en la aparición de aquellas camisetas inspiradas en la novela de Chimamanda Ngozi, que rezaban, we all should be feminist, cuyo lema comenzó a chirriar en el momento en que las marcas de lujo hicieron suyo el eslogan y en nuestra cabeza resonó la curiosidad por saber qué manos femeninas o infantiles de países remotos había detrás de esas camisetas empoderadoras. Pero el capitalismo tiene la gracia de fagocitar cualquier duda moral y apartarla como si fuera una molesta mosca, tachando de puritanismo a toda posición que se agite contra el consumo obsceno. Puritano puede considerarse, no lo niego, que se recuerde que en un mundo con 736 millones de pobres que sobreviven cada día con menos de 1,90 dólares, y cuya peor parte se la llevan sin duda las mujeres y los niños, andemos por aquí algunas, en este universo privilegiado en el que vivimos, como cheerleaders de un tipo de victoria que se mide según las cifras indecentes de la lógica capitalista; aquí no se trata del techo de cristal de la mayoría de las mujeres ni tan siquiera de la igualdad, sino de señalar que la emancipación ha llegado desde el momento en que tres mujeres han superado en fortuna a sus colegas hombres. No solo eso se vitorea: esas tres artistas logran a través de su arte (el cual no pongo en duda) despertar el ansia de consumo a un nivel estratosférico, porque a la chica de barrio que las admira y nunca saldrá de su precariedad le queda al menos la libertad de emular a sus diosas, sea a través de un color, el rosa, de un culo flamante o de una muñeca para su niña.

Lo que hemos hecho ha sido imitar los parámetros del éxito de los hombres, no con aspiraciones colectivas sino desacomplejadamente individuales: un empoderamiento egoísta. Virginia Woolf, que a todo se adelantó en su pensamiento, escribe en Tres Guineas sobre cómo pueden intervenir las mujeres para parar la guerra (la Segunda) cuando su propia vida postergada sufre de una lucha no menor que las excluye del debate público. Lo interesante es que la escritora se pregunta lo que ocurrirá dentro de un siglo, es decir, nos está interrogando a nosotras sobre qué cambia cuando las mujeres ejercemos las mismas profesiones que los hombres, y aventura: “¿No seremos igual de posesivas, igual de recelosas, igual de belicosas…?”. La pregunta no puede ser más pertinente porque el peligro del feminismo pop es que carezca de un sentido social que aliente, como así lo hacía Woolf, el compromiso de las que llegan más arriba para que no acepten la codicia con la que se ha practicado el poder y se ha acumulado la riqueza en el sistema patriarcal. En este ensayo esclarecedor, la escritora exige la promesa de las privilegiadas de hacer cuanto esté en su mano para facilitar el progreso de los desfavorecidos y no para convertirse en adalides de la injusticia patriarcal. Pero este sistema es tan adictivo que cuanto más subversivas nos creemos más estamos apuntalándolo.

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HECTOR VIVAS
<![CDATA[Mari Tere, Teresa, la Campos]]>https://elpais.com/opinion/2023-09-10/mari-tere-teresa-la-campos.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-09-10/mari-tere-teresa-la-campos.htmlSun, 10 Sep 2023 03:00:00 +0000Recuerdo aquel año 82 en que llegó la Campos a Madrid. A mis 20 años, aquella jefa de Informativos me parecía una mujer madura, pero fui descubriendo a alguien que ansiaba redescubrir su juventud. Mari Tere, así era el nombre con el que la conocí, ansiaba encontrar en la capital todas aquellas experiencias íntimas que le habían sido negadas. Dejaba atrás un matrimonio fracasado y esperaba que sus niñas se pudieran reencontrar pronto con ella. Mari Tere llegó con su voz educada en horas de radio, hablando con afable acento malagueño en la vida privada y neutro cuando se ponía frente al micrófono. En la vieja escuela solo cabían los acentos castellanos. A las chicas de la radio nos sorprendía aquella mujer arrebatada que había roto con su vida anterior y que mostraba tan abiertamente una ambición por llegar a lo que ella creía lo más alto. La ambición femenina estaba entonces muy mal vista. Su sueño era presentar un telediario y se postulaba una vez y otra a los directivos porque jamás dudo de su valía. Para ellos, incluso a sus 42 años ya era mayor. También anhelaba hacerse un lugar en la febril noche madrileña y no fueron pocas las veces en que las chicas, como escuderas, la acompañábamos a Bocaccio, donde ella aspiraba a encontrar un hueco en esos sillones que calentaban los Umbrales, las Asquerinos y los Balbines. Yo observaba la jugada desde mi papel de aprendiza y no comprendía sus prisas por conquistar un papel en aquel parnaso, porque para nosotras ya era toda una jefaza que a diario taconeaba con autoridad por aquel caserón del barrio de Salamanca donde estaba la emisora. Era Mari Tere una mujer nacida para la radio y gozaba de todo aquello que se precisa en el medio: preciosa voz, gracia, rapidez, ironía, cultura y mucho oficio, porque llevaba delante del micrófono desde los 14 años. Poco a poco fue quedándose atrás el diminutivo malagueño y se convirtió en María Teresa. María Teresa presentó algunos de los programas más insólitos del momento. Había uno en particular, Apueste por una, en el que debatía a muerte con otra colega sobre asuntos de actualidad. Ella hacía las veces de la progre, porque lo era, y la otra defendía la postura conservadora. Luego las oyentes votaban, apostaban por una. Como rival era temible, no perdonaba una. Si perdía, reaccionaba como una jugadora de póquer, se cabreaba y se marchaba de la radio echando humo. Una de aquellas veces en que salió pitando, tuvimos que salir a buscarla porque llamaron desde Málaga para comunicarle que su marido se había quitado la vida. Aquella extraña primera noche de viudedad la pasamos juntas.

María Teresa quería explotar su vis cómica en antena, ser actriz. Y mira por dónde me convertí en su plumilla. Yo siempre entregaba a destiempo, pero ella era tan rápida que memorizaba los guiones con echarles un vistazo. Cuando se fue a presentar la tarde en TVE, me pidió que le escribiera historietas e hicimos muchas locuras secundadas por todo el equipo. Se hicieron muy célebres los guiones protagonizados por Paco Valladares y ella y sus Monólogos a la plancha. Todo era artesanal, libre, absurdo, tan manga por hombro que tenía mucha gracia. Recuerdo aquellos años de la tele como la era de la inocencia: si había cotilleo, no era hiriente; si había actualidad, tenía un aire amable; si había literatos, se les regalaba un sketch sobre su obra; si había músicos, se les aplaudía. María Teresa se convirtió en Teresa y, aunque la calificaban de maruja, era una dama pop, se movía entre lo popular y lo culto sin complejos.

No es fruto de la nostalgia pensar que hubo un momento en que la televisión perdió su inocencia, y arrastró en esa aspereza exhibicionista a periodistas y espectadores. A mí me gusta recordar a la Campos en sus años de aspirante a la fama. Fue una gran experiencia ver luchar a la mujer madura.

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<![CDATA[El converso al feminismo]]>https://elpais.com/opinion/2023-09-03/el-converso-al-feminismo.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-09-03/el-converso-al-feminismo.htmlSun, 03 Sep 2023 03:00:00 +0000Qué temible la figura del converso. Se podría trazar la historia a través de ese mutante personaje, dado que se trata de un tipo psicológico que reaparece invariablemente a lo largo de los siglos en las eras de conflicto. Hay conversos que lo son para sobrevivir, para salvarse y salvar a los suyos. Es el converso cobarde. Las dictaduras están plagadas de ellos. En Castillos de fuego, la espléndida novela de Martínez de Pisón sobre ese sórdido Madrid inmediatamente posterior a la guerra, abundan esos personajes, andan planeando su encaje en el nuevo régimen, se dejan ver en los actos de loa a Franco y evitan a los amigos que están siendo denostados. Pero hay un paso más en la figura del peligroso converso, también presente en este novelón, la de aquel que se erige en Torquemada, el que asume en primera persona el nuevo discurso y señala con furia a los que han de ser represaliados. Es como si no le bastara con salvar el pellejo, sino que sintiera placer en acabar con los viejos compañeros. En estos días en que las campeonas del Mundial femenino han puesto patas arriba el opaco, machista y corrupto negocio del fútbol, gran parte del país ha respondido con indignación ante lo que vio y ante lo que hasta ahora no habíamos visto y se nos está contando: bien porque dábamos por hecho que en ese terreno no es obligado rendir cuentas y se celebra hasta que los futbolistas esquiven a Hacienda, bien porque muchos andamos tan ajenos a ese terreno que no habíamos colocado el abuso y la marrullería en el deporte en un primer plano.

En este momento en que el feminismo, una vez más, ha mostrado que el tufo retestinado proviene de un problema sistémico, hay hombres que toman el banderín de enganche. Son hombres que temen no estar a la última, que en cuanto te descuidas te muestran el camino del perfecto feminismo, son tipos que olvidan sus pecados no tan lejanos, son conversos de esta nueva ola a los que, por sistema, les gusta dar lecciones según sople el viento, incluso te dan la charla a ti, que los conoces, que conoces su pasado de gallito en el corral, las muescas que se hacían en el zapato para certificar su donjuanismo, y la escasa consideración que le concedían a las colegas; pero esos hombres, siempre a la vanguardia, olvidadizos de su pasado, sobreactuados, están dispuestos a pedir el castigo más duro, no ya para quien lo merece, sino para quien no se muestra en exceso beligerante. No me fío de ellos, ni de sus formas, que son las mitineras de siempre, aunque haya cambiado el objetivo, ni de la sinceridad de su encono. Mientras acusan implacablemente a otros, se están defendiendo a sí mismos, tapan sus vergüenzas y, a su vez, obtienen el placer de participar en el castigo.

Tengo una edad como para saber cómo han evolucionado los hombres en mi país y a menudo me parece injusto y edadista (disculpen el término) que toda la reacción se cargue sobre los hombres maduros o viejos tildándolos de señoros a la primera de cambio. No es justo. Habría que poner el foco en las generaciones más jóvenes en las que está habiendo sin duda una revuelta contra los logros feministas, porque muchos a los que se califica alegremente de señoros son hombres que han ido cambiando calladamente, sin aspavientos, con dudas, haciendo frente a sus contradicciones, a veces con dificultad para adaptarse a novedades que en su juventud eran inimaginables, pero celebrando el desenmascaramiento de una época machirula de la que a lo mejor formaron parte porque era lo que se esperaba de ellos. Tengo más confianza en esos hombres que evolucionan discretamente que en los que dan lecciones cuando debieran callarse. Había un comentario en los boletines de notas de la EGB: “Progresa adecuadamente”. Ahí es donde yo encuentro el verdadero progreso, al Torquemadilla de turno ya lo tengo muy visto.

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ISABEL INFANTES
<![CDATA[‘Sarà perché ti amo’, Jenni Hermoso]]>https://elpais.com/deportes/2023-08-27/sara-perche-ti-amo-jenni-hermoso.htmlhttps://elpais.com/deportes/2023-08-27/sara-perche-ti-amo-jenni-hermoso.htmlSun, 27 Aug 2023 03:15:00 +0000Parece mentira que solo hayan pasado cinco días desde que vimos el autocar de las campeonas pasar por nuestra calle, desde que nos enganchamos a la televisión para seguir el recorrido hasta Madrid Río. Parece mentira que haya transcurrido tan poco tiempo desde que yo, columnista en vacaciones, fuera escribiendo en mi mente la crónica de esa llegada del equipo al estrado, de la alegría que se nos contagiaba por su entusiasmo, tan natural, tan entendible, que fácilmente provocaba una identificación popular con su hazaña, incluso aunque fuera la primera vez que nos habíamos abonado a seguir un Mundial. Sí, nosotros, gente como nosotros a la que el fútbol no consigue exaltar y que en esta ocasión lo veía movida por una honda emoción, la que se siente por jóvenes mujeres que han llegado a lo más alto en un universo hostil.

Me sentí conmovida especialmente por el acento de barrio y la vivacidad de la carabanchelera Jennifer Hermoso, a la que los organizadores tuvieron el detalle de brindar una actuación de Camela, que pasa por ser ese dúo con el que todo el mundo vuelve a una infancia de coches de choque, de tómbolas y de fin de feria. Abrazadas unas a otras, cantando a gritos y bailando a saltos el Sueño contigo, esa canción que tarareamos sin saber en qué mercadillo de playa la aprendimos, lo que las jóvenes deportistas nos transmitían es que en este largo viaje hasta el triunfo final además de disciplina y esfuerzo, hubo también complicidad, confidencias, risas, karaokes, en definitiva, esa conexión emocional que se siente con un equipo con el que vas a muerte protegiéndote de la intemperie.

Hubiera querido estar ahí y escribir esa crónica, el momento en el que las jugadoras se metieron a un bar antes de salir al escenario porque tenían hambre, y comentar sus sucesivas intervenciones tras ser presentadas en las que dejaban un rastro del sonido de sus acentos y barrios. Vitoreadas por un público familiar, donde la chiquillería era la que parecía disfrutar más con el triunfo de unas campeonas que han conseguido contagiar el entusiasmo por un juego que nace en la calle y que nunca debiera perder su esencia de deporte popular.

Pero no fue posible recrearse en esa celebración ni en las múltiples conclusiones sociológicas que de ella se desprendían, como que la fiesta de las mujeres era más pura, cercana y menos apabullante que la de los varones, siendo ellas una especie de representación de todas las niñas que en algún momento quisieron jugar y las tildaron de torpes o marimachos. No fue posible alargar la celebración merecida porque se impuso el tufo de un universo que nos ha confirmado la impunidad con la que se mueven sus representantes. Hay algo en el ambiente tóxicamente machirulo que ha impedido que a esos organismos que representan a España alguien les pueda hincar el diente. Sorprende que ninguna de las tropelías que ha venido cometiendo el presidente de la federación, Luis Rubiales, haya sido suficiente para sancionarlo o para apartarlo; sorprenden las corruptelas, el fondo mafioso y las formas chulescas, toda una inspiración para un Torrente inmerso en alguna trama futbolera. Pues bien, ahí, en ese ambiente ya de por sí putrefacto, donde los representantes de una rancia masculinidad se sienten seguros en su hábitat, una serie de mujeres resistentes a las que no se les prestó demasiada atención cuando se levantaron en contra de condiciones laborales precarias y una pobre consideración a su trabajo ha dicho que esto tiene que acabarse.

Imagino que no están siendo días buenos para Jenni Hermoso: el inevitable bajón de adrenalina que sigue a una competición de esta altura se une el haberse convertido en el centro de la polémica y haber recibido presiones por parte de la federación para que diera el tema por zanjado y saliera con el primario Rubiales a darse el pico de la reconciliación. Pero España tiene hoy una altísima conciencia feminista y esto ha provocado tal abrumador respaldo a la jugadora que ya no hay vuelta atrás. Todo lo que han consentido los inescrutables organismos del fútbol lo ha denunciado la calle y esa voz es muy difícil de acallar. Hablaba el Financial Times de que este asunto es un reflejo de la sociedad española y del mundo del fútbol. Creo que en lo que se refiere a la sociedad es discutible. La sociedad española, en su mayoría, ha venido refrendando las leyes más avanzadas en todos los asuntos referidos a género, igualdad y derechos civiles.

Tanto es así, que ahora mismo sufrimos la esperada reacción a lo que han sido tiempos de avance, reacción que, por cierto, de momento han frenado las urnas. Por tanto, téngame por inocente si pienso que todo lo que se ha trabajado durante estos años ha dado su fruto parando los pies a un gañán sobrado de poder. El abuso que se ha permitido este individuo tiene que ver con una idea de la mujer como ser inferior y menor de edad: si se ha comportado así ante millones de personas, es porque durante toda una vida se le ha permitido y se le ha compensado económicamente por esa labor en concreto, la de mantener a las chicas, a las niñas, a raya.

“Falso feminismo”

El discurso que dio Luis Rubiales ante su asamblea sería cómico si no fuera por la vergüenza que provoca. Ha renovado sin duda aquel monólogo ético del pobre Fary cuando disertaba en short playero sobre el triunfo del “hombre blandengue”. Porque que un hombre acorralado y acusado de falta de decoro y abuso de poder reivindique “el pico” y el “olé tus huevos” es insólito, es un espectáculo impagable, es un momentazo tan patético como para utilizarlo en las escuelas como ejemplo práctico de aquello a lo que jamás se debería regresar. La referencia al “falso feminismo” me provocó una sonrisa porque es una tradición reaccionaria el exhibir el catálogo de las buenas y las malas chicas y la consecuente repartición de carnets. Es también un chiste viejo. A mí me quitaron el carnet varias veces y me siento muy orgullosa de haberlo perdido ante quiénes se atribuyen la legitimidad de concederlos.

Entiendo que a Jenni Hermoso esta historia le supere, y que haya ensombrecido lo que tan solo debiera haber sido dar saltos, y risas y camela y euforia, pero ha de sentirse orgullosa por la solidaridad desatada, porque quien está solo, ahora, es el hombre que no ha tenido la valentía de reconocer su error. En cuanto a los aplausos que recibió el tipo, dada la ética de quienes chocaban las palmas, auguro que le darán la espalda en cuanto lo vean caer. El peligro es que lo sustituya alguien de la misma cuerda. Pero esto #seacabó. Contigo estamos, querida Jenni, y que en el aire suene de nuevo Sarà perché ti amo.

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Pablo Garcia RFEF
<![CDATA[¡Pero si siempre ha hecho calor!]]>https://elpais.com/opinion/2023-07-30/pero-si-siempre-ha-hecho-calor.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-07-30/pero-si-siempre-ha-hecho-calor.htmlSun, 30 Jul 2023 03:00:00 +0000Dicen que la radio es ese medio que se puede escuchar mientras te mueves, desde la habitación de al lado. Y es así como hago cada mañana mientras preparo el café, escucho sin prestar del todo interés a las voces de costumbre y corro al lado del aparato cuando algo me interesa. Un ejercicio muy del siglo XX, pero no pienso renunciar a estas carrerillas mañaneras. Bien distinto es cuando paseo por el Retiro y disfruto dejándome acompañar por la voz del momento, con la vieja certeza de que si ocurre algo, antes que en ningún sitio, lo contarán en la radio. Me gusta recordar a mi suegro Paco, que se llevaba el transistor al campo para escucharme los fines de semana en la SER mientras respiraba el aire fresco de la mañana zascandileando entre los olivares.

El otro día, mientras me acercaba con la cafetera a la mesa, escuché a un tipo que abroncaba a un parlamentario de Vox. Atendí a las palabras de aquel hombre irritado que parecía a punto de partir peras con otro; le reprochaba a su colega descarriado haberle hecho gratis la campaña a los socialistas cometiendo errores “de bulto”, tales como negar la violencia de género, poner en duda los derechos LGTBI o introducir un mensaje incendiario dirigido a Cataluña. Antes de sentarme a desayunar, rubriqué aquellas palabras en voz alta, con un “sí, señor”. Pero cuando la periodista desveló, al menos para mí, al autor de semejante speech, pasé de la aprobación a la estupefacción: ¿Se trataba del mismo hombre que había inaugurado en la política española los pactos con el partido de ultraderecha? Vaya, vaya. ¿Se trataba del mismo hombre que encuentra hoy que lo natural es que gobierne el que gana cuando él mismo desbancó a los socialistas gracias al pacto con Ciudadanos? Vaya, vaya. Me fascina que “lo natural” haya sustituido de pronto a “lo constitucional”; sospecho que como no pueden apelar a la Constitución para atacar la estrategia del adversario van a repetir esta letanía de lo natural hasta que haya una parte de la ciudadanía que crea que alguien que pacta para llegar al poder está actuando de una manera ilegítima.

Me sorprendió, aunque tampoco tanto, que apelara a los derechos de mujeres y gais, porque quien está renunciando a las consejerías de Igualdad es el Partido Popular, quien ha estado de acuerdo con la retirada de banderas es el Partido Popular, quien ha permitido que un partido con el que pacta (en Valencia) mande a un maltratador al Congreso para librarse de líos es el PP. Me pareció interesante que admitiera que en Cataluña han ganado los socialistas porque los votantes tienen miedo a quien incendia el ambiente. Hasta ahí, bien, pero ¿no era la misma persona que durante esta campaña se ha sumado al carro de ETA, apropiándose de la memoria de las víctimas; no es el mismo que se unió a todos los bulos, incluido el de Correos, que entraron a formar parte del discurso de sus votantes?, ¿no es el mismo que buscó ayuda en Europa para defender los regadíos ilegales en Doñana?, ¿no es el Canal Sur un medio cicatero con la información climática cuando Andalucía puede ser la primera parcela del desierto español?, ¿no alimenta su partido la idea de que los científicos que tratan de proteger Doñana son urbanitas progres que desconocen el mundo rural?, ¿es que no saben (sí que lo saben) que ni tan siquiera es pan para hoy y hambre para mañana porque el futuro nos está pisando los talones?

A mí me gusta pensar que puedo tener amigos conservadores que sean sensatos, que no cambian la realidad a su antojo según les va la feria en las urnas. En este caso andaluz que nos ocupa, debieran explicarle a su gente que esa frase que tanto se repite, “pero si siempre ha hecho calor”, es la consecuencia de una desinformación interesada. Un engaño en el que van de la mano con su socio.

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Joaquin Corchero
<![CDATA[Este país imprevisible]]>https://elpais.com/opinion/2023-07-23/este-pais-imprevisible.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-07-23/este-pais-imprevisible.htmlSun, 23 Jul 2023 23:40:29 +0000España nunca decepciona. Es tan irritante como enternecedora, tan imprevisible como fiel a su carácter. Lo primero que hay que celebrar es ese espíritu libre colectivo que huye de todas las certezas a las que apuntan las encuestas. Nos hemos escabullido una vez más de lo que se predecía y aunque debería ser cauta a la hora de hacer lecturas de los resultados, es evidente que una gran parte de la ciudadanía ha proclamado un mensaje que me parece edificante: no queremos que nuestros derechos se vean pisoteados por la extrema derecha, no queremos ver recortadas las libertades, no queremos que se ganen elecciones amparadas en bulos, ni en teorías conspiranoicas; somos capaces de entender la urgencia de las medidas contra el cambio climático, capaces de cambiar algunos estilos de vida, siempre y cuando la transformación energética no caiga sobre los hombros, como suele ocurrir, de los más desfavorecidos; hay una parte considerable de nuestro país que se revuelve contra eslóganes que vejan a quienes dicen defender, y que honestamente piensa que no se deben ganar elecciones atacando irracionalmente a quien ostenta el poder; hay un número importante de españoles que comprenden que los tiempos del bipartidismo quedaron atrás, que apelar al viejo estilo parlamentario ya no se corresponde con la realidad nacional, por más que así lo entiendan quienes ostentaron el poder en otras décadas. Hay una España que no está de acuerdo con que se entre en la liza electoral desacreditando a las instituciones y los entes que dependen del Estado, porque eso pone en duda el buen hacer de miles de trabajadores que hacen responsablemente el trabajo por el que se les paga, sea repartir votos por correo como realizar entrevistas en la televisión pública. Hay una España para la cual la vehemencia no es sinónimo de injuria.

Han sido unos años durísimos, lo han sido. La pandemia, que nos ha afectado a todos en nuestro comportamiento íntimo y colectivo (ya deberíamos decirlo), y la guerra de Ucrania, que ha frustrado en gran parte la recuperación de la economía y del optimismo que tanto necesitábamos, han exacerbado la rabia en muchas personas y alentado emociones revanchistas que envilecen la convivencia política. Es esa la razón por la cual la clase política debería andarse con cuidado y no apelar a lo bajuno ni a la ira para obtener réditos. Es peligroso, es una tendencia indecente y contagiosa que, como bien explicaba en este periódico Andrea Rizzi, amenaza la propia idea de concordia, libertades y bienestar sobre la que se construyeron los cimientos de la Europa que nació del desastre bélico. Hay una parte de nuestro país que teme la involución y que ha vivido estas elecciones con una angustia creciente, como si estuviéramos al borde de un abismo. Sería el momento de detenerse a pensar en el daño que provoca sembrar al desconfianza en el sistema, tanto como echar mano de medias verdades para ensuciar el ambiente o considerar la grosería como un atajo para hacerse entender.

Qué va a pasar ahora. Quién lo sabe. Feijóo no ha obtenido los resultados que esperaba ni los que proclamaban las encuestas. Como ya hemos visto en sus primeras palabras, su objetivo es convencer a esos españoles que le han votado de que lo legítimo es que gobierne el que ha ganado. Él sabe muy bien que apelar a esa razón es convertir su deseo en una ley que no está escrita en nuestro sistema parlamentario; sabe de sobra que repetir esa inexactitud es la manera de socavar desde la casilla de salida la legitimidad de Pedro Sánchez para gobernar. Tampoco Pedro Sánchez puede cantar victoria antes de tiempo. Que su gobierno dependa de Junts es un giro de guion irónico. Al final de tan convulsa legislatura, pacificar Cataluña tenía un precio que ahora quieren cobrarse los que consideran que perdieron poder por el camino. Qué país tan difícil, tan irritado como hedonista, tan cainita como gregario. Tan contradictorio en suma. Pero hay algo que está claro: no queremos perder derechos ni abanderar la involución europea. España puede y debe ser un país avanzado y moderno. Si capitaneamos las libertades civiles, por qué no vamos a hacerlo con el reto del medio ambiente. Tenemos talento, alegría y coraje. De verdad lo creo.


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Rodrigo Jiménez
<![CDATA[El vientre viscoso y frío de un sapo]]>https://elpais.com/opinion/2023-07-23/el-vientre-viscoso-y-frio-de-un-sapo.htmlhttps://elpais.com/opinion/2023-07-23/el-vientre-viscoso-y-frio-de-un-sapo.htmlSun, 23 Jul 2023 03:00:00 +0000Por momentos pensé que me encontraba en los ochenta, cuando, muy jovencilla, escuchaba comentarios condescendientes o faltones de jefes, colegas, incluso de amigos a los que parecía que la palabra machista ya no les correspondía, porque solo definía a la generación de nuestros padres. A ellos no, ellos ya estaban exentos de semejante pecado y la ideología de izquierdas les proporcionaba el salvoconducto de la igualdad. Eran desaires muy asumidos por las mujeres, que lograban sobreponerse a la grosería y acababan por aceptarla casi como una suerte de camaradería: si querías jugar con los chicos tenías que asumir su dureza. Ser one of the guys. Eso te curtía, tu piel iba cubriéndose de un caparazón protector y esa naturaleza callosa te podía llevar a ser implacable con otras mujeres. Paradójicamente, habíamos abandonado aliviadas la vieja complicidad de nuestras madres con otras —considerándola una solidaridad de bajo coste, de carácter doméstico— para abrazar un nuevo mundo de mujeres que iban por libre, arriesgadas, que reprimían su vulnerabilidad, que afeaban incluso la debilidad. En los noventa, ya con una experiencia en mi haber, entré en otra fase, la de encajar el pequeño gesto machista que te hacía ejercitar el músculo de la paciencia para no sucumbir al enfado, que es una de las peores reacciones que puede mostrar una mujer, por el temor a ser considerada una amargada. Curiosa la cantidad de veces que el feminismo se relacionara con la amargura y no con la alegría. Este miedo a ser considerada una resentida obligaba a escuchar más de lo debido a los varones; a que, de pronto, conscientes ellos de que tal vez no te habían prestado atención, te cedieran la palabra como se le concede a una niña; a que citaran un argumento tuyo como si la autoría le correspondiera a un hombre; a que se dirigieran a ti con un diminutivo confianzudo que no les correspondía usar; que se intercambiaran entre ellos lecturas sesudas y te dejaran exenta de tareas tan elevadas. ¿Y saben qué? Vosotras me entenderéis, compañeras de generación: en un rincón infame de tu corazón te considerabas merecedora de ese desprecio de baja intensidad, de este ninguneo envuelto incluso en cariño. Si en un arranque de dignidad defendías tu espacio y tu nombre, se producía un efecto mágico por el cual tus palabras acababan flotando en el espacio como las de una chiquilla caprichosa. Por tanto, era mejor regresar a esa personalidad chispeante que adorna el alma femenina.

Parece que esta lucha incesante de la mujer para que de una puñetera vez se le conceda la mayoría de edad intelectual se estaba quedando obsoleta. Pues bien, esta campaña nos ha dado numerosas muestras de cuánto molesta la irrupción de las mujeres en la vida pública, ojo, cuando están en el bando contrario. Infantilizaciones en el tratamiento utilizado, risas jocosas compartidas entre varones, alusiones a la indumentaria mezclando sin pudor misoginia y clasismo. Toda la moderación de la que se hace alarde, toda esa jactancia de estudios, mundanidad y clase de quienes se consideran miembros de una élite, quedan sepultados por la chulería. Los insultos, las bromitas baratas, la crueldad, el mofarse de la coquetería como antes fue de la fealdad de las feministas; toda esa bilis que sin duda existe, pero que parecía reducirse al ámbito de lo privado, ha salido a la luz en determinadas bocas, como prueba de que el respeto es algo fingido, una falsificación. A cada brote de este fondo tan turbio que charquea agazapado en algunas almas, volvían a mí escenas de mi vida que creía olvidadas y que me provocaban una molestia casi física, también un alivio por ver cómo ahora se afean, tanto por mujeres como por hombres que ya no toleran esa actitud repugnante. Echo mano del final de La Regenta, cuando Ana Ozores vuelve en sí, para describir mi sensación: “Había creído sentir sobre la boca el vientre viscoso y frío de un sapo”.


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PACO PUENTES